Repartiendo la miseria de la vivienda en Cuba
Elías Amor Bravo, economista
Díaz-Canel cree que con acuerdos del consejo de
ministros y disposiciones administrativas puede arreglar el desastre
de la vivienda en Cuba. Está equivocado. No es un asunto de un
reglamento para el “ordenamiento y legalización de viviendas,
cuartos, habitaciones, accesorias y locales, y sobre el cambio de uso
y traspaso de locales”, como se arregla el problema de la vivienda
en Cuba. Hay que adoptar medidas mucho más eficaces y adecuadas.
Hay que ser valiente y mirar al futuro con libertad. Este ha sido uno de los errores tradicionales de la burocracia comunista
en Cuba: pensar que con disposiciones administrativas se puede hacer
funcionar la economía. Gran error.
Ahora se les ha ocurrido hacer propietarios de
vivienda, de la noche a la mañana, a "los arrendatarios permanentes de viviendas del fondo
estatal, los usufructuarios y ocupantes de cuartos, habitaciones o
accesorias, convertidas en viviendas adecuadas o que puedan serlo, y
las personas que residen en viviendas y locales terminados o en
ejecución por el Estado o la población, sin cumplir las
formalidades legales". A todos estos colectivos, del resto de la población nada se dice, se facilita el
acceso a la propiedad de vivienda y las gestiones en los registros, con el ánimo de
que tengan un patrimonio para conservar y hacer crecer. O algo así.
Boberías.
Si de verdad se quiere dar solución
real al problema de la vivienda lo
que realmente hay que hacer, para empezar, es suprimir el marco
jurídico que existe en la actualidad y reestablecer el mismo que
existía antes de 1959, cuando en Cuba los cubanos fueron expropiados
de sus viviendas por el estado, que pasó a ser el titular de las
mismas.
No digo que haya que ir a otra Ley LIBERTAD para
el tema de la vivienda. Eso también sería absurdo. Lo que el
gobierno debe hacer, y cuanto antes, es fijar un marco jurídico
estable para la tenencia de vivienda de todos los cubanos,
flexibilizando la oferta y propiciando el nacimiento de un mercado
para la demanda, que se regule vía precio. Los cubanos deben tener
acceso real a la vivienda y dejar de vivir en habitaciones,
cuartuchos, cuarterías y divisiones de divisiones de espacios semi
derruidos a los que se accede por escaleras de madera, en lo que
fueron las antiguas mansiones de la Habana colonial.
Un desastre como el que existe en Cuba actualmente
en materia de vivienda, exige mucho más que parches y vendas, como
las contenidas en el decreto castrista. Una vez reconocidos los
derechos de propiedad privada, insisto para todos por igual, procede
estimular la oferta. Es muy fácil. Libertad de empresa en el sector
de construcción, en vez del actual “esfuerzo propio”, y
facilitar acuerdos de estas empresas creadas por cubanos, con inversores extranjeros.
Básicamente para incentivar la transferencia de capital y tecnología, así como
materiales constructivos hasta que aparezcan fabricantes nacionales
con capacidad para atender las necesidades del sector. De nada sirve
que den flexibilidad y se amplíe la transferencia de propiedad, si
no existen las viviendas objeto de las transacciones, tanto las que
corresponden a propiedad como las que se encuentran en arrendamiento,
rurales o urbanas.
En concreto, se debe establecer una moratoria o
incluso, una política de actualización para dar carta de naturaleza
a todas las viviendas que se hayan construido ilegalmente, siempre y
cuando la violación de las regulaciones urbanísticas y
territoriales se puedan penalizar y gravar. Nadie dice que con la
reforma que estamos proponiendo se incumplan las normas urbanas y
territoriales. Sin embargo, es probable que se tengan que repensar,
en la medida que muchas de esas disposiciones constituyen un freno
real al crecimiento del sector, sobre todo, para atender las
necesidades de la población.
Tampoco parece
acertado que se diseñen
medidas para
beneficiar a determinados
colectivos y no al conjunto de la población. De nada sirve que se
desarrollen acciones concretas para los
colectivos antes citados, cuando el problema afecta a todo el país.
Además, la
somera enumeración de las
categorías beneficiadas por
la normativa da una idea del
lamentable estado de la vivienda en Cuba. Sin embargo, atender las
necesidades de estos segmentos de población, y no las del conjunto,
no solo genera peligrosas asimetrías, sino que impide realizar una
ejecución eficiente de los gastos públicos, que en el caso de la
economía castrista, son mayoritarios, al menos actualmente. Las
políticas de vivienda que funcionan son las que se dirigen a todos
por igual.
