¿Por qué no funciona la inversión extranjera en Cuba? (II)
Elías Amor Bravo, economista
Pues si. La Fihav de Malmierca se está celebrando en un momento
especialmente complicado para la economía global y por supuesto,
también para la cubana.
La
primera se encuentra ante un proceso de desaceleración evidente, y
los organismos internacionales especializados han revisado a la baja
las estimaciones de crecimiento para 2019 y vislumbran una tendencia
que se hará, si cabe, más lenta para el próximo año. Según el
FMI este giro en el crecimiento global responde, básicamente, a las
disputas comerciales entre Washington y Pekín, así como al impacto
negativo de las tensiones geopolíticas y el impacto del Brexit.
Por
su parte, la economía cubana atraviesa una fase de recesión que
reviste tintes dramáticos, ya que a la reducción del suministro de
combustible procedente de Venezuela, hay que añadir que los
principales motores de cola se han apagado, como el turismo o la
inversión extranjera, que sigue sin alcanzar los objetivos
planificados por las autoridades. La única fuente de divisas que
queda al régimen, las remesas de las familias, han sido sometidas a
control por medio de un plan que combina cuentas en divisas, tarjetas
electrónicas y venta de electrodomésticos y piezas de autos.
En
tales condiciones, los analistas se preguntan ¿a qué van los
inversores internacionales a la Fihav de La Habana? Descontando que
la participación este año ha sido bastante inferior que en
ejercicios anteriores, hay otro aspecto que llama poderosamente la
atención en este certamen. La ausencia de la actividad industrial
empresarial.
En
cualquier país del mundo, las empresas industriales
internacionalizadas son el referente fundamental para la atracción
de capital extranjero, la competitividad económica, la generación
de empleo y riqueza nacional. La pregunta inmediata es ¿dónde están
esas empresas cubanas internacionales? O incluso algo peor, ¿es que
acaso existen?
Tras
las confiscaciones y nacionalizaciones del capital productivo privado
entre 1959 y 1968, el régimen castrista apostó por un marco
empresarial controlado e intervenido por el estado, otorgando a las
empresas el papel de suministrador en los sectores internos en que
operaban. Ello dio lugar a la aparición de un sector industrial
débil, poco competitivo, sin orientación exportadora y con un bajo
nivel de inversión ya que el dueño de las empresas, el estado,
tenía otras prioridades de gasto e inversión hacia los llamados
“logros de la revolución”.
Como
consecuencia, la salud de la industria cubana ha sido mala. Para
empezar no ha tenido vocación exportadora, mientras que otros
países, con empresas más pequeñas, abrían mercados y ocupaban
posiciones competitivas a nivel mundial. Las empresas cubanas,
orientadas al mercado interno y sometidas a un sistema ineficiente de
subsidios y precios controlados, carecían de margen para la adopción
de decisiones encaminadas a mejorar su eficiencia y sostenibilidad.
La historia se ha encargado de confirmar el fracaso de este modelo
castrista para la industria.
Según
datos de ONEI, la industria cubana (incluyendo el azúcar, la
manufactura y la electricidad y agua) alcanzó solo el 14,3% del PIB,
3 puntos porcentuales menos que en 2013, cuando alcanzó el 17,3%.
Uno de los porcentajes más bajos que alcanza la industria en los
países de América Latina. Además, en los últimos seis años la
industria ha visto cómo se reduce su participación en el conjunto
de actividades económicas, su nivel de productividad se sitúa
claramente por debajo de actividades como servicios empresariales o
intermediación financiera. El nivel de empleo apenas alcanza el
10,8% del total de los sectores de la economía en 2018. En términos
de volumen físico, y con el índice 100 establecido en 1989 como
establece la estadística oficial, el nivel de producción del
conjunto de la industria en 2018 se situó en un índice 67,7, lo que
indica que se ha reducido la producción en más de una tercera parte
desde entonces.
Esto
refleja un ajuste intenso, que afecta de manera especial a la
fabricación de bienes de equipo cuyo índice en 2018 ha sido un 6,9
reflejando una disminución de más del 90%, la práctica
desaparición de esta actividad. Por su parte, los bienes intermedios
con un índice 35,1 en 2018 tampoco ofrecen un resultado positivo, y
solo los bienes de consumo remontan el índice 100 de 1989 con un
modesto 103,7 en 2018. Crecer un 3,7% en 30 años es realmente una
cifra despreciable.
