Créditos y comercialización de alimentos: una posible solución?
Elias Amor Bravo, economista
En principio parece que
estamos de acuerdo en algo. Si el régimen castrista pretende reducir
los precios de los alimentos, es necesario incrementar la producción.
Esto es evidente. Sin embargo, a pesar de que se trata de un primer
paso, con ello no se resuelve el problema. También estamos de
acuerdo. Sin embargo, discrepo de forma rotunda con la afirmación,
según la cuál, “urge buscar, además, mecanismos que frenen el
desvío de lo producido hacia otros destinos que únicamente buscan
el enriquecimiento personal”.
En cualquier economía
lo primero que se tendría que analizar es por qué se produce ese
“desvío” de la producción hacia otros destinos. Qué aspectos,
factores o circunstancias llevan a que algunos agentes económicos
persigan un “pretendido enriquecimiento personal” al desviar la
producción de alimentos y no llevarla al mercado para que sea
destinada a los consumidores.
Tengo la impresión que
muchas de las iniciativas que se adoptan en la economía castrista
van precisamente en contra de lograr ese objetivo. Por ejemplo, qué
sentido tiene promover “el fortalecimiento de las estructuras de
acopio, encargadas de contratar y comercializar la mayor cantidad
posible de alimentos” cuando es precisamente esa posición de
monopolio que tiene el estado en la distribución comercial, lo que
está en el origen del deficiente funcionamiento de los mercados, las
alzas de precios y la escasez.
Lo que el régimen
castrista tiene que preguntarse es por qué aparecen “revendedores
y especuladores” y qué sentido tiene seguir persiguiéndolos como
si se tratase de delincuentes. En cualquier economía de mercado
libre, en la que los consumidores pueden realizar sus compras sin
restricciones, salvo las rentas que poseen y los gustos, las
prácticas de reventa o la especulación, simplemente no existen.
Solo aparecen en grandes eventos deportivos cuando la demanda supera
de forma descomunal a la oferta. En la economía castrista, el
revendedor aparece porque se dan de forma continua en el tiempo, las
condiciones para su actividad, a saber, una demanda muy superior a la
oferta. Racionamiento, escasez, falta de bienes y servicios, llevan a
los ciudadanos a dirigirse a estos agentes que fijan unos precios muy
superiores a los que se producen del juego libre oferta y demanda.
Ahora vienen con el
cuento de que agilizar el pago a los productores, por medio de la
política crediticia del Banco de Crédito y Comercio (Bandec), será
“un paso esencial que contribuirá a rebajar los precios y a
enfrentar el desvío de la comida que necesita el pueblo”. Otro
error.
El estímulo de la
producción por medio del crédito a corto plazo puede ser una
solución, pero no es la definitiva, ni mucho menos es la más
adecuada para resolver la deficiente distribución comercial que
soportan los cubanos durante 57 años. Facilitando el pago inmediato
a los productores, se pretende conseguir que entreguen al Estado la
mayor parte de lo producido, en lugar de vender su oferta libremente
a los intermediarios y especuladores. Argumento que se cae por su
propio peso.
Si los agricultores
siguen entregando su producción a la empresa estatal, que por su
ineficiencia es incapaz de suministrar los alimentos en los mercados
a precios competitivos para los productores y los clientes, lo único
que va a ocurrir es que caerán en impagos. Porque la disminución de
los precios en los mercados agropecuarios estatales (MAE) trasladará
hacia el origen los precios más bajos al siguiente ejercicio, y como
no es posible alcanzar economías de escala por el aumento de la
extensión de cultivo o la innovación tecnológica, los márgenes de
beneficio caerán. Muchos productores devolverán las tierras y se
olvidarán de una experiencia que les ha perjudicado, y además,
endeudado.
En una nota en Granma
de Ángel Freddy Pérez Cabrera, señala que “la iniciativa ha
venido extendiéndose por toda la provincia, ante las facilidades
creadas a las cooperativas para implementar el propósito”, lo que
nos parece indicar que estamos ante una “burbuja castrista” cuyo
desenlace puede ser fatal.
