La empresa estatal cubana necesita una gobernanza distinta
Elías Amor Bravo, economista
Sendos artículos publicados en Granma analizan el estado actual de
las empresas estatales en Cuba, tras la reunión de las juntas de gobierno, que son la representación de la titularidad del estado
comunista en el sector empresarial del país. Como se podría
imaginar, allí se habló de todo, menos de lo estrictamente
necesario y urgente.
Díaz-Canel presidió la reunión, en la que también estuvo Machado
Ventura, Valdés Mesa, Ramiro Valdés, y un sin número de
funcionarios del partido único y el régimen. El encargado de dar
los datos fue Marino Murillo, que sigue al frente de la “comisión
permanente para la implementación y desarrollo de los lineamientos”.
Básicamente, los resultados ofrecidos se refieren a la actividad de 1.216 empresas que dependen de las 52 juntas de gobierno. Según
la ONEI, en Cuba hay actualmente unas 1.904 empresas, de modo que esta
reunión atendía al 64% de las existentes en el país.
Murillo señaló, entre otros, que las ventas netas se comportaron al
97,4% y las exportaciones al 82,1%, mientras que la utilidad antes de
impuesto mostraba una cifra de 108,4%, datos que, en su criterio, “no
indicaban una mayor eficiencia y en cambio, se vieron las fisuras que
persisten en la planificación, con sus efectos negativos en la
gestión empresarial”. A la vista de ello, Meisi Bolaños exigió un
perfeccionamiento del proceso de planificación del plan y del
Presupuesto, actividades que en 60 años siguen sin alcanzar el nivel
que se desea.
¿Perfeccionamiento del plan? ¿Pero es que se puede perfeccionar algo que no sirve?
Como ocurre siempre en estos cónclaves, se pretende resolver el
problema de las empresas estatales socialistas con parches
imaginativos, como facilitar “el acceso a las divisas, la
asignación centralizada de portadores energéticos y materias
primas, unido a las regulaciones en los precios mayoristas, que no
permiten a los productores recibir señales adecuadas del mercado”.
Medidas que confirman el notable atraso institucional de la economía
castrista. No es extraño que Murillo dijese que las 28 medidas
aprobadas recientemente, “no han avanzado con la celeridad
necesaria en el sector empresarial”.
Entre otros fracasos, puestos de manifiesto en la reunión, se
citaron, “la limitada presentación de proyectos para acceder a
créditos, las bajas operaciones reportadas en la Zona Especial de
Desarrollo Mariel, la dilación en la elaboración y aprobación de
las normas jurídicas, que ponen en vigor lo aprobado, su
insuficiente divulgación y capacitación, así como la no aplicación
de más de una medida por una misma entidad”.
También se hizo referencia a la escasa inyección de recursos a la
industria por parte de Finatur, una entidad estatal dependiente del
Banco Central de Cuba, por unos 9,9 millones de dólares, una
cantidad a todas luces insuficiente para atender las necesidades de
infraestructura y tecnología que padecen muchas empresas para
fortalecerse y contribuir al desarrollo.
Las autoridades culpan a los aspectos burocráticos, como “los
atrasos en la entrega de documentos de las empresas productoras, la
inmovilización de recursos asignados, elevados ciclos productivos, y
no contar con mayores disposiciones de liquidez que limitan la
incorporación de otras entidades” a la deficiente atención
financiera a las empresas, pero es evidente que las razones de fondo
son bien distintas, y si las empresas tienen dificultades para
acceder a los beneficios de los créditos de Finatur habrá que
buscar en otro sitio.
Ni siquiera primar las ganancias en moneda libremente convertible en
un 50% para las relaciones financieras entre las empresas y la Zona
Especial de Desarrollo Mariel ha servido para incentivar la actividad
de aquellas en el acceso a más liquidez, lo que apunta a factores
mucho más complejos.
