Miedo al pluralismo político

Elías Amor Bravo, economista
La reforma constitucional cubana sitúa al partido comunista, único autorizado en el país, como fuerza dominante de la sociedad, al margen de lo dispuesto en la carta magna. Atribuir este poder político monopólico a una organización partidista significa reconocer miedo al pluralismo democrático. Una estrategia calculada para que Cuba siga siendo lo que sus dirigentes quieran.
Cabe preguntarse por qué este miedo al pluralismo democrático.
No hace muchos días, Granma dedicó un artículo propagandístico a describir lo que consideran el escenario de múltiples partidos anterior a 1959, concluyendo que aquella experiencia resultó en un fracaso. En el imaginario de Granma, portavoz comunista, los males atribuidos a Cuba durante aquellos años se debieron, en buena medida, al sistema de partidos que había surgido tras la independencia. Borrón y cuenta nueva. Así de fácil.
Otras colaboraciones del mismo estilo han dispuesto situar una línea de relación histórica entre el Partido revolucionario cubano y el comunista, como si los padres de la nación no admitieran que junto a aquella opción política existían otras que competían por el voto en las primeras elecciones celebradas en la República. Identificar al Partido martiano con el comunista es un insulto a la historia de Cuba y a la inteligencia de las gentes, porque nada tienen que ver uno con otro, como tampoco son iguales las situaciones históricas.
Por último, el miedo al pluripartidismo democrático se percibe en la obligatoriedad y la imposición del estado socialista, la proscripción de la libre empresa, los derechos plenos de propiedad privada y del mercado como instrumento de asignación de recursos, entre otros límites al ejercicio de los derechos y libertades en Cuba.
Al final, todos estos impedimentos vienen a confirmar que el régimen sustentado por los comunistas cubanos y sus organizaciones de masas, no se siente seguro en un entorno de competencia electoral clásica. Y ello es así porque reconoce que su apoyo popular es marginal, residual, y que en un contexto de elecciones libres y democráticas, con la participación de todos los partidos, la organización que sustenta el poder autoritario se vendría abajo, igual que ha ocurrido en otros procesos políticos similares.
El problema con esta ofuscación hacia el sistema democrático plural es que en Cuba, con la constitución en proceso de cambio, no se observa un proceso de transición ni nada parecido. No existe un intento, por parte del régimen, de establecer las bases de un gran pacto social que permita a Cuba alcanzar el estatus de democracia moderna, respetuosa del ejercicio pleno de los derechos humanos. Al actuar de ese modo, el régimen provoca asimetrías perjudiciales que a la larga van a resultar negativas para su propia consolidación.
Por desgracia, los resultados de las consultas electorales que se celebran en Cuba carecen de calidad y legitimidad para evaluar el pluralismo de la sociedad cubana. Pero la existencia de sensibilidades, posiciones y valores disímiles entre los cubanos de la isla es una realidad incuestionable. La imagen de unidad, el pensamiento único, el “todo en la revolución y nada fuera de ella”, los primeros de mayo masivos, etc son demostraciones propagandísticas huecas, que no reflejan la verdadera realidad de una sociedad que permanece ajena a todas esas tropelías, porque desde hace décadas se ha descolgado del régimen.
La fijación del partido comunista como el único autorizado en el país podría incluso entenderse como un simulacro de pacto entre los poderes que realmente sostienen al régimen: la seguridad del estado, el ejército y los propios comunistas. A los dos primeros, se les entrega de manera directa el poder económico monopólico del estado, en tanto que a los comunistas se les deja la dirección política, orientados esta vez hacia un “socialismo democrático” que nadie consigue entender qué significa.
En democracia, los partidos políticos representantes de las distintas ideologías son un elemento fundamental para la movilización de la ciudadanía, la formación de los gobiernos tras las elecciones y la demostración que las distintas ideologías y sensibilidades pueden tener voz en la acción de gobierno democrática. Cuando este pluralismo se sustituye por una sola ideología que se atribuye todo el poder político, una parte de la sociedad simplemente queda fuera de ese debate y es normal que de la espalda a los dirigentes.
Estos pueden valerse de las armas de la propaganda para hacer creer a otros que no es así, pero la dura realidad es que esa falta de conexión tiende a consolidarse con el paso del tiempo y es fuente de conflictos que, por desgracia, acaban estallando cuando menos se los espera. Nadie quiere para Cuba y los cubanos un escenario de conflicto de estas características, pero la cerrazón autoritaria del régimen puede estar contribuyendo a ello. Justo en el momento en que existían las mejores condiciones para alcanzar ese pacto cívico con todos los cubanos, y poner punto final a la historia de 60 años de desaciertos y fracasos, el enroque comunista no permite hacer buenos presagios.

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