Ninguna celebración en el 60 aniversario de la reforma agraria
Elías Amor Bravo, economista
Los comunistas
castristas están de celebraciones. No se si vale la pena tal cosa, a
la vista de cómo quedó todo. Me refiero a la tristemente célebre
“reforma agraria” que fue aprobada por Fidel Castro, sin atender
a razones algunas, un nefasto día 17 de mayo de 1959. Hoy se cumplen 60 años de aquello.
Como este tipo
de cosas ocurrieron hace muchos años, y en el tiempo, como en el camino, se suelen
perder muchas cosas, conviene situar en perspectiva lo que significó
aquella medida más propia del “imaginario revolucionario
comunista” que de una tradición cubana, donde nunca antes en la
historia se habían adoptado decisiones de tal calibre.
Por
desgracia, tras la llamada reforma agraria, por mucho que se empeñen
los comunistas de Granma de decir lo contrario, la realidad es que la
potente agricultura cubana de la colonia y los primeros años de la
República, nunca se volvió a recuperar. Y los problemas para
alimentar la población se convirtieron en estructurales.
La reforma agraria
castrista fue un auténtico desastre. No solo porque desposeyó a los
legítimos dueños de la tierra sin pago alguno de la misma, sino
porque acabó provocando cambios estructurales que no dieron
resultado alguno porque se plantearon con una perspectiva contraria a la racionalidad económica y de naturaleza profundamente reaccionaria. Su diseño fue muy deficiente,
impulsivo y de raíz estalinista, más propia de los tiempos de la
"guerra fría", en los que Castro había identificado a EEUU como el
enemigo para sostener su revolución y a la URSS como el socio
necesario.
Comparada con otras
reformas agrarias, como la francesa del siglo XVIII, la castrista no
sirvió ni para arraigar a los campesinos a la tierra, ni para
mejorar la productividad del trabajo ni para lograr que la
agricultura se convirtiera en una actividad competitiva. Nada de eso
se logró. Al contrario, lo que nos ha quedado, con el paso de los
años es una fotografía de triste recuerdo, de aquellos tiempos en
blanco y negro, que ayudó a envalentonar a los que se hicieron con
el poder político e institucional a partir de 1959.
Así que nada de
“entusiasmo de testigos directos, ni de paralización épica del
tiempo” como dice Granma para referirse a la reforma agraria
comunista, ni tampoco “rostros asombrados, los gestos agradecidos,
los abrazos profundos y hasta las lágrimas de mucha gente
conmovida”. Nada de eso forma parte de patrimonio común alguno de
los cubanos de dos o tres generaciones. Si no que es más bien una
retórica que confunde y crea unas expectativas que nunca se
cumplieron. Insisto, aquellos guajiros que recibieron los “títulos
de legítima propiedad” de la tierra que anteriormente trabajaban, nunca
encontraron ventaja alguna en ello, y acabaron, en el mejor de los
casos , llenos de frustración al comprobar que todo era demagogia y
engaño.
Esta crónica de
hechos que el régimen comunista ha creado, basada en “testimonios
sufridos de dolor, abusos, desalojos y vidas arrancadas por la
dictadura batistiana” está pidiendo, de una vez por todas, un
ejercicio real y objetivo de memoria histórica, para sentar las bases
de las futuras generaciones de cubanos. Porque si existe algo peor
que el olvido de una sociedad, es la distorsión y falsedad de la
historia. Son muchos años de engaño consecutivo, como para creer
que la reforma agraria cumpliera algún objetivo que no fuera
arrebatar la tierra a unos propietarios para avanzar hacia la
colectivización y el predominio absoluto de la propiedad estatal.
Porque ese fue el
resultado de la reforma y no otro. Eliminar para siempre, y de raíz, los derechos de propiedad privada, la libre empresa y el mercado en la agricultura cubana. Mientras que antes de 1959 la
propiedad de la tierra en Cuba era mayoritariamente privada y estaba
en manos de centenares de miles de agricultores prósperos que habían
conseguido con esfuerzo y trabajo sacar adelante sus predios con no
pocas dificultades, tras la nefasta Ley de reforma agraria, más del 80% de
la tierra pasó a estar en manos del estado, que creó granjas
colectivistas absolutamente ineficientes e improductivas, mientras
que los campesinos se vieron obligados a cultivar parcelas de una
dimensión muy reducida y lo que era peor, a no poder incrementar su
tierra para fines particulares. De un plumazo, el estado comunista había
abolido el mercado de la tierra y las transacciones basadas en la
oferta y demanda.
