Consideraciones a la mesa redonda de la economía cubana (Parte I)

Elías Amor Bravo, economista
Tengo que reconocer que la participación del ministro de economía castrista Alejandro Gil en la “Mesa Redonda” de Randy Alonso, del pasado miércoles, me defraudó. Esperaba más de Gil. Un ministro que está haciendo muchas cosas, puede que algunas acertadas, e incluso habría que reconocer que en la dirección correcta, pero que, como dirigente castrista, está poco acostumbrado a explicar y dar cuentas de su gestión, y por ello desaprovechó una gran oportunidad para mostrar a dónde quiere ir, cómo y con quién.
Su comparecencia no fue más que una colección de alegatos más o menos populistas e inconexos entre sí. Pues claro que “el desarrollo de nuestra economía depende de nuestras capacidades de exportar más, de nuestras posibilidades de producir más y de importar menos”. Eso es totalmente cierto, pero guardando las oportunas proporciones. El problema es cómo equilibrar esas capacidades y potencialidades con un régimen estalinista que proscribe los derechos de propiedad privada y desprecia la motivación, el esfuerzo, el trabajo y la recompensa de todo ello, la renta y riqueza. Sin un cambio en las condiciones actuales, aspirar a que Cuba crezca más y lo haga de forma sostenible, es una quimera.
Lo mismo que la revisión de la tasa de crecimiento. No es que pasar del 1,2% al 2,2% sea un exceso injustificado, un auténtico despropósito, lo peor es que nadie se lo cree con los argumentos sectoriales ofrecidos, y lo que es peor, desde los componentes de la demanda, no existe justificación alguna para dicha revisión. Cierto es que todos los países suelen revisar sus estimaciones de crecimiento, pero los cubanos tenemos un término para explicar cómo lo quiere hacer el ministro Gil. No es “a la cañona” como se gana en credibilidad con la gestión de una economía, sino haciendo bien las cosas que se tienen que hacer.
Si las estadísticas son deficientes, que se arreglen, pero no creo que el problema esté en el cálculo numérico, sino en otras cosas muy distintas. Si el ministro quiere culpar a la ONEI del problema de infraestimar el crecimiento económico, que lo haga y que exija responsabilidades. El problema volverá a aparecer. Él sabe bien de qué estamos hablando. Ni construcción, ni sanidad, ni agricultura justifican revisión alguna del ritmo de crecimiento. No se mide el PIB de una nación con los “frijoles”. Eso es bajar el nivel de la economía de forma irreparable.
Por supuesto que se tiene que crecer. Eso es necesario para sostener y financiar el aparato burocrático del gasto estatal improductivo, pero el ministro debería saber que ese aparato castrista y estalinista es el principal obstáculo que frena el crecimiento. Por ello, aventurar para 2019 un crecimiento del 1,5% no solo es aventurado, sino que me parece absolutamente imprudente, porque el entorno económico no lo justifica. Luego vendrán las quejas y lo mismo de siempre, culpar a EEUU de todos los males. Ni apostando por un plan de la economía sin reservas, es decir, sin déficit o superávit, se conseguirá dinamizar el crecimiento económico. Lo que se tiene que hacer es olvidarse del plan y dar libertad a los agentes económicos para que tomen las decisiones racionales y eficientes en función de precios. De eso nada habló el ministro. Una lástima.
Arengas para aumentar la producción de alimentos y los portadores energéticos, “vitales en el funcionamiento de la economía” están muy bien, pero hay que concretar cómo se va a conseguir. La sangría que supone para Cuba importar anualmente en alimentos por más de 2 mil millones de dólares es una vergüenza, pero tiene un único responsable. Y el ministro lo sabe. No se puede afirmar que el desplazamiento del consumo de carne de cerdo hacia el pollo sea el culpable de la escasez y la necesidad de importar. Si no se está atento a lo que ocurre con la demanda, que le pida explicaciones a los planificadores de la economía, que están bajo sus órdenes, y son los responsables de que, siempre, de forma sistemática, se yerren las previsiones. Otros de los que se puede prescindir.
