La liquidación del presupuesto de 2018 no cuadra: déficit y deuda descontrolados
Elías Amor Bravo, economista
En
la presentación de la liquidación del
presupuesto de 2018
ante la Asamblea nacional, la ministra del ramo, la
señora Bolaños
anunció
un déficit fiscal de 8.091,3 millones pesos. Una cifra que da una
idea aproximada del grado de descontrol de la gestión de la economía
en su equilibrio interno fundamental, la brecha entre ingresos y
gastos estatales. Y
aunque justificó diciendo
que el déficit había sido inferior al aprobado, las
causas
de dicho
resultado, una
“inejecución de los gastos en un 4% y un sobrecumplimiento de los
ingresos en un 1%”, no ofrecen
motivos para la satisfacción.
En un contexto
de crisis económica cada vez más compleja e intensa, que la
economía cierre el ejercicio de 2018 con un déficit fiscal
equivalente al 8,1% del Producto Interno Bruto a precios corrientes
(PIB) es preocupante, traslada
señales de alarma a corto plazo y pone
en tela de juicio la política económica en curso. El
dato obliga a los dirigentes
a realizar una reflexión inmediata sobre el curso de los
acontecimientos. La vía elegida no funciona.
Finalmente, este
escenario de abultado déficit supone
un nuevo aumento de la
deuda pública contraída en el ejercicio fiscal del 2018, que si
bien es inferior en un 2,3% a la del año precedente, su
financiación, con recursos a los bonos soberanos del Banco Central
de Cuba, sigue siendo un foco de incertidumbre e inestabilidad para
el futuro de la economía. No
se ofrecieron datos del monto de la deuda.
El déficit estatal que recae sobre la economía
cubana tiene efectos muy negativos sobre su estructura estalinista de
la misma, porque todos los recursos y medios de producción
pertenecen al estado, que cierra sus cuentas en déficit. Por ello,
la presentación y aprobación de la liquidación de los presupuestos
de la economía cubana es una tarea políticamente complicada en las
reuniones periódicas de la Asamblea Nacional. Se aprueban, de forma
sistemática y de año en año, y además sin crítica alguna, unas
cuentas que, en absoluto, se pueden calificar como positivas para la
economía nacional porque están en el origen de los graves problemas
de liquidez e impagos de los agentes económicos, a la vez que lastra
las perspectivas de desarrollo e impide tomar decisiones racionales
como eliminar la doble moneda, entre otras.
Sin disciplina presupuestaria, una economía no
puede funcionar bien. En concreto, el abultado déficit viene
provocado por unos gastos que alcanzaron 65.498 millones de pesos, el
96% de lo planificado, hasta absorber prácticamente el 72% del PIB.
No existe país alguno en el mundo con indicadores comparables de
participación del gasto realizado por el estado en las cuentas
nacionales. La economía estalinista, con Díaz-Canel, se mantiene e
incluso, se refuerza.
Además, se trata de un diseño del presupuesto
que otorga prioridad a los gastos en las “actividades económicas y
empresariales” con respecto al gasto de los llamados “logros de
la revolución”. Por ello, es falso afirmar que este presupuesto de
2018 tenga carácter social y de un firme respaldo de los servicios
de la educación, salud pública y asistencia social. Nada de eso. La
opción política de gasto ha sido claramente favorable a los
intereses económicos y empresariales estatales.
Por ejemplo, los
gastos para el “financiamiento
a la exportación y sustitución de importaciones”, de impacto
sobre las empresas, todas
ellas estatales,
aumentaron a 14.357 millones de pesos,
el 61% del gasto en las actividades no presupuestadas, para atender a
“producciones como arroz, frijoles, maíz para alimento animal,
carne de cerdo, café y azúcar” que en Cuba se obtienen a precios
superiores al extranjero, y por ello, se tienen que subsidiar.
En suma, gastos que tienen su origen en el modelo económico que
restringe la competitividad de la oferta con el entramado burocrático
existente. Otro tanto cabe afirmar de los 3.609 millones de pesos
destinados a subsidiar las empresas de comercio minorista, con
destino a la “canasta familiar normada y otros servicios básicos a
la población a precios protegidos”.
Estas dos
partidas “económicas” o “empresariales”, unidas a las
inversiones, que alcanzaron
4.825 millones de pesos, cifra inferior a la planificada en un 10%,
sumaron 22.791 millones de pesos, un importe claramente
superior al
que
representan
los gastos sociales de los llamados “logros de la revolución”,
que por el contrario, se situaron en 19.000 millones de pesos, una
cifra que representa el 50% del gasto de la actividad presupuestada,
y el 21% del PIB.
El coste
de las “conquistas sociales de la revolución” obliga a los
cubanos a pagar un precio realmente muy elevado para percibir los
mismos (cada cubano paga 1.728 pesos al año por estos servicios, el
salario medio se sitúa en 700 pesos, desajuste completo). Pero el
mantenimiento del “sistema económico de base estalinista”,
cuesta si cabe más aún, 2.072 pesos al año por cubano. El régimen
comunista
no es gratis,
sale bastante
caro
realmente.
