Carta abierta a la segunda Convención del Comercio de Cuba 2019
Elías Amor Bravo, economista
Por favor, no pierdan más tiempo. Si de verdad quieren aprovechar "buenas prácticas y experiencias" para mejorar la situación del comercio cubano, adelante. Si de verdad quieren proteger los derechos de los consumidores cubanos, no se detengan. Pero de verdad les digo, por el camino que van, malo muy malo. El comercio cubano se encuentra en 2019 en una situación mucho peor que en 1959. Es uno de los sectores que han experimentado una involución, de tal modo que los avances en tecnologías, servicios, variedad, calidad que existían antes del comienzo de la revolución, se han quedado en nada.
Responsable: el régimen castrista y su sistema económico impuesto a los cubanos. No hay que ir muy lejos. Muchos nos preguntamos cómo sería el comercio cubano si no hubiera ocurrido el desastre de 1959. La respuesta no es difícil: posiblemente uno de los más avanzados del mundo, al menos en América Latina, con multinacionales solventes, capacidad de exportación de tecnología y líder en numerosos actividades. Nada que ver con el desastre que nos ha llegado al presente.
La solución al problema: un giro de 180º, el retorno a la normalidad comercial que existió en Cuba antes de 1959 y que permitió desarrollar fórmulas de éxito en otros países del mundo, como El Corte Inglés en España. El régimen comunista enterró para siempre el talento, las capacidades, la tecnología y la capacidad de crecimiento del comercio cubano. Y lo terminó por extinguir a partir de la ofensiva revolucionaria de 1968. Volver a aquella situación resulta imposible, pero al menos, algo hay que hacer, y cuanto antes.
El régimen comunista nunca entendió la importancia de la actividad del comercio y su notable influencia en la calidad de vida de todos los cubanos. Las barrabasadas iniciales, confiscando todo tipo de empresas y negocios, a la vez que culpaban a los comerciantes y, sobre todo, a los intermediarios, de todos los males del país, fueron el disparo de salida para una de las acciones más desastrosas cometidas en la historia de la economía de un país.
Aquellos comerciantes que lo perdieron todo, eran en su mayoría de origen español, habían llegado a Cuba prácticamente sin nada procedentes de sus pobres y míseras zonas de origen en España, y se convirtieron con el trabajo y el esfuerzo en los protagonistas del desarrollo comercial de Cuba. Empezando desde muy abajo, sorteando todo tipo de dificultades para llegar a consolidar sus negocios. Y en eso llegó Fidel Castro y acabó con todo.
El siguiente paso en esta secuencia fue enterrar para siempre la libre elección del consumidor, y establecer una libreta de racionamiento que ha venido funcionando, todo un récord mundial, durante 60 años, y seguirá, si no se arreglan las cosas. La libreta ha sido un instrumento de control social, una forma de dirigir al consumidor hacia aquello que el modelo de intervención en la economía establece, y no hacia sus preferencias y deseos. Rota la libre elección, que es la base de la motivación individual, al cubano no le ha quedado más que depender del estado al 100%. Su vida, su mísera vida, no se puede entender de otro modo.
Ustedes, responsables ministeriales del comercio en Cuba, reunidos en el Palacio de Convenciones de La Habana, tienen que darse cuenta que no es posible mantener postulados ideológicos trasnochados para justificar un determinado modelo económico que solo crea dificultades. Si en vez de subsidiar a las personas, como dicen que se basa la política comercial de la revolución, se dejase libertad y flexibilidad a la oferta para identificar su demanda, y producir en condiciones de cantidad y calidad adecuadas, otro gallo cantaría. Pero ¿es que acaso no se dan cuenta que eso que llaman “el esfuerzo del Estado para garantizar los productos de la canasta básica normada y distribuirlos en todo el país” es lo que realmente provoca miseria, anaqueles vacíos en las bodegas, colas y desabastecimiento en el comercio cubano? ¿Cuándo van a reconocer el fracaso y empezar de nuevo?¿Hasta dónde va a llegar la cerrazón?
Además, tengan por seguro que el comercio en Cuba no volverá jamás a lo que fue antes de 1959. Eso es muy difícil, y menos con los parámetros actuales, pero al menos se debería establecer una nueva línea temporal que sirviera para mejorar las condiciones de vida de la población. Por ejemplo, un buen comienzo puede ser activar el mercado de la vivienda, pero aquí tropezamos con la obsesión estalinista de la nueva constitución castrista, que impide a los cubanos enriquecerse y acumular activos. Mal comienzo para sentar las bases de un mercado que necesita urgentemente su creación y puesta a punto.
Y qué decir de las normas de “protección al consumidor”, ¿de verdad creen las autoridades ministeriales castristas que en Cuba se protege realmente al consumidor? Cómo se nota que no se dan una vuelta por los mercados en los que se venden los productos, sobre todo agropecuarios, en unas condiciones de calidad y prestación que dejan mucho que desear. Ni siquiera en los países más atrasados del tercer mundo se observan prácticas comerciales como las que jalonan el territorio de la isla, que más vale ni mencionar. Y sobre todo, tengan por seguro que la mayor protección que puede desear un consumidor es tan simple como llegar a su bodega, encontrar el producto que quiere y pagarlo. Ese comportamiento elemental para muchos que vivimos fuera de Cuba, es un auténtico drama en la isla, que ha creado hasta un término para su definición, como es “resolver”.
Háganme caso, no hay que buscar muchas “buenas prácticas y experiencias” en el régimen castrista para desarrollar el comercio de Cuba y buscar las soluciones a los problemas que existen hoy, que por cierto son los mismos que existen desde hace 60 años. Tan solo habría que empezar por restaurar un marco jurídico estable que proteja el ejercicio de la propiedad privada en la actividad comercial en Cuba al 100%, para continuar después con la consolidación de los mercados como instrumento de asignación de recursos sustituyendo a la planificación, tanto mayoristas como minoristas, y acabar facilitando la atracción de capital extranjero hacia el sector comercial, en el que sobre todo deben participar los emprendedores cubanos privados que surjan al amparo de la reforma, en colaboración con los procedentes del exterior.
Un plan como este, por desgracia, no devolverá al comercio cubano el esplendor que podemos disfrutar en aquellas películas de los años 50 que han llegado hasta nosotros y nos descubren cómo era Cuba antes del desastre. Pero al menos se podrá conseguir que los cubanos puedan volver a elegir con libertad y que “resolver” pase a mejor vida.
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