¿Còmo se puede mejorar la inversión extranjera en Cuba?
Elías Amor Bravo, economista
El régimen ha lanzado en los últimos días una intensa campaña de propaganda para estimular las inversiones extranjeras en la economía. Esto queda recogido en un artículo publicado en el periódico oficial comunista Granma, con el título “Modernizar el plantel fabril, premisa de desarrollo”. El artículo, al que hacemos referencia en este post, recoge declaraciones de Salvador Pardo, el ministro de industrias, durante la inauguración, el pasado lunes, de la III Convención y Exposición Internacional Cubaindustria 2018.
Según Pardo, y cito textualmente, “el establecimiento de alianzas comerciales, así como la identificación y concreción de proyectos inversionistas con capital extranjero, ya sea conjuntos o de complementariedad tecnológica, que permitan incrementar las exportaciones y sustituir las compras en mercados foráneos, constituyen premisas de desarrollo para la industria nacional”.
Como en muchas otras ocasiones, puede ser que la música suene bien, pero la letra no. Si el régimen castrista quiere atraer inversión extranjera, se tiene que olvidar de las estrategias que ha venido desarrollando hasta la fecha. Básicamente, la concentración de la inversión extranjera en proyectos, líneas o actividades controladas por el estado, no funciona. El inversor extranjero, ya lo hemos dicho en numerosas ocasiones, quiere elegir libremente aquellas alternativas en las que va a colocar el dinero, que al fin y al cabo es suyo. Para nada requiere los servicios de una organización burocrática intervencionista que le diga dónde y cómo poner su dinero.
No es extraño que el modelo fracase. Como lo es la obsesión con otorgar prioridad a proyectos en la rama ligera, productora de bienes de consumo, los cuales inciden en la calidad de vida del pueblo. Básicamente, porque en Cuba, con los bajos salarios nominales, hay que olvidarse, al menos momentáneamente, de un mercado nacional potente. Hay mucho que hacer antes para lograr que los cubanos mejoren su capacidad adquisitiva. Además, quiere el régimen dar prioridad al sector metalmecánico; a la esfera electrónica, al uso de fuentes renovables y al programa de informatización de la sociedad, así como a la industria química.
Realmente está interesado el inversor extranjero en estas “prioridades” de la economía cubana. No lo parece dada la experiencia de los últimos años. Al margen de los problemas instituciones relativos a los derechos de propiedad, es evidente que el capital extranjero no tiene las mismas prioridades que el régimen. En tales condiciones, seguir con la misma estrategia, tiene poco sentido.
Si realmente se quiere atraer capital privado a la economía cubana, hay que cambiar muchas cosas. Algunas pueden tomar años, pero otras, sinceramente, son rápidas de desarrollar y tienen un alto impacto, como se ha demostrado en otros países. ¿Acaso estoy pensando como Pardo Cruz en la modernización del campo siderúrgico, la introducción e integración de vehículos eléctricos y el aseguramiento de equipos para la industria local de materiales de la construcción?
Por supuesto que no.
Creo que la prioridad a las inversiones se tiene que orientar a los cuenta propistas y los arrendatarios privados de tierras, que son las fórmulas de gestión, empleando el término que usan los comunistas, más libres e independientes de la economía cubana. En esencia, lo que estoy planteando es que se autorice, con una simple modificación de la Ley de inversiones extranjeras, a la inversión libre en los proyectos que surgen de la mano de la iniciativa libre en la economía, fuera del control del estado. En tales condiciones, la inversión extranjera sería lo que tiene que ser: una operación entre empresarios, sin interferencias burocráticas, salvo las que tengan que ver con la regulación de los procesos. Al mismo tiempo que se autoriza a los emprendedores libres cubanos a captar inversión extranjera, la fórmula ideal es la joint venture, el régimen comunista debería ir aumentando el número de autorizaciones para el ejercicio del trabajo por cuenta propia, sobre todo hacia servicios avanzados, tecnologías y capital humano.
No se trata de soñar, se trata de ser prácticos. De eso va la economía, y no de hablar y hablar de boberías, perdiendo el tiempo precioso que Cuba necesita para superar su atraso. El régimen tiene que reconocer que su política de estado de atracción de inversiones extranjeras ya tocó a su fin, y que a partir de ahora, tiene un recorrido limitado. Que apoye a los emprendedores en esta nueva fase, o simplemente que les permita llegar a esos acuerdos, y veremos numerosas ramas de la economía florecer y atraer capital extranjero.
Hay que olvidarse de los números y apostar por la calidad y especialización. Si en vez “de 203 vagones y 22 locomotoras rusos o la apertura de una estación de servicios Kamaz en la Zona Especial de Desarrollo Mariel (nadie dice cuál es el importe de todo este monto de inversión)”, se atrajese a pequeñas empresas especializadas en producción de carne, leche o huevos, servicios especializados para la agricultura (abonos, fertilizantes, riego) o los servicios tecnológicos a empresas, centros de formación para directivos o empresas de construcción de vivienda, estoy seguro que el resultado sería mucho mejor, y de un impacto más positivo sobre el conjunto de la economía.
¿Por qué el régimen comunista no quiere este modelo? Por lo mismo de siempre, para no perder control económico. Comercio de estado con rusos o chinos, e inversiones procedentes de estos países, garantiza que la mega concentración de poder económico en manos del estado, la seguridad policial y el ejército, permanece inalterada, e incluso se refuerza. Si se permite la entrada del capital extranjero a los agentes privados, la posición de poder se trastoca y cualquier cosa puede ocurrir.
Este es el reto que tiene Díaz Canel encima de la mesa, y lo malo es que cada vez va a ser peor. Necesita las divisas de la inversión extranjera, pero sabe que tienen un límite con el modelo actual. No hay mucho tiempo para la política de estado. Hay que liberar las fuerzas económicas privadas.
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