Corrupción y ejército que produce menaje de cocina: al consejo de ministros

Elías Amor Bravo, economista

El consejo de ministros del martes pasado, además de valorar la “información coyuntural” de la economía hasta abril y dedicarse a esbozar las líneas del plan económico de 2019, abordó el escabroso asunto de “la corrupción administrativa en el país, nocivo fenómeno que afecta la economía nacional, con el consiguiente daño moral”.

Díaz-Canel dijo que “el enemigo principal de la revolución es, precisamente, la corrupción”, y añadió que “no podemos convivir con ese fenómeno, porque es expresión de deterioro de valores, de tolerancia e impunidad” ¿En qué quedó el hombre nuevo? Es evidente que la corrupción en Cuba ha alcanzado una dimensión que escapa al control comunista y por las declaraciones que hacen las autoridades ya no solo preocupa, causa alarma. Los dirigentes comunistas temen que la corrupción, en la medida que se perciba por la sociedad, pueda llevar a un cambio abrupto de sistema político. La cuestión es si esa corrupción, que parece arraigada y que se pretende borrar de un plumazo, es un fenómeno espontáneo y del azar, o hunde sus raíces en el modelo económico del régimen. Nos inclinamos por esta segunda opción. Y de hecho, el asunto, tratado en el consejo de ministros, ha dado algunas pistas para ello.
En Cuba, esta función de guerra abierta contra la corrupción ha sido encargada a la Contralora General de la República, Gladys Bejerano, que instalada cómodamente en el consejo de ministros, hace y deshace a su libre albedrío, denunciando aquellos casos más o menos lesivos en materia de corrupción que se detectan por su ejército de inspectores. En esta ocasión, la señora Bejarano “informó que en los casos analizados se ratificó que su origen radica en las fallas de la conducta de las personas y en las fisuras de los sistemas de control”. Una vez más, el fantasma del “hombre nuevo” que no llegó a nacer.
Por un lado, se destacó “el insuficiente rigor en la selección de los cuadros y en la observación estricta sobre la conducta política y social de directivos, ejecutivos y funcionarios, así como que no se hacen análisis oportunos de los estados de opinión y planteamientos de los trabajadores al respecto”.
Interesante aportación. Viene a confirmar algo que ya se sabía. La meritocracia comunista en Cuba está más en función de la vinculación con el régimen o la cúpula del gobierno que con la competencia directiva o la cualificación. Asunto importante porque una economía necesita para funcionar que la gente desempeñe sus funciones con el máximo rigor y profesionalidad.

No hace mucho tiempo, un empresario interesado en operar en el Mariel me habló del perfil de los candidatos que le había suministrado la agencia de colocación del régimen encargada de seleccionar trabajadores para las empresas de la zona franca. Precisaba, básicamente, mozos de almacén con conocimiento para trabajar con grúas y elevadores, pero la agencia envió titulados universitarios en geografía, antropología e historia universal, sin experiencia laboral previa. Investigó y pudo comprobar que la mayoría eran familiares de dirigentes políticos de los pueblos cercanos.
Es bueno que la Contralora destaque el “insuficiente rigor en la selección de los cuadros, ejecutivos y funcionarios” y que este asunto se lleve a un consejo de ministros. El régimen es el responsable directo de la corrupción, al mantener esas normas de selección inadecuadas, que han detectado como el principal foco, además del cumplimiento de la conducta política y social de los directivos. Ya tienen por dónde empezar. Cambien los procesos de selección y logren que los mejores pasen a ocupar los puestos de relevancia. Empiecen a todos los niveles. No se olviden de la cúpula dirigente. No será la solución mágica a los problemas de la economía pero puede ayudar y mucho si se corrige el modelo actual.
Igualmente, el consejo de ministros de Díaz-Canel analizó lo que llaman “las potencialidades de la Unión de Industria Militar, creada en el año 1988”, valorando la respuesta que puede ofrecer a muchas de las necesidades que presenta la economía nacional.
Cuando la mayor parte de los países del mundo rechazan el auge y predominio de la industria militar, y exigen a sus gobiernos democráticos la reducción de los presupuestos de defensa y la lucha activa contra el comercio internacional de armamentos, en Cuba nadan en la dirección contraria. No saben qué hacer con el complejo armamentista militar ideado desde los primeros tiempos de la llamada revolución, y lo que es peor, ahora quieren potenciarlo. Y si el propio Fidel Castro acabó destruyendo a comienzos de siglo XXI el sector el azúcar (este año Cuba ha tenido que importar azúcar), esa misma acción para reducir el tamaño de la industria militar ni está ni se la espera. Más bien todo lo contrario porque el director de la Unión de Industria Militar explicó en el consejo de ministros “el desarrollo de este complejo industrial que tiene como misión fundamental responder por los procesos de reparación, fabricación, modernización y desarrollo de la técnica militar, así como aportar a la economía del país”.
El tema es de enjundia. Ya me dirán ustedes qué hace el ejército de un país fabricando “partes, piezas y agregados para el transporte automotor, la reparación y modernización de máquinas herramientas, la producción de varios tipos y surtidos de envases y embalajes de plástico, luminarias con tecnología LED y cubiertas metálicas para techos”. Además, y según el director, “con gran aceptación en la población cubana, estas empresas también se dedican a fabricar productos de higiene, menajes de cocina, muebles, puertas de plástico y de madera, además de tanques para el agua”. Un ejército, que además de fabricar armas, se dedica a la producción de bienes intermedios y de consumo doméstico.
¿A quién le cabe esta idea en la cabeza a estas alturas del siglo XXI? La producción militar en todo el mundo, el peso de los ejércitos, está siendo ampliamente cuestionado. Los ejércitos atraviesan etapas de ajuste en sus dimensiones y de reorientación hacia la paz y la cooperación. En Cuba, no ocurre nada de esto. Todo lo contrario. Actividades que deben se ejecutadas por empresas civiles, privadas o mixtas, alejadas de la esfera de control de un ejército, en Cuba se encargan al ejército y permiten a las fuerzas armadas conservar una cuota inalterada de la economía cubana.

Para mayor pesar de Díaz-Canel, la realidad es que esas empresas militares son las que mejor funcionan del aparato estatal (tras el perfeccionamiento empresarial de Murillo a finales de los años 80)  y plantearse cualquier acción sobre las mismas, puede suponer entrar en terreno pantanoso. Lo cierto es que se pretende estimular el potencial de la Unión de Industria Militar, otra cosa es que se logre. Incluso alguien señaló "que en algunas ocasiones, por la falta de conocimiento se importan productos que se hacen con igual o mayor calidad en el país en estas empresas”. Todavía el otro día alguien hablaba de los necesarios encadenamientos en la economía cubana. Aquí tienen un buen ejemplo.

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