Los
datos oficiales muestran un panorama desolador para el sector
industrial, fundamental en cualquier país. Desde esta perspectiva,
¿cómo puede Cuba presentar su sector industrial, que registra estos
datos muy negativos, a un certamen internacional de inversores que
tratan de obtener el máximo beneficio para su capital? Malmierca
debe tener la respuesta. Yo no.
Es
evidente que en Cuba no existen empresas industriales, tal y como las
conocemos en otros países del mundo, sino entidades del estado que
funcionan con procedimientos e indicadores definidos desde los
organismos superiores del estado, las OSDE, creadas expresamente para
aumentar el control burocrático de las empresas y eliminar cualquier
posible autonomía de gestión. En un entorno complejo como el
actual, dominado por intensos cambios geopolíticos y la
incertidumbre, esta apuesta del régimen comunista no es la más
adecuada para hacer atractiva la industria al capital extranjero.
Los
grandes cambios asociados a las tecnologías disruptivas que trae
consigo la cuarta revolución industrial van a afectar intensamente a
sectores como el de la alimentación y el envasado, que tiene una
participación significativa en la industria cubana. Hay amenazas y
oportunidades derivadas de los nuevos hábitos por parte de los
consumidores y una demanda que apuesta por productos más
sostenibles. Cambios como estos exigen nuevas inversiones, que al
parecer viendo la composición de la “cartera de oportunidades”
se quieren conseguir con el capital extranjero. Al parecer solo 81
proyectos de la cartera (el 15%) son “agroalimentarios”, de un
total de 525 lo que da una idea de por dónde van los tiros.
Pero
luego, el inversor internacional se mueve, lógicamente, hacia
aquellas actividades en las que percibe mejores oportunidades de
negocio, turismo o minería. Y vuelta a empezar. De ese modo, las
empresas industriales cubanas, cuyo dueño es el estado, se quedan al
margen de esa lluvia de capital, tecnología y know how empresarial
que se espera del capital extranjero, y continúan su existencia
mediocre bajo el paraguas intervencionista del estado.
Lo
que Fihav está mostrando a todas luces es que una política dirigida
por el estado para la captación de inversiones extranjeras es un
fracaso. No sirve. Si no se cuenta con empresas internacionalizadas,
competitivas y atractivas, capaces de posicionar sus productos de
calidad en los principales mercados mundiales, este tipo de
certámenes acaban siendo “juegos florales” de escaso recorrido y
nula rentabilidad al capital invertido por el estado, que como se
sabe, no anda sobrado en estos tiempos que corren. La historia
confirma que el régimen castrista nunca se preocupó por
internacionalizar sus empresas, mientras vivió de la recompensa
política del subsidio soviético, y ahora, la situación es difícil
de corregir. El estado comunista posee un número de empresas
industriales que operan en distintos sectores, pero que no interesan
a los inversores internacionales.
Estas
empresas carecen de capacidad de innovación, de flexibilidad, de
independencia, autonomía y capacidad para construir su futuro, al
margen de consignas políticas e ideológicas. A esto hemos llegado.
Lo que el régimen castrista debe entender es que antes de atraer el
capital extranjero, es necesario internacionalizar la economía en el
escenario internacional. Y este proceso no depende ni del embargo ni
del bloqueo, sino de la capacidad de las empresas para lograr dicho
objetivo. Nadie mejor que las empresas para conocer sus limitaciones
y fortalezas y, si se las dota de autonomía, recursos y un marco
jurídico adecuado para ejercer los derechos de propiedad privada,
pueden asumir los retos que necesita la economía cubana.
La
fórmula es muy simple. Para atraer las inversiones extranjeras
realmente transformadoras que aporten tecnología e incrementen el
valor añadido, son las empresas y no el estado el que debe
relacionarse con el capital internacional. Al estado le corresponde
dar el impulso público al sector industrial y sus empresas,
debidamente gestionadas con criterios de eficiencia y sostenibilidad,
para que encuentren contrapartes con los que hacer negocios y
aumentar la escala de la producción. Cuanta menor sea la
intervención directa del estado, mejor.
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