La política energética castrista en la encrucijada
Elías Amor Bravo, economista
Los comunistas que dicen estar al frente de la economía cubana no
dan pie con bola. Granma se hace eco hoy de sendos artículos sobre el
problema de la energía en Cuba. En el primero se presentan las
oportunidades de negocio en el sector, que según las autoridades,
quiere “lograr la seguridad energética para Cuba antes de 2030 a
fin de disminuir la dependencia, de forma sostenible, de combustibles
fósiles importados”.
En
el segundo, se aborda la entrada en vigor del Decreto-Ley 345, sobre
el desarrollo de las fuentes renovables y el uso eficiente de la
energía, que va a permitir, entre otras cosas, que los cubanos
instalen paneles solares en sus casas y el exceso de energía lo
puedan “comercializar”a la red.
Poner
en relación las dos noticias es un buen ejercicio para observar las profundas contradicciones que existen en la
dirección económica de la Isla, que parece que no tiene ni pies ni cabeza, y ofrece
una idea bastante exacta de cómo anda la economía, lo mismo que un
pato al que se corta la cabeza. Sin rumbo.
Está
muy bien organizar la tercera edición de una feria, la Cuba Energy
Oil and Gas 2019, durante dos días en el hotel Meliá Cohiba, de La
Habana, pero cuando en un país escasea el dinero, este tipo de cosas
tienen que ser justificadas ante los ciudadanos que se ven obligados
a resolver frente a la permanente escasez. En todo caso, este evento,
como dice Granma, “tiene entre sus objetivos concluir la primera
ronda de licitaciones de Cupet, correspondiente a este año”. Es
decir, negocio y más negocio. Ahí se cuecen inversiones que, hasta
cierto punto, podrían haber tenido algún éxito para reducir la
dependencia energética, como la exploración de yacimientos con
tecnologías de recuperación mejorada en las zonas del Golfo de
México y el centro oriente de la Isla, pero que han resultado en un
gran fracaso. Y además, se han empeñado importantes recursos
económicos que se podrían haber destinado a otras cosas, tal vez
más urgentes y prioritarias.
Al
parecer, los responsables de estos asuntos se conforman con echar las
culpas de los fracasos en las exploraciones de yacimientos “al
contexto y la presencia del bloqueo económico, comercial y
financiero de Estados Unidos contra la Isla”, como si este fuera el
culpable de que Cuba no tenga reservas de petróleo en su subsuelo.
Todo es posible.
En
todo caso, este evento con la participación de empresarios, líderes,
expertos e inversores de un gran número de países (en total 20,
según Granma) y vuelvo a insistir, ¿en dónde está el bloqueo?,
concluyó afirmando que “Cuba ofrece grandes oportunidades y
reconocemos la voluntad del país para desarrollarse en este sector,
que se refleja en su nuevo marco regulatorio. Estamos dispuestos a
encontrar nuevas formas para trabajar con Cuba”, y dicho esto,
todos se fueron tan contentos, hasta el año que viene, que se vuelve
a celebrar una nueva edición del Cuba Energy Oil and Gas. Esto de
que otros paguen la fiesta, y si puede ser en La Habana, empieza a
gustar a mucha gente, aunque luego no sirva para gran cosa.
Y
entonces, ¿por qué no sirven estas iniciativas para atraer
inversores en el campo de la energía a pesar de la escasez pertinaz
que tiene la Isla? Por un lado, porque al parecer ni siquiera con las
tecnologías más avanzadas de exploración de subsuelo, Cuba tiene
reservas mínimas de petróleo o combustibles sólidos. Esto hay que
asumirlo como un hecho real, y apostar por otras vías. No es
problema. Otros países sin fuentes de energía han prosperado y
mejorado sus condiciones de vida y desarrollo.
El
problema es lo que viene después. Y en el otro artículo de Granma
encontramos la respuesta. Las políticas que adopta el régimen
comunista en materia de energía. En concreto, las nuevas medidas del
Decreto-Ley 345, sobre el desarrollo de las fuentes renovables y el
uso eficiente de la energía, al que hemos hecho referencia.
Pues
bien, estas medidas quieren lograr “dar un salto en la matriz
energética de la Isla a favor de la producción mediante fuentes
renovables de energía, con el fin de reducir toneladas de diésel y
otros carburantes imprescindibles para mantener la vitalidad del
sistema eléctrico de la Mayor de las Antillas”. Gran enunciado.
Bajo
la dirección del Ministerio de Energía y Minas, el estado
comunista, se fija como meta “lograr que, en el año 2030, el 24%
de la generación eléctrica del país esté cubierta por las fuentes
renovables de energía de la Isla (bioeléctrica, tecnología solar
fotovoltaica, parques eólicos y centrales hidroeléctricas)”.
