¿Para qué sirven las OSDEs, si es que sirven para algo?
Elías Amor Bravo, economista
Un
reciente artículo en Cubadebate plantea una serie de preguntas sobre
las Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial, las llamadas
OSDES castristas, una agregación de empresas, que, a su vez, incorporan las
denominadas “unidades empresariales de base”, con una estructura
jerárquica y burocrática. Las preguntas a responder
son “¿Para
qué sirven las OSDE? ¿Hasta qué punto se han alejado de las
funciones estatales a cargo de los ministerios? ¿Qué beneficios
reportan para las empresas? ¿Cuánto deciden? ¿Es posible dirigir
sin mandatar? ¿Son moldes para todos los sectores?”
Lógicamente,
para alguien acostumbrado al funcionamiento de la economía
de mercado libre, en la que las empresas son autónomas en sus
decisiones que se adoptan con base a la racionalidad económica, la
rentabilidad y la responsabilidad social, esta idea castrista de las
OSDEs no es otra cosa que un laberinto sin salida, que carece de justificación
alguna. Ni perfeccionamiento empresarial ni transformación en las
entidades en busca de flexibilidad. El corsé de las OSDEs acaba
siendo asfixiante, y tarde o temprano, su existencia, terminará
siendo un problema más, de difícil solución.
¿En
qué me baso para este argumento? Dando respuesta a las preguntas
anteriores, trataré de centrar el mismo.
Las
OSDEs aparecieron para ejercer una “tutela” sobre las empresas, y acabaron restringiendo la libertad de acción y autonomía de las mismas. Para
empezar, la integración en las OSDEs no era facultativa, sino que
venía impuesta, en la mayoría de los casos, por el titular único
de las empresas que en la economía castrista, es el estado.
De
ese modo, aparecía un nivel jerárquico inferior al ministerial para
actuar de forma directa sobre empresas que, en muchos casos,
presentaban resultados deficientes y se veían en la necesidad de
obtener subsidios para no desaparecer, mientras que en otros,
obtenían una cierta rentabilidad que les permitía sobrevivir no sin
ciertas dificultades. Esa notable diversidad en los resultados de la
gestión supuso, desde el primer momento, una complejidad para las
OSDEs, por cuanto era imposible tratar igual a los diferentes. Las
políticas que valían para unos, no servían con otros. Así que, ni
cortos ni perezosos, la opción fue empezar a eliminar empresas no
rentables.
Según
datos de ONEI, el número de empresas en Cuba ha experimentado un
descenso espectacular de 646
entre el
año 2011
cuando se contabilizaron 2.422 unidades a las 1.776 de 2018, en
concreto, un ajuste duro del 27% que confirma el proceso de
contracción experimentado por la economía en estos años. Parece
evidente que las OSDEs han estado detrás de este proceso de
reducción del número de empresas, que a su vez, ha debido tener un
impacto evidente sobre las plantilla dimensionadas en exceso, que
tenían las mismas.
Los
trabajadores cesantes de las empresas eliminadas han
pasado a ocupar otros destinos, sin que ello haya supuesto una mejora
de la productividad del trabajo de la economía. Este indicador, en términos de tasa
media anual en el período 2012 a 2018 se ha situado en el 1,9%, con
un crecimiento similar al del conjunto de la economía, lo que apunta
a que los descensos del empleo en las empresas se han ajustado a los
moderados aumentos del PIB.
No
existe evidencia que la experiencia de las OSDEs haya servido para
crear empleo de forma efectiva, sino que las autoridades han
utilizado estas plataformas para reestructurar los puestos, de forma
que las pérdidas en unas empresas se enjuaguen con las posibles
ganancias en otras. Incluso algunos trabajadores han pasado a
desempeñar sus puestos en las estructuras mismas de las OSDEs, lo
que en términos de burocracia apunta a más empleo improductivo.
