Remesas si, remesas no

Elías Amor Bravo, economista
Es difícil tomar partido en un debate como este. Para muchos países, la recepción de las remesas de dinero enviadas por sus emigrantes ha permitido dejar atrás el subdesarrollo, facilitando recursos económicos que permitían la importación de bienes de equipo y tecnología necesarios para el salto a la industria. Es el caso de España en los años 60 del siglo pasado, sin ir más lejos. Es lo que ocurre en numerosos países de América Latina actualmente.
La globalización ha traído consigo intensos movimientos de trabajadores a nivel mundial. Los puestos de trabajo que no se cubren en las naciones avanzadas, como consecuencia del declive demográfico, pasan a ser desempeñados por emigrantes que abandonan sus países en busca de un horizonte de prosperidad, y en muchos casos, huyendo de la miseria, la ausencia de derechos y libertades, e incluso, la guerra. Cuando logran estabilizar sus vidas, empiezan a enviar dinero al país de origen. Primero a los padres, después a los hijos, y al cabo de un tiempo, cuando las estructuras económicas lo permiten, a construir un patrimonio para la vejez. No hay nada nuevo en estos procesos, que irán cada vez a más, porque el mundo ya no tiene fronteras.
Sucede que en este escenario general, el caso de Cuba merece especial atención. Durante décadas, tras el nacimiento de la República, Cuba fue el destino de millones de emigrantes europeos que empezaron desde muy abajo su aventura económica y que gracias a la prosperidad general de la nación, llegaron a construir sus vidas y enviar a sus familias remesas que les permitían superar la pobreza y las calamidades de las guerras. El sistema financiero y bancario de la República en sus orígenes se beneficio de forma muy notable de estas transacciones económicas. La historia es bien conocida por todos los cubanos, por mucho que el régimen castrista haya querido enterrarla.
Y en el momento actual, el caso de Cuba merece, si cabe, más atención aún y ello por varias razones. En primer lugar, porque ningún cubano va a permitir que sus padres, hijos o hermanos en la isla padezcan miseria y privaciones si puede enviarles algún dinero, el que sea, para que vayan tirando. Ante este tipo de comportamientos, queda muy poco por decir. Las remesas para muchos cubanos son un mero instrumento de subsistencia, la posibilidad de comprar aceite o detergente una vez al mes, o unas zapatillas para la práctica del deporte. Y poco más, el régimen no facilita el uso del dinero para otras actividades. Lo prohíbe.
Y esto nos lleva al segundo punto. Durante décadas, el mismo régimen político que gobierna actualmente a los cubanos penalizó con cárcel la mera tenencia de divisas o moneda extranjera por los cubanos. No hace mucho tiempo, aquellos que eran sorprendidos con dólares o cualquier otra divisa, eran detenidos y condenados a prisión, sin más. Cuando el muro de Berlín se derrumbó, y el “período especial” obligó a Fidel Castro a tomar decisiones económicas que jamás hubiera querido adoptar, los cubanos empezaron a usar la moneda extranjera, hasta que la creación del CUC puso fin a la creciente dolarización de la economía. La historia, desde entonces, es bien conocida. Quién tiene FE, familiar en el extranjero, puede sortear la miseria persistente del sistema, y acceder a una gama de bienes y servicios inaccesibles para el cubano que solo recibe el salario medio en moneda nacional. Las desigualdades están encima de la mesa, y poco o nada puede hacer el régimen por afrontarlas.
Y finalmente, el origen de las remesas. Resulta que el 90% del dinero que reciben los cubanos de sus familiares en el extranjero procede de EEUU, y me atrevería a afirmar que casi todo sale de las 90 millas que distan del sur de la Florida a la isla. De modo que cuando se han establecido controles o límites a este tipo de envíos a la isla, los cubanos, hábiles gestores de los recursos financieros, lo que no ocurre en la isla, los han evitado, acudiendo a bancos con sede en otros países. Los capitales se mueven con mucha más libertad en la globalización de lo que pueden hacer los gobiernos.
Todo este análisis previo nos ha servido para obtener algunas conclusiones para el debate sobre las remesas.
Primero, no hay regulador que pueda controlar o limitar el importe de las remesas que se mueven en el mundo, salvo que se atente contra la libertad de movimiento de capitales, cosa que es bastante improbable, dados los intereses que se mueven a estos niveles.
Segundo, las remesas per se no llevan a ningún sistema democrático, ni tampoco ayudan a convocar elecciones generales o que se respeten los derechos humanos. Nada de eso. Todo lo más, ayudan a las personas a independizar sus vidas, sobre todo económicas, del estado omnipotente, y eso en Cuba es muy, pero que muy importante. Pero no conviene pedir peras al olmo.
Tercero, las remesas no representan soporte alguno para la economía cubana. En las estimaciones que se manejan de las mismas, apenas alcanzan un 2% del PIB, incluso menos, y si no contribuyen al desarrollo del país es porque el régimen las controla, y lo impide, como por ejemplo, prohibiendo la compra/acumulación de patrimonio inmobiliario, o de la propiedad de la tierra, que son los destinos más populares del dinero que envían los trabajadores en el extranjero a sus países.
Cuarto, y lo que es peor. El régimen comunista no tiene el menor interés en modificar el actual statu quo, es más, se niega en redondo a cualquier cambio, por cuanto sabe que tiene la espada controlada por el mango. Le importa muy poco que Trump limite los envíos a 1.000 o 3.000 dólares al trimestre, porque su guerra es otra, y el objetivo siempre está más allá de lo superficial. Estos decrépitos gobernantes comunistas, que parece que han llegado al final de sus ciclos vitales y políticos, están sentando las bases para la continuidad de sus herederos, sin renunciar a una sola parcela de poder. Y eso lo harán con o sin remesas. Ya verán.

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