Insisto. Objetivo importante, que a la vista de la ausencia de
combustibles fósiles en el subsuelo, supone una apuesta por un
sector en el que Cuba presenta un atraso más que evidente, pero
cuenta con notables potencialidades, por su clima y geografía.
Lograr
este objetivo, exige inversiones. Posiblemente elevadas y, sobre
todo, la colaboración del capital tecnológico internacional, porque
es evidente que cualquier aporte de know how del exterior puede y
debe ser bien recibido. La tecnología de renovables es costosa y
exige movilizar importantes recursos, pero las fórmulas de
colaboración público y privada podrían contribuir a poner encima
de la mesa proyectos de futuro. No veo al Ministerio castrista
interesado en ello.
El
régimen desatiende estas consideraciones y declara su intención de
“plantear el impulso de la industria nacional de producción de
equipos, medios y piezas destinados al desarrollo del sector de
energía renovable”. La
pregunta es ¿serán capaces de lograrlo, o volverán a culpar al
embargo cuando en 2030 no se alcancen los objetivos?
Las
autoridades estiman que “cuando se termine el
programa, y se instalen todas las tecnologías pertinentes concebidas
para el año 2030, se obtendrá una generación energética en el
país de 7.000 gigawatt-hora, que permitiría ahorrar un millón
800.000 toneladas de combustible, aproximadamente”. La cuestión es
¿cómo se llega a ese resultado? Al margen de ese desarrollo que se
pretende conseguir de la industria nacional, al régimen no se le
ocurre otra cosa que facilitar la producción de energía por
“productores independientes”, si el común de los ciudadanos.
A
tal fin, se pretende ofrecer “incentivos y beneficios arancelarios
y fiscales para que las personas naturales y jurídicas puedan
adquirir equipos, que utilizan las fuentes renovables de energía y
que permitan el uso eficiente de la energía a precios no
recaudatorios y con la oportunidad de acogerse a crédito bancario”.
Pregunta: ¿estamos ante el próximo negocio de las “mulas”, o se
habilitarán tiendas para la venta con tarjeta electrónica de estos
dispositivos por parte de cualquier ciudadano?
Lo
mejor de todo es que las medidas autorizan al cubano que con sus
paneles solares en el techo de su casa produzca más energía de la
que necesita a vender al monopolio, la empresa estatal, la Unión
Eléctrica de Cuba, el excedente de la energía generada a partir de
esa fuente renovable. Pues bien, aquí viene lo sorprendente. El
régimen autoriza a los cubanos, que carecen de derechos de propiedad
sobre la mayoría de bienes y servicios que constituyen el capital
productivo de la economía, a ser propietarios de la energía que
producen en los techos de sus casas y poder comercializarla al estado
comunista.
Habrá
alguien que se habrá llevado las manos a la cabeza en este momento,
o estará preparando una botella de sidra el gaitero para celebrar la
ocasión, pero cuidado, hay letra pequeña. Si, y confusa. La
tecnología renovable es muy cara, y su despliegue no es una cuestión
de unos cuantos miles de dólares, sino de bastante más dinero.
Nunca será una alternativa rentable para los particulares, ni lo es
siquiera en los países avanzados donde existen, desde hace años,
estas opciones de comercialización. Además, el monopolio estatal
comunista no pagará precios compensatorios a los productores con
excedentes,
Lo
grave en Cuba es que al apostar por esta fórmula, y hacerlo público,
el régimen lo único que puede conseguir es provocar la lógica
estampida de los inversores extranjeros en renovables en Cuba.
Pensemos que si en el país se estableciera una amplia red de
productores privados que suministran excedentes a la red estatal,
¿qué sentido tendría invertir en plantas, como las solares o las
bioeléctricas, que van orientadas precisamente a conseguir economías
de escala, basadas en altos volúmenes de producción que reducen el
coste unitario de la energía que se incorpora a la red? Además con
los avances que cabe esperar en los próximos años en materia de
almacenamiento de la energía renovable, lo suyo es apostar por los
proyectos de cierta envergadura que faciliten la producción a unos
precios competitivos.
Contradicciones
en las políticas del régimen, en este caso, las de energía que son
fundamentales para evitar que se paralice la economía y que los
ciudadanos tengan servicios adecuados, y no se vean en la obligación
de soportar apagones continuos. La política energética de una
nación exige mucho más que ferias de inversores y de apuestas
intuitivas. Exige consenso, participación y luces largas para ver el
futuro con claridad.
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