La
diferencia es que si en este último caso la reducción de gastos
solo puede producirse por medio de decisiones de tipo político, en
el primero
se podría reducir las dos primeras partidas de
subsidios
con un cambio de modelo económico, en tanto que la tercera podría
ser claramente inferior, y mejor orientada, si el sector privado
fuera reconocido en la isla, al igual que sus derechos de propiedad.
Este es el tipo de reforma que se necesita, pero que las autoridades
niegan.
Ejemplos
hay para todos los gustos. Si en vez de andar despilfarrando en
“financiamientos a los programas sociales y obras priorizadas para
la construcción de 15.889 viviendas”, que se ha visto que no da
resultado, estos recursos se canalizaran hacia empresas constructoras
privadas, el problema de la vivienda en Cuba se resolvía más rápido
de lo que piensan las autoridades.
Por otra parte,
los indicadores de presupuesto social ofrecidos por la ministra en su
presentación son numerosos, como los 1.500.000 alumnos
en enseñanza preescolar, primaria, media, técnico profesional,
especial, de adulto mayor y mixta; en la educación superior 241.000
estudiantes; la creación de escuelas
de arte, centros de capacitación y escuelas especiales; en la salud
pública más de 1.289 instalaciones,
que incluye hospitales nacionales y locales, policlínicos, clínicas
estomatológicas, hogares maternos, de ancianos y casas de abuelos;
132.000.000 consultas médicas; 264
millones de pesos para recuperar 4.785 viviendas destruidas por
efectos climáticos adversos; aumento en 70 pesos de las prestaciones
monetarias de los núcleos familiares protegidos por la asistencia
social a unas 158.000 personas; las actividades científicas y
tecnológicas se ejecutaron gastos por 890 millones de pesos; los
gastos de la ciencia, el desarrollo tecnológico y la innovación
crecen un 28%.
También
se refirió al total de los pensionados a la seguridad social en el
2018, situado en 1.670.000 personas, con un gasto de 6.200 millones
de pesos, financiados en un 84% con la recaudación de la
contribución a la seguridad social que aportan los empleadores y las
personas naturales; se presentó el incremento reciente a 242 pesos
de la pensión mínima por jubilación dirigido a 445.748 personas;
la entrega de subsidios a personas de bajos ingresos con necesidades
constructivas en sus viviendas para la compra de materiales de la
construcción llegando a 16.412 personas, por importe de 846 millones
de pesos.
En
definitiva, como ocurre siempre en estos casos, toda una panoplia de
datos, más o menos deslavazados, cuyo seguimiento no resulta fácil.
Pero lo más significativo de todo es que, un año más, no existe ni
un solo indicador de evaluación de la calidad de los servicios
recibidos por la población. Algo tan sencillo y simple de realizar
por medio de una puntuación otorgada al servicio recibido en la
escala 0-10. En un país donde el estado representa prácticamente
todo en la economía, y tiene voluntad que sea así, lo menos que se
podía ofrecer es una evaluación de la calidad de los servicios que
presta. En Cuba, ni eso.
El
abultado déficit estatal viene motivado por un diseño deficiente
e inviable del sistema económico. A corto plazo, los gastos sobrepasan
claramente a los ingresos, que no obstante, continúan siendo una
elevada carga para todos los cubanos. A ello contribuye la gestión
realizada de algunas figuras tributarias, como por ejemplo el
Impuesto de utilidades, que creció un 7% hasta alcanzar el 13% de la
recaudación de ingresos y que se vio afectado por el cierre con
pérdidas de 59 empresas lo que redujo la recaudación de 144
millones de pesos. El actual escenario de crisis no es el más
favorable para este impuesto.
Además,
el régimen acentuó la presión fiscal sobre las “formas de
gestión no estatales”, que ya alcanzan el 12% del total de los
ingresos; de ese modo, los poco más de 650.000 trabajadores por
cuenta propia ingresaron 3.183 millones de pesos, un 2% por encima de
lo planificado. A pesar de ser una fuente tributaria fundamental, el
régimen se queja de “indisciplina de pagos, la
morosidad en los aportes, la subdeclaración de ingresos, la evasión
fiscal y la acumulación de deudas” entre otros. Problemas que
responden, principalmente, al pésimo diseño de intervención del
régimen sobre estos emprendedores a los que penaliza fiscalmente.
La
cuestión fundamental que se obtiene de este análisis de la
liquidación presupuestaria en la economía castrista es el escaso
margen de las autoridades para implementar una moderna política
fiscal que sirva para mejorar el funcionamiento de la economía y la
prosperidad de los cubanos. Con la referencia al incremento
salarial a todos los trabajadores del sector presupuestado, que
supone un coste anual de más de 7.000
mil millones de pesos, y el aumento de las pensiones inferiores a 500
pesos y un costo
anual que tiene otro coste de 800 millones de pesos, las tensiones
que se trasladan a las cuentas públicas, en un momento de especial
complejidad en el escenario económico, pueden acabar suponiendo más
inconvenientes que ventajas.
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