¿Por qué funcionan tan mal los precios en Cuba?
Elías Amor Bravo, economista
La economía de planificación central, sin derechos de propiedad, ni mercado como institución para la asignación de recursos, está llegando en Cuba a su final. Cada día, el periódico oficial comunista Granma publica artículos sobre aspectos que rigen el pésimo funcionamiento de la economía cubana. Hoy quiero hacer referencia a uno titulado “Escuchar mejor a quien demanda, principio esencial de la oferta” que me ha llevado a escribir este post.
Lo cierto es que, como en otros asuntos, la música suena bien, pero la letra no encaja. El artículo versa sobre cuestiones que reclaman la preocupación de las autoridades: los precios de determinados artículos y la baja rotación de los inventarios. De ahí que se plantee, bajo mi criterio con acierto, escuchar la demanda para diseñar la oferta. Este es un principio fundamental de la disciplina del marketing, de la que tan necesitada está la economía comunista que impera en Cuba.
¿Por qué decimos que el marketing no existe en Cuba? Básicamente porque nadie, absolutamente nadie, desde 1959 se ha preocupado por atender las necesidades de los consumidores. Antes de la llamada “revolución”, los cubanos conocieron un universo completamente distinto al que produjeron los comunistas con las primeras confiscaciones y anulación de leyes económicas y comerciales. Los que han vivido después, sólo han conocido, colas, racionamiento, apagones, precios topados, libretas de racionamiento obligatorias, “canasta normada”, y un sin fin de inventos castristas, que solo se pueden observar en el páramo siniestro de la economía de Cuba.
Se trata, ante todo, de ejemplos que ponen de manifiesto que las necesidades de los consumidores, lo que el artículo define como “escuchar a quien demanda” ha estado completamente ausente de la gestión de la economía. A nadie le ha preocupado que los cubanos puedan consumir media libra de pollo o de arroz o café, o que tengan derecho a un artículo de vestir o de calzado. En base a un mal interpretado principio de igualitarismo, varias generaciones de cubanos se han acostumbrado a vivir con lo que el régimen les suministra. No hay libertad de elección, no hay atención alguna a las necesidades. Ante esa falta de información, las empresas, por supuesto las comerciales también, todas ellas en manos del estado planificador e intervencionista, han tomado sus decisiones de producir en base a directrices y criterios de burócratas perdidos entre datos de calorías, niveles de consumo percápita o precios topados. Majaderías que, a la larga, han creado los problemas que existen en la actualidad.
El régimen identificó desde 1959 al mercado como el gran enemigo de la llamada “revolución”. La libre acción de oferta y demanda, que es la clave para el funcionamiento eficiente de una economía, fue completamente abolida a partir de 1967 una vez que la llamada “ofensiva revolucionaria” acabó con cualquier vestigio de actividad privada e independiente del estado totalitario en la economía. Desde entonces, todo ha sido un proceso de declive, que a diferencia de lo ocurrido en otros países del mundo, para Cuba significa en 2018 estar mucho peor que en 1968. Tan solo basta pasear por las destruidas calles de La Habana para coincidir en esta apreciación, sostenida por los datos.
El experimento ha sido un fracaso. Y por ello, cuesta entender la cerrazón de las autoridades en reconocer que, despejada la incógnita de los Castro, por qué no se avanza hacia una economía libre de mercado, con una participación pública limitada a las funciones clásicas del sector público: estabilización, asignación y distribución. Nada más y nada menos.
Por eso, en el artículo de Granma no se puede entender por qué al ir a comprar un “sobrecama”, el único problema es el precio. Es muy fácil. Cuando quién fabrica este artículo lo hace sin tener información del mercado, sino a partir de los indicadores (precio de aceptación, como dicen en el artículo) que le obligan a cumplir los burócratas, suelen ocurrir estas cosas. No hay nada extraño en ello. Si los fabricantes producen de acuerdo con sus costes, a unos precios tentadores para los consumidores, la demanda será positiva si los ingresos alcanzan. Esta es otra cuestión que posiblemente merece otro post como éste.