En la reunión también se
abordó la
flexibilización de determinados indicadores en cuanto a las
relaciones financieras de las empresas con el Presupuesto, uno
de ellos, “la distribución de utilidades a los trabajadores
de las entidades empresariales”. Bolaños dijo que “la cuantía a
otorgar por trabajador puede ser el equivalente de hasta cinco
salarios promedio de lo percibido en el año que se liquida siempre
que los indicadores directivos aprobados para el año se sobrecumplan
al 5%. De no cumplirse lo anterior el monto a otorgar por trabajador
es hasta tres salarios promedio”. Tasando las utilidades
(ganancias), no hacen otra cosa que frenar la motivación que es la
base de la productividad y competitividad empresarial. Otra medida
que fracasará.
Para mayor inri, “los gastos planificados no ejecutados vinculados
a la eficiencia empresarial no pueden ser distribuidos como parte de
las utilidades”, lo que reduce notablemente el monto de la
distribución a los trabajadores. Prohibiciones similares se
establecieron a las actividades de desarrollo, investigación y de
capacitación, o los incentivos para estimular las exportaciones, sin
precisar cuáles.
Al final, la existencia de un Plan de la Economía 2020, de obligado
cumplimiento para las empresas es el principio y fin de todo este
amasijo de dificultades y obstáculos. Someter a más de 1.000
empresas de sectores y actividades distintas a un corsé de gestión,
que limita y reduce sus márgenes de actuación como si se tratase de
una administración pública más, es un comportamiento, por
calificarlo de algún modo, suicida. Con tanto plan y tanta
responsabilidad, no consiguen aumentar los ingresos, mucho menos en
divisas, o determinar lo que se puede exportar, como aumentar el
valor agregado a la producción y mejorar su competitividad
internacional. La vía del plan está muerta, y debe ser sustituida
por la racionalidad económica como elemento guía de la gobernanza
de la economía cubana.
Culpar, como hace el ministro, de todo a la “inercia en las
empresas, que no han avanzado lo suficiente” es lo mismo de
siempre, arrojar la culpa sobre otros. Debería preguntarse el
ministro el por qué de esa inercia, y luego empezar a tomar medidas.
Para este plan 2020, han dado una vuelta de timón, ya que con los
ingresos disponibles (es decir, sin intentar siquiera mejorar esa
cifra) se establece de manera prioritaria “la compra de alimentos,
combustibles, pagar las deudas y fomentar los proyectos de
exportación”. Es decir, un paso más hacia la entropía de la
economía, como medida del desorden absoluto en que se encuentra, que
tira la toalla porque ya no puede más.
Es el momento de reconocer públicamente el fracaso del modelo.
Reconocer que la economía está en recesión, y que va para largo. Y
no por la falta de recursos, sino de ideas y de no querer reconocer
los errores cometidos desde 1959, y poner el contador a cero.
Insisto, no se trata, como dice el ministro, de una cuestión de
“menos burocracia, más agilidad y más emprendimiento”. Lo que
se necesita es pensar y actuar de forma diferente. La empresa cubana
necesita justo lo que las autoridades no quieren otorgar: libertad,
independencia del estado y orientación hacia los derechos de
propiedad privada, la generación de renta y riqueza, la acumulación
y el beneficio a corto, medio y largo plazo. El plan, solo a efectos
indicativos. Una nueva gobernanza económica.
La responsabilidad de las decisiones en los consejos de
administración de cada empresa, que velan por su rentabilidad, y en
los equipos directivos profesionales encargados de aumentar los
ingresos, el valor añadido y la rentabilidad, sin límites o topes.
No hay otro camino. Mientras en Cuba no se quiera reconocer esta
realidad, el fracaso en el funcionamiento de la economía está
servido. Por muchas vueltas que quieran dar y culpar de lo que ocurre
a una presunta “indecencia y la indisciplina social, fenómenos que
van en contra de los propios principios de la revolución”. Hace
mucho tiempo que la economía puso fin a la llamada revolución. Toca
cambiar ficha.
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