Lo mismo que con el uso del combustible. Si se pretende "su administración más eficiente, y evitar desvío y robo del mismo", hay que implementar medidas nuevas que flexibilicen la demanda y las opciones de consumo. Medidas estructurales que pasen por apostar, por ejemplo, por las renovables. No, ministro. No hay "reservas en la economía cubana", ni tampoco más vehículos en circulación que gasten más combustible. Y si existe descontrol, es por su absoluta responsabilidad, porque Cuba no puede acceder a los mercados mundiales de petróleo a pagar los suministros a los precios internacionales de mercado, y depende, en exclusiva, del crudo subvencionado por Maduro, que llega a cuenta gotas a la isla desde 2016. Ese, y no otro, es el problema con el combustible que, por cierto, irá a peor y será una espada de Damocles para el cierre de este ejercicio. Nos veremos entonces.
Y de nuevo, la lucha contra la eficacia y la rentabilidad de las empresas. Una obsesión por limitar su crecimiento y mantenerlas bajo control absoluto, incluidas las estatales, que son suyas. Parece mentira que el ministro de economía someta al plan de las empresas sus niveles de sobrecumplimiento, un término desconocido para la Ciencia económica fuera de Cuba. Las empresas ganan dinero cuando trabajan bien, cuando cumplen, cuando sus costes están bajo control y son productivas. El plan es bobería, y otorgarle tanta relevancia va en contra de la racionalidad económica y del sentido común. Una empresa que sobrecumpla el plan, demuestra que lo hace bien y por ello debe tener libertad absoluta para canalizar los recursos hacia aquello que considere necesario para el año siguiente, volver a ser productiva y eficaz, y ganar más dinero. La alternativa es la suspensión de pagos y la quiebra, y ustedes ya han cerrado desde 2012 muchas empresas, en un ajuste silencioso que no escapa a los analistas y observadores de la economía. Lo siento, ministro, en relación con la gestión empresarial estamos a años luz. Lo que se pretende poniendo corsés a las empresas y haciéndolas que desfilen en el redil de la planificación estalinista, es un absurdo que tiene consecuencias negativas para todos.
Es lo mismo que el argumento relativo a las exportaciones. Pues claro que es fundamental vender en el exterior. Sin ingresos aparece déficit y el crédito internacional se concede a cuenta gotas. Y claro, como siempre, los resultados no se corresponden con el plan. Resulta que los ingresos por la exportación de níquel y por la llegada de turistas a Cuba no están conformes a la planificación. Siempre por culpa del bloqueo, y nos quedamos ahí, esperando que caiga el maná del cielo. Pues no. ¿Hay alternativas? Si el turismo y el níquel no funcionan, hay que buscar otras rúbricas de la economía para obtener ingresos. El azúcar, ya lo dijo el ministro, imposible, “el plan quedó por debajo en poco más de 190 mil toneladas”, de la misma forma que dijo que “otras exportaciones como el tabaco, el ron o la langosta se comportan favorablemente y se espera un cumplimiento e incluso un ligero sobrecumplimiento de sus planes de ventas e ingresos para este año”, insisto, sobre el plan, lo que no quiere decir que sea lo eficiente y necesario. Con esto, es difícil crecer las exportaciones.
Respecto de las importaciones, el ministro comentó que “en 2018 se cumplió el componente de construcción y montaje, pero no el de equipos, porque fue imposible importar todo lo contemplado en el plan, de modo que han llegado en el primer semestre de este año”. La importancia de las inversiones para el funcionamiento de la economía es esencial. Mientras que la participación de la formación bruta de capital fijo en el PIB no supere el 10%, las infraestructuras y los medios de producción, por cierto de titularidad estatal, se deteriorarán o no funcionarán. Ya lo estamos viendo con los apagones.
Seguiremos en otra colaboración cuestionando la posición del ministro Gil.
 

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