Como en Cuba los productos no siguen esta regla, se acumulan en los inventarios sin vender. Y esto, lógicamente, provoca unos costes de almacén que suponen una rémora para el conjunto del sistema. Mientras unos artículos se demandan intensamente y el legislador tiene que controlar para evitar desabastecimiento, otros, en cambio, se mueren en los anaqueles.
Sin conocer lo que quieren los clientes, difícilmente las empresas pueden producir lo correcto, en cantidad y calidad. Un cuenta propista habanero es mucho más eficiente en esta actividad que cualquier empresa estatal o una UBPC, que se rigen por otros criterios distintos. El marketing investiga las necesidades de los consumidores para ofrecer productos adecuados a las mismas, satisfacer a los que están dispuestos a pagar. Pero esto, no se hace porque las empresas sean instituciones de caridad o beneficencia, sino porque al hacerlo así, quieren ganar dinero, cuánto más mejor. Precisamente, aquellos que aciertan al colocar productos de calidad a precios competitivos en el mercado, son los que sobreviven. La experiencia del sistema de planificación central en Cuba demuestra justo lo contrario. Los que no actúan de este modo, pierden dinero, se endeudan y acaban siendo cerrados por el gobierno, que es su dueño.
Y como dice el artículo de Granma que cito textualmente, “las consecuencias palpables de estas dificultades oscilan entre las insatisfacciones del pueblo y las afectaciones de indicadores económicos como la circulación mercantil, pues lo que no se vende pasa a los inventarios ociosos y de lento movimiento”.
Reconocer el fracaso está muy bien. Querer dar soluciones dentro del modelo económico que ha fracasado, es tropezar otra vez con la misma piedra. Yo propongo acabar con los mecanismos de fijación de precios existentes en la actualidad, a saber, “el valor establecido por resolución y el precio por acuerdo” y dejar que las empresas sean las que puedan establecer sus precios libremente, en función de sus costes. Para asegurar que el precio final no sea oneroso, se deben facilitar los mercados mayoristas que acerquen los productos a los mercados de consumo final. Canales cortos, ágiles, directos.
En las tiendas de venta al público, los inventarios deben ser mínimos. Tan solo deben estar los productos de mayor rotación. Los mayoristas serán los encargos de los inventarios de lento movimiento y a tal fin, se encargarán de corregir las deficiencias, canalizando la información a los productores. En todo este proceso, como observa el lector, no hacen falta ni planificadores estatales, ni burócratas, ni comisionados del partido o delegados del poder popular. Esta actividad empresarial se desarrolla por personas pertenecientes a las distintas entidades que operan en los mercados.
Poco a poco, los precios empezarán a ajustarse, sin necesidad de decisiones políticas de intervención o de toparlos. Las rebajas, por ejemplo, en época estival o de fiestas de navidades y fin de año, pueden estimular campañas estacionales para vaciar los inventarios, como ocurre en otros países del mundo. En todo caso, las decisiones de rebajas de precios corresponderán a los vendedores finales, directamente relacionados con los productores y distribuidores de la cadena de valor.
No hay nada nuevo en este proceso. Los cubanos no deben temer nada de él. Funciona en todos los países del mundo, incluso en China y Vietnam, donde los dirigentes comunistas han sido capaces de desprenderse de las ataduras que frenan el progreso del nivel de vida de la población. Pretender, como se dice en el artículo, resolver estos problemas dentro del marco institucional castrista, es un grave error y una pérdida de tiempo. Liberalizar el comercio ya no admite dilaciones ni tampoco dudas sobre su efectividad. De hecho, las actividades en que los cuenta propistas han avanzado en mayor proporción liberalizando los precios de venta, no han quebrado, a pesar de las presiones y trabas del régimen. Ellos son los que marcan el camino a seguir. Desde aquí hago votos para que el comercio en Cuba vuelva a la normalidad histórica. El marketing lo agradecerá.
Comentarios
Publicar un comentario