En torno al "desempeño aceptable" de la economía cubana
Elías Amor Bravo, economista
A comienzos de esta semana, el consejo de
ministros de Díaz-Canel ha vuelto a reunirse para abordar cuestiones
relativas al comportamiento de la economía nacional en el primer
semestre, así como la liquidación del presupuesto del estado de
2017 y las acciones de control realizadas a su ejecución; así como
las exportaciones, los créditos externos para inversiones y la
inversión extranjera. Granma se hizo eco de estas informaciones.
Mi pregunta es cómo, desde la responsabilidad de
la gestión económica de un país, se puede afirmar que “para el
primer semestre del año se estima un desempeño aceptable de la
economía a pesar de las tensiones que la caracterizan”. Estas han
sido palabras textuales de Alejandro Gil Fernández, viceministro
primero de Economía y Planificación, en su informe al consejo de
ministros del comportamiento de la economía en el período referido.
Sin datos estadísticos de coyuntura económica
que puedan sustentar estas afirmaciones, sin referencias objetivas y
transparentes a las que acudir, y sin otra evidencia que las palabras
del funcionario, solo cabe afirmar que la economía cubana no está
bien, que se encuentra inmersa en una situación muy complicada y que
las autoridades esconden estos síntomas que, sin embargo, se
perciben claramente por la población.
No es posible aceptar que la economía cubana ha
tenido un “desempeño aceptable” cuando el propio funcionario del
régimen expone que “los aspectos que más han incidido en el
comportamiento económico son la insuficiente disponibilidad de
recursos; la afectación climatológica al programa de la zafra;
incumplimientos en los ingresos por exportaciones; y el impacto de
intensas lluvias, a lo que se suma el recrudecimiento del bloqueo
norteamericano y sus efectos extraterritoriales”.
Todas estas referencias tienen un impacto negativo
sobre la oferta productiva de la economía, reduciendo su potencial
de crecimiento y productividad. Descontando la eterna referencia a
los efectos del bloqueo, que ya se ha convertido en un cierre de
identidad corporativa para todos los discursos económicos del
régimen castrista, los otros factores son ciertamente muy graves y
difíciles de manejar en la gestión de una economía.
En cierto modo, se encuentran, además
interrelacionados, porque la insuficiente disponibilidad de recursos
tiene mucho que ver con la caída de la cosecha azucarera por debajo
de los niveles de producción de los tiempos de la colonia, lo que ha
obligado a realizar importaciones de azúcar para mantener el consumo
interno. Lo nunca visto. Los incumplimientos en ingresos por
exportaciones se deben a la dependencia del petróleo de Venezuela,
que continúa pasando factura a la economía e impide mantener el
ritmo de las ventas de derivados en los países del Caribe. Las
lluvias y los fenómenos climáticos deberían estar descontados en
las cuentas económicas de cualquiera que tenga la más mínima
racionalidad en la planificación de la actividad en esta zona del
planeta.
Y lo que es peor, el impacto recesivo de estos
factores expuestos por el funcionario del régimen no se puede
compensar, ni de lejos, con “los moderados incrementos en el sector
de la construcción y el comercio, o los cumplimientos favorables en
las principales producciones agrícolas y los niveles de actividad de
la industria alimentaria se comportan en su mayoría acorde con lo
planificado”. Ni siquiera por la actividad turística, que pese a
haber sobrepasado, según el funcionario, los dos millones de
visitantes no va a tener un resultado como el de años anteriores.
Los motores de la economía castrista, si es que existe alguno a
estas alturas, se encuentran apagados y sin recambio. Tal vez si no
fuera por el reclamo de las remesas de los cubanos residentes en el
exterior, esta historia habría terminado hace mucho tiempo.
La debilidad de la demanda interna de la economía
cubana arrastra a la oferta productiva, y ambas apuntan a una
situación especialmente compleja para una economía que necesita
crecer a un ritmo más elevado para poder mantener el complejo
entramado de gastos que sostiene el estado, y no tanto salud o
educación, sino las pérdidas de las empresas estatales y las
subvenciones a los precios de los productos, que son el renglón más
expansivo de los gastos del presupuesto. Nada de esto se puede
calificar como “aceptable” y en modo alguno tiene que ver con el
bloqueo o el embargo. Es un problema interno derivado de un modelo
que ya no funciona, no admite su mantenimiento en el tiempo y que
exige cambios institucionales profundos para sacar a la economía del
marasmo en que se encuentra.
Lo peor es que en el consejo de ministros “se
valoró la importancia de continuar las labores conjuntas entre todos
los organismos en función de cumplir el plan diseñado”. Nadie
quiere reconocer lo único que cabe asumir en este momento. Si se
pretende que las pocas potencialidades de la economía permiten
avanzar al país, no basta con “enfocar el trabajo a lograr mayores
niveles de actividad y eficiencia”, sino sentar las bases jurídicas
e institucionales para que ello sea así: un marco estable de
derechos de propiedad privada y el mercado como instrumento de
asignación de recursos para toda la economía y la libre empresa
privada como eje del funcionamiento del sistema económico.
Si las autoridades quieren seguir con las mismas
majaderías de siempre, “como identificar en cada organismo
reservas existentes; lograr un mejor control sobre la desagregación
del Plan; y priorizar las inversiones que más pueden contribuir al
desarrollo del país”, no harán otra cosa que seguir perdiendo el
tiempo. Si se quiere invertir más en “trasvases, inversiones que
aseguren agua para la población y la agricultura; así como las
inversiones en el turismo, que aportan ingresos inmediatamente, y las
de la industria alimentaria, que sustituyen importaciones y permiten
también contar con más productos para el mercado interno” como
señaló Díaz Canel en su intervención de cierre, hay que confiar
en la iniciativa privada, en la libre empresa para que lidere estos
grandes retos. Pero no en las trasnacionales europeas o asiáticas
que tratan de hacer negocios en la isla, con no pocas dificultades,
sino en las empresas de los cubanos. Los de fuera y los de dentro.
No darse cuenta de que esto es lo que se tiene que
hacer es muy malo, pero que muy malo para todos los cubanos. Ha
llegado el momento de tomar las decisiones que son necesarias y
urgentes. No se puede ir contra la razón humana ni contra el sentido
de la historia.
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