Nadie ha reparado tampoco en las pérdidas que
asumirá el estado como consecuencia de adjudicar la propiedad de
viviendas que eran suyas, y esto va a generar un agravio con respecto
a aquellos ciudadanos que realmente han hecho un esfuerzo para
adquirirlas, ya se trate por ejemplo de una ayuda procedente del
exterior.
Muchas veces he intentado comprender cómo se
establece el precio en las operaciones de compra venta de vivienda en
Cuba, cuando los derechos de propiedad han sido conculcados, y donde
es difícil estimar oferta y demanda. Si el cálculo se establece
partiendo del valor del bien que se trasmite y se otorga, lo que
denominan “valor del precio ideal de la vivienda en Cuba”, tal
vez la razón de que no se construyan más viene motivado porque ese
mecanismo de precio es ineficiente y debe ser sustituido por otro que
surja del equilibrio oferta y demanda. Apostando por normativas de
entrega de viviendas a la población, los ajustes vía mercado se
dificultan más, creando condiciones muy inadecuadas para el
desarrollo del mismo. Un ejemplo son los subsidios que afectan a la
vivienda, y que en Cuba han actuado durante décadas, distorsionando
el valor de mercado de la propiedad. Si el subsidio se estima entre
un 60% y 80% del valor, es evidente que la distorsión del precio
está garantizada.
Por todo lo
expuesto, no estoy de
acuerdo que las medidas anunciadas y publicadas en la Gaceta Oficial Ordinaria 33 vayan a servir para flexibilizar
la regulación de la vivienda en Cuba, y mucho menos para mejorar la
situación de la misma. Se está apostando por una legalización de
situaciones de hecho que conculca, en cualquier caso, los derechos
originarios que tenían los titulares de las viviendas que, en su
momento, fueron confiscadas o expropiadas. Una inscripción en el
registro de la propiedad de cualquier activo cuyo titular no es el
que realmente figura en el título, no hace más que enmarañar una
situación que, a la larga, acabará estallando. Por medio de este
tipo de medidas, el régimen castrista vuelve a conculcar los
derechos de propiedad, y lo que es peor, sigue sin ofrecer
garantías
de
seguridad jurídica sobre los bienes inmuebles y los derechos que
recaigan sobre ellos.
Si de verdad se quiere
recuperar en Cuba la disciplina inmobiliaria que el propio régimen
destruyó a partir de 1959, hay que volver a aquella situación de
partida, y no trastocar con artimañas regulatorias el desastre
acaecido desde entonces. El marco jurídico existente en 1959 en
materia de derechos de propiedad sobre inmuebles debe servir para
construir el futuro, y no otro. Por mucho que el castrismo siga
lanzando sus arengas a favor del orden, la disciplina, y control, los
que saben para qué sirven los registros públicos son conscientes
que existe un respeto a la propiedad privada que trasciende el tiempo
y las veleidades políticas. La propiedad permanece, los sistemas políticos cambian. Se ha visto con la Ley LIBERTAD, y se verá también en algún momento con todos los activos de la economía cubana.
Justificar como
hace la responsable del ramo medidas como las anunciadas con el
objetivo de que hayan “cada
día más propietarios, donde
antes hubo arrendamiento,
siempre que cumplan los requisitos de planificación
física
y el Ministerio de la construcción”
es faltar a
la verdad y avanzar hacia procesos de legalización que no están
correctamente diseñados porque
conculcan la esencia de los derechos de propiedad.
Reconociendo estos derechos al modo castrista, las
personas no percibirán que se produce la deseada construcción de un
patrimonio y mucho menos la “posibilidad de ampliarlo, de
adecuarlo, de acceder a los mecanismos legales para construir”.
Pensarán que si a otros se les expropió en su día, por qué a
ellos no les podría ocurrir otro tanto. Además, hay una cuestión
de fondo, no menos importante, todos los cubanos que van a acceder a
una titularidad de viviendas del estado, por medio de este decreto,
saben que al final siempre podrá aparecer el legítimo propietario
del inmueble o del solar, y exigirá unos derechos que los tribunales
no tendrán más remedio que reconocer. Ha ocurrido en otros países
comunistas que transitaron como Cuba por la senda de las
expropiaciones, y ocurrirá también en Cuba. Han elegido la peor de
las vías posibles. Las consecuencias, tarde o temprano, llegarán y
entonces vendrán las lamentaciones.
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