A vueltas con el papel de la Contraloría
Elías Amor Bravo, economista
No es difícil concluir, a la vista de
lo que está ocurriendo, que uno de los retos que se plantean las
autoridades del régimen castrista es cómo limitar y cercenar el
creciente dinamismo económico utilizando las estructuras de
control y represión, como la Contraloría, que buscan implantarse
dentro del nuevo modelo, prestando un servicio a la jerarquía, en
vez de cumplir su función de apoyo a la gestión empresarial.
Cualquiera que conozca de forma somera
el papel de las auditorias en el mundo de las empresas sabe que las
mismas consisten en realizar un examen de los procesos y de la
actividad económica de las empresas y organizaciones para confirmar
si se ajustan a lo fijado por las leyes o los buenos criterios. Es
decir, una fuente de información para inversores, stakeholders y el
público en general, sobre la manera de actuar de la empresa y la
calidad de sus cuentas, amén del respeto a la legalidad.
En el desempeño de estas funciones, el
auditor se convierte en un órgano externo e independiente a la
dirección de las empresas y organizaciones. De hecho, cuanta mayor
es esa independencia de criterio y de actuación, se otorga una
credibilidad también superior al trabajo realizado. Las auditorías
se encargan por medio de procedimientos competitivos, en los que se
tienden a valorar precisamente no sólo la solvencia profesional,
sino el rigor, la independencia y la calidad de los trabajos
realizados.
Dicho lo anterior, ¿qué está pasando
en la economía castrista con la Contraloría? Pues según se informa
en Granma, justo lo contrario. Al parecer a alguien se le ha ocurrido
que se debe promover encuentros entre directivos y auditores internos
para “fortalecer el trabajo conjunto e identificar posibles
soluciones a problemas comunes”. Es decir, en contra de lo que es
necesario, la separación e independencia, en la economía de base
estalinista y de intervención estatal diseñada por los Castro, es
justo lo contrario. Un batiburrillo entre auditores y gerentes cuya
finalidad, como dice la nota en Granma que me ha llamado la atención
no es otra que “convertir el control en una herramienta de
dirección”.
Y aquí vuelven las contradicciones,
cuando se reconoce que “la función del auditor interno resulta
medular como apoyo y soporte de la gestión administrativa”, es
decir, y repito, apoyo y soporte. Nada de vigilancia, control y
represión. Al parecer, quieren eliminar de las empresas y entidades
“aquellos actos que laceran la eficiencia y constituyen caldo de
cultivo para las indisciplinas y los hechos de corrupción”,
sin tener en cuenta, como ya hemos tenido ocasión de exponer en
otras entradas en este blog, que muchos de estos actos que
actualmente se penalizan en el sistema económico castrista tienen su
razón de ser en la compleja maraña de leyes, normas, disposiciones
administrativas y órdenes de todo tipo que tratan de regular el
funcionamiento de los agentes económicos. Cuando esas normas
absurdas desaparezcan, las “indisciplinas y la corrupción”
también lo harán.
Pero en tanto llega ese aire limpio que
necesita la economía castrista para funcionar, la Contraloría se
entretiene y como cualquier otro organismo de la dictadura, se pone
al servicio de la jerarquía, impulsando una serie de auditorías en
las que se obtienen “todo tipo de quejas y denuncias y los hechos
de corrupción reportados”.
¿Y dónde se concentrar las
irregularidades? Lo dicho. Todo muy grave, según fuentes de la
Contraloría, “en la contabilidad, la contratación, las cuentas
por cobrar y pagar, los pagos indebidos, los inventarios, el control
del combustible, así como los procesos de entrega y recepción de
cargos”. Es decir, poco más o menos, en el día a día de la
actividad empresarial. Nada escapa de este control represivo sobre la
economía, porque va dirigido precisamente a ello.
Nadie va a cuestionar la necesidad de
implantar sistemas de control interno a la gestión empresarial al
tiempo que se fomenta la participación de todos los trabajadores en
la mejora de la gestión. Antes de 1959, Cuba tenía una alta
reputación en el manejo de su sistema contable y de auditorías.
Muchos de aquellos profesionales de alta competencia huyeron de la
represión castrista y pudieron trasladar sus conocimientos a otros
países donde desarrollaron sus carreras. Conviene recordar, para que
nadie olvide, que fue el Che Guevara, a la sazón ministro de
economía, el que dijo que “Contabilidad de las empresas para qué”
y de aquellas tempestades nos encontramos los actuales barrizales.
Nadie va a cuestionar el papel que
desempeña el auditor interno como elemento esencial en el control
previo. Pero lo que no se puede es pedir peras al olmo, y en contra
de lo que dice la señora Bejerano, vicepresidenta del Consejo de
Estado y contralora general, los auditores no están para luchar
contra la ineficiencia económica de la economía castrista, ni para
estar denunciando ilegalidades y corrupción. Es justo lo contrario
de lo que ella afirma. Cuanto más se utilicen los órganos de
auditoria para controlar y reprimir la actividad económica, menos se
estará actuando en favor del objetivo de eficiencia. Lo prioritario
es cambiar el marco. Y en ello, no parece que esté nadie de momento.
Si se analizan las intervenciones de
otros participantes en esta actividad de la Contraloria, se puede
llegar a la conclusión de que hay mucho que hacer, pero no
precisamente para reprimir y denunciar la actividad económica que
trata de abrirse camino en la Isla, sino todo lo contrario. Al final,
es lo de siempre, “bajo nivel de preparación de los profesionales,
insuficiencia de las plantillas, el papel de la dirección, la
voluntad de los jefes, sus equipos de dirección y los colectivos
laborales”. Esta historia ya la hemos visto antes.
Comentarios
Publicar un comentario