Bancos cubanos y burocracia, ¿es este el problema?

Elías Amor Bravo, economista
¿Por qué los bancos siguen sin funcionar en Cuba? ¿Qué se debe hacer para que cumplan su papel, sin duda fundamental, en el sistema económico?
Una pregunta que los dirigentes comunistas han resuelto rápido, culpando a “la burocracia bancaria de cara a la población y todos los actores económicos como el principal problema que se tiene que arreglar”. Es decir, ante un iceberg de grandes dimensiones, el equipo de Díaz-Canel se conforma con prestar atención a la punta de arriba, y se olvidan que lo más importante es lo que está debajo del agua. Y créanme, hay mucho y muy complicado.
Si se pretende aspirar en la Cuba comunista de 2020 a una banca más moderna y actualizada, como quiere Díaz-Canel hay que conocer bien la historia de los últimos 61 años de la revolución comunista.
Básicamente, porque la misma ideología que ahora dirige los destinos de la nación fue la que implementó a partir de 1959 una serie de confiscaciones de derechos de propiedad, y en concreto, de la red de bancos privados que existían en el país, así como los activos y depósitos de sus clientes. Fue precisamente Che Guevara quien puso la puntilla al sistema, cuando decidió, en el primer “corralito” de la historia de América Latina, cambiar la moneda en circulación de un día para otro, y dejar sin ahorros a miles de ciudadanos, a los que solo se autorizaba a sacar pequeñas cantidades. Los bancos de propiedad privada pasaron a manos del estado y desde entonces, para acá. La historia es bien conocida.
Los cubanos desconfían de su sistema bancario. Y hacen bien. La banca, tal y como la conocemos, es una prolongación de los órganos de la seguridad del estado, y ejerce muchas más funciones de información y delación, que servicios de intermediación financiera, que es lo suyo. Hemos recibido numerosos testimonios de trabajadores por cuenta propia que al operar con un determinado banco se han visto en la necesidad de explicar el origen del dinero depositado, e incluso se sabe de empresas extranjeras que operan en Cuba con dificultades para repatriar beneficios a las casas matrices o pagar un contrato por medio de transferencia desde una cuenta, incluso cuando se trata de bancos extranjeros. El sistema bancario cubano, de diseño, organización e inspiración comunista, es totalmente ajeno a lo que conocemos en Occidente. Mucho tiene que cambiar para conseguir que los cubanos vuelvan a confiar.
A ello se añade que la mayor parte de la población en Cuba no suele operar con los bancos, por sus bajos sueldos, que apenas dan lugar al ahorro. La mayor parte de las transacciones de bienes de consumo se realizan en efectivo, salvo determinados servicios. La circulación de dinero en proporción sobre el PIB en Cuba alcanza los porcentajes más elevados, no solo de América Latina, sino del mundo, y ello no es debido a la dualidad monetaria, sino a la escasa tradición de los cubanos a operar con dinero bancario. Como consecuencia de ello, el sistema financiero carece de recursos para su canalización a la gente que necesita financiación. El estado debe asumir los subsidios de la vivienda, porque los bancos no tienen margen para ello. No existen las hipotecas, porque están prohibidas por la legislación comunista, ni tampoco planes de pensiones, planes de jubilación o fondos de inversión. En tales condiciones, la actividad bancaria tiene poco sentido, tal y como la conocemos en el resto del mundo.
Por eso, no deja de ser sorprendente que las autoridades quieran, y así lo han dicho, “seguir incrementando la calidad de los servicios, disminuir trámites y papeleo, mejorar las prestaciones de los cajeros” e insisten en la necesidad que la banca “piense como clientes, en la gente, en lo que necesitan; no se trata de buscarles explicaciones a los procesos, sino de perfeccionarlos”, según palabras de Díaz-Canel durante las jornadas de balances, en esta ocasión, de la banca en Cuba.
Este énfasis de las autoridades en la banca tiene que ver con su utilización como instrumento de captación y control de las remesas, y en general, de todo el dinero privado procedente del exterior hacia la población, que el estado comunista quiere controlar en beneficio propio. Empezaron con la compra de combustible por los boteros con tarjeta electrónica de banco, siguieron con la venta de electrodomésticos en tiendas del estado con tarjetas electrónicas para continuar con la venta de materiales de construcción, tan necesarios para muchas familias, que deberán pagarse igualmente con tarjetas. La idea del régimen es eliminar los pagos en efectivo que en Cuba han provocado tasas de efectivo en circulación en relación con el PIB de las más altas del mundo y una floreciente economía informal. Desvestir un santo para vestir otro acaba mal. Para que el sistema funcione, la banca tiene que ser capaz de prestar sus servicios de forma profesional e independiente.
El problema surge cuando se comparan los indicadores. Por ejemplo, los cajeros para sacar dinero y hacer operaciones. En Cuba existen 927 cajeros, es decir 11.886 habitantes por cajero, en España, después del descenso experimentado a partir de 2010, hay 53.400 cajeros de modo que 880 españoles por cajero ofrece una cifra mucho más ajustada. De igual modo, en Cuba se registran 129.789 operaciones a través de los cajeros automáticos, mientras que en España son 934.600.000. Corregir la distancia es, cuanto menos, complicado a medio plazo. Con las tarjetas ocurre otro tanto, en Cuba hay emitidas 6.217 000 tarjetas, mientras que en España son 83.700.000, con ratios de tarjetas por habitante de 0,56 y de 1,78, respectivamente.
Díaz-Canel dijo en la reunión de balance de la banca que quiere “potenciar el proceso de informatización del comercio y el uso de la banca electrónica, así como crear una cultura financiera para la bancarización de la población, desarrollar nuevos servicios y nuevos productos bancarios, y crear fondos para incentivar las exportaciones o apoyar a aquellos productores que tributan a la demanda interna, y con ello favorecen la circulación mercantil minorista”. Muchas cosas sin duda. Tal vez habría que priorizar. 
Sinceramente, aunque él cree que los llamados “Lineamientos” pueden ser la piedra filosofal para estos objetivos relevantes, se equivoca porque hay que cambiar antes la base jurídica de la economía y otorgar a la banca un marco para el ejercicio de derechos de propiedad privada. Los bancos, por su lado, ofreciendo descuentos por pagar con las tarjetas que emiten en los puntos de venta, han emprendido una vía loca sin saber bien a dónde quieren o pueden llegar. No se cómo acabará todo esto, pero la economía cubana no está en el mejor momento para este tipo de experimentos. Ya se verá.

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