Y pese a que en un
principio, el buen juicio de los productores produjo cierta
resistencia a acceder a los créditos para la comercialización de
productos agropecuarios pensando que el pago del interés los podría
perjudicar la realidad es que la nueva política se ha disparado
entre los productores de las cooperativas en Villa Clara.
Nada de interés bajo.
El tipo es del 5%. Más del doble de la tasa de crecimiento del PIB
de la economía cubana, lo que puede suponer dificultades para la
devolución de los préstamos. Funciona como una línea de crédito y
su desembolso se produce a partir de la cantidad de dinero ejecutado,
no por la totalidad del monto aprobado. En la medida que la
cooperativa venda mayor cantidad de productos, puede amortizar la
deuda y recibe más dinero para comprar, manteniendo sus posiciones
de liquidez. No deja de ser asombroso que prácticas como la descrita
sean una novedad en el primitivo sistema financiero castrista, en el
que los bancos, propiedad del estado y carentes de cualquier estímulo
de competitiva, actúan como agencias al servicio de los intereses de
su propietario.
Hay algo que preocupa
en el modelo. El campesino entrega la producción obtenida a la
cooperativa y ésta materializa el pago de manera inmediata. Después,
la producción obtenida de todos los campesinos, se entrega al
monopolio estatal de distribución, acopio, que satisface el pago con
la cooperativa, que procede entonces a realizar la amortización de
la deuda contraída con el banco. La existencia de posibles, y casi
seguras, discrepancias entre el precio pagado al agricultor por la
cooperativa y el que ésta recibe de acopio, está en el origen de la
debilidad de este procedimiento, sobre todo, si el funcionamiento del
agente intermediario es ineficiente y, como ha venido ocurriendo en
el pasado, deja sin abastecer los mercados. Con esto no quiero decir
que la cooperativa no pueda actuar en la distribución. De hecho,
sería mucho más eficiente. Y habría que apostar por ello.
¿Estamos ante el
nacimiento de un sector nuevo?
La cooperativa puede y
debe actuar con celeridad. El campesino necesita recursos
económicos para funcionar, obtener un buen precio por su producción
es fundamental. Si existen alternativas al estado, a acopio, las
utilizará siempre que los precios sean los más convenientes. Su
objetivo es ganar dinero. Si no lo consigue, abandonará la
actividad. La creación de canales
cortos en la distribución comercial es fundamental para que mejore
la atención a los consumidores en la economía de mercado.
Las cooperativas pueden
obtener así una vía alternativa de recursos, al trasladar las
producciones a los mercados de consumo. Por medio de los créditos
para la comercialización de productos agropecuarios se puede
conseguir que llegue más producto a los mercados de consumo, con
mayor competencia en la escala de la distribución. Si los precios no
son muy elevados y compensan el esfuerzo realizado, los consumidores
podrán satisfacer su demanda de cantidad, calidad y variedad, sin
que se produzcan las temidas roturas en la cadena, es decir, la
ausencia de producto en los mercados.
Las cooperativas
comerciales pueden ayudar a que los productos no se pudran en los
campos, esperando que alguien los traslade a las ciudades. Y sobre
todo, reducir el peso asfixiante de las estructuras estatales en la
distribución. Volviendo de nuevo a la frase con la que empezaba este
post “urge buscar, además, mecanismos que frenen el desvío de lo
producido hacia otros destinos que únicamente buscan el
enriquecimiento personal”. Ya los tienen. Las cooperativas de
distribución pueden contribuir a mejorar la canalización de la
oferta a los mercados, y por supuesto, aceptando el enriquecimiento.
Nada hay de anormal en ello. La iniciativa privada empresarial, las
cooperativas, deben orientarse por la lógica del beneficio para
poder mantenerse y crecer. Si no lo hacen pueden desaparecer. Y
entonces, sería mucho peor. Es la historia de los últimos 57 años.
Comentarios
Publicar un comentario