Las funciones de los ministerios se han ido trasladando a las OSDEs,
conforme estas iban ganando peso, poder e influencia. Y en ese
sentido, el contrapoder que han supuesto frente a la dirección
política ha supuesto un reto que ha entorpecido la actividad de unos
y otros, hasta que se han clarificado las correspondientes en cada
caso. Así, por ejemplo, y con el objetivo de evitar posibles
tensiones, algunas OSDEs han evitado crear estructuras provinciales,
mientras que otros casos, sí que los han hecho, en función del
grado de poder e influencia que iban adquiriendo.
Esto
indica que la separación de funciones estatales en los ministerios y
las empresariales, que era uno de los objetivos de las OSDEs, ha dejado
mucho que desear. La experiencia indica que, ni lo uno ni lo otro, y
que el marco de las relaciones entre los dos niveles jerárquicos ha
servido de poco para ganar en flexibilidad, autonomía y capacidad de
gestión para las empresas. Cierto es que muchos directivos de
empresas denunciaban los problemas burocráticos asociados a tratar
sus problemas en los ministerios, pero no parece que las OSDEs hayan
sido la solución, sino que se han convertido en un
"generador de más información", como
se dice en Cubadebate.
Al
final, la OSDE aparece como un organismo intermedio y burocrático
que lejos de resolver problemas, en muchos casos, los complica, con
la creación de direcciones específicas para cada actividad que
acaban siendo pequeños ministerios donde se mantiene la misma
problemática de antaño, sin facilitar la relación directa con los
organismos. De modo que mientras algunos piensan que la experiencia
necesita más tiempo (lleva funcionando una media de un lustro) otros
abogan por la eliminación de estas entidades, dado el escaso
cumplimiento de sus fines.
¿Han
cumplido las OSDE,
el objetivo
de dedicarse a abordar las cuestiones estratégicas, y no los
detalles de cómo funcionan o se administran las empresas? No
lo parece. Las OSDEs ejercen un control absoluto sobre las empresas,
sin respetar la autonomía, y destinan recursos para hacerse notar en
el día a día de las mismas, aunque ese no sea el papel que le
asigna la regulación, ciertamente amplia y compleja, con la que
nadie parece estar a gusto. Pero de estrategia y futuro, poco. De modo que se reproducen prácticas
perniciosas
del pasado.
Ni
los directivos de las empresas exigen autonomía de gestión, porque
temen represalias, ni
desde la OSDEs se les concede la pertinente autonomía, y al final
todo acaba en un círculo vicioso de burocracia y papeleo, órdenes
contradictorias, y vuelta a empezar. El martirio de lograr la
aprobación de un contrato implica que muchos tiren la toalla antes
de plantear siquiera la operación, y eso es lo que explica, en
muchos casos, por qué la economía cubana no funciona.
Además,
subsisten las dificultades para establecer una “correspondencia
directa entre el desarrollo, la productividad y el salario de los
trabajadores” y
las restricciones
con respecto al gasto de salario por peso de valor agregado bruto se
imponen arbitrariamente desde las OSDEs sin tener en cuenta la
situación concreta de cada empresa. Tampoco se liberan recursos para
las inversiones en equipamientos o en el necesario I+D y mucho menos
se atiende a los riesgos empresariales y los procesos de
obsolescencia. Nadie se cree el plan, ni los indicadores objetivos,
ni la implementación. La improvisación y la falta de consenso
lastran el proceso de toma de decisiones y la gestión empresarial,
ni siquiera en los grupos donde existe una cierta homogeneidad entre
las empresas, lo que, por otra parte, es bastante difícil en la
economía de conglomerados en que se ha acabado convirtiendo Cuba.
Desde
esta perspectiva se comprende la desconfianza de los gestores en las
OSDEs y se entiende que las mismas no tienen sentido ni
justificación. En un momento en que la liquidez escasea, no sería mala idea eliminar estas estructuras y destinar sus recursos a actividades productivas y eficientes. Las OSDEs no son más que otro instrumento más de control, disciplina y
burocracia, que lastra el funcionamiento de la economía, cada vez
más necesitada de libertad, autonomía y derechos de propiedad
privada.
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