El trasvase de la
propiedad de la tierra de los empresarios y agricultores al estado
cercenó de raíz la productividad agrícola, las zafras de azúcar
empezaron a menguar, y los cubanos a pasar problemas de alimentación.
Y el régimen comunista mantuvo su política de férreo control
durante largas décadas mientras el campo se infectaba del marabú y
en vez de producir alimentos en el interior había que destinar miles
de millones de dólares a la importación, principalmente de EEUU.
De ese modo, la
reforma que reconoció a los guajiros la propiedad de la tierra, al
mismo tiempo los condenó a la pobreza de por vida, sin posibilidades
de desarrollar y aumentar la escala de la producción, salvo
asociándose en cooperativas controladas por los comunistas. El
círculo vicioso de la economía castrista se convirtió en un cerrojo para la
agricultura. La legalidad anterior a 1959 pervertida, las condenas
por matar una res o cualquier otro tipo de práctica se emplearon con
extrema dureza, producir era difícil sin aperos, sin abonos, sin pesticidas. Muchos tiraron la toalla. El exilio se encargó del resto. Los cubanos que se
habían empobrecido por la reforma agraria castrista, crearon
empresas agrícolas prósperas en el sur de la Florida que
transformaron pantanos en campos de cultivo de gran calidad, y en
varios países de América Latina. Fidel Castro nunca pensó que con
sus políticas podría estar ayudando de ese modo a sus enemigos del
norte.
Cualquiera sabe
dónde podría estar la agricultura cubana en 2019 sin aquella
reforma de 1959. Desde luego, si los cambios traumáticos no se
hubieran producido, mucho mejor que ahora. Esto es incuestionable. La
capacidad productiva, la competitividad, el know how empresarial y
los conocimientos y talento acumulados durante décadas en el campo cubano habrían
servido para consolidar un sector agropecuario próspero, suficiente
para alimentar a todos los cubanos y para exportar excedentes. La
industria azucarera, posiblemente reconvertida con criterios empresariales y no
políticos, estaría en condiciones de mantener una posición de
liderazgo en los mercados mundiales. No existiría marabú en los
campos cubanos, ni tampoco granjas estatales ociosas en las que el
trabajo asalariado es la única opción para el campesino al que han
regalado previamente un trozo de tierra prácticamente improductivo.
Habrá que ver qué
se celebra hoy 17 de mayo. Mi abuelo me decía que el guajiro cubano
era la mejor gente que él había conocido, y que se merecían lo
mejor. Durante muchos años suministró todo tipo de enseres y mercancías a aquellos
trabajadores y propietarios que vivían en la periferia de La Habana,
atendiendo los mercados de consumo de la capital. Y los vio crecer y
desarrollarse hasta crear explotaciones prósperas que permitieron
enviar a sus hijos a estudiar y convertirse en profesionales. Mi
abuelo me contaba que todo eso ocurría en Cuba antes de 1959. Los
cubanos después de esa fecha no han conocido esa experiencia, sino
que les han contado otra historia alternativa.
La reforma agraria
llevó a muchos cubanos que trabajaban en "parcelas de ricos" a hacerlo
en parcelas improductivas de cuyo dueño era el estado comunista Desposeyó a los
legítimos propietarios de las tierras, y a los nuevos les impidió
crecer y aumentar la escala de sus explotaciones. Muchos, tras largos años
de golpearse contra una pared inamovible, se marcharon al exilio. La
agricultura cubana, según datos de ONEI, apenas alcanza actualmente
el 3,6% del PIB, pero da empleo a un 17%. La productividad apenas
supone el 21% de la media de toda la economía. Con resultados como
estos, se puede explicar la “libreta de racionamiento”, la
“canasta normada”, las colas, los estantes vacíos, el abandono
de las bodegas, los “precios topados” y el resto de maldades con
las que el régimen comunista obsequia a los cubanos. Lo dicho, hoy
17 de mayo hay poco o nada que celebrar.
Excelente artículo como siempre
ResponderEliminar