Cuba: reforma constitucional y cerrazón a la realidad

Elías Amor Bravo, economista
La reforma de la constitución cubana emprendida por las autoridades del régimen puede provocar un colapso en la sociedad de consecuencias mucho más graves de las previstas. Para empezar, situar a un partido de una ideología más propia de mediados del siglo pasado que del momento actual, al frente de la organización institucional del país, como algo inamovible y por encima de la carta magna, es un despropósito difícil de entender en términos de principios democráticos. Imagino lo que podría haber ocurrido en España si los dirigentes de la UCD de Adolfo Suárez se hubieran empeñado en dotarla de idénticos poderes tras la muerte de Franco. Impensable.
Manteniendo este postulado, Cuba seguirá siendo la misma nación interesada en funcionar como un precario laboratorio de experiencias políticas, económicas y sociales basadas en una ideología que es ampliamente rechazada en todos los países democráticos cuando se celebran elecciones libres y plurales. Es evidente que no existe racionalidad en estos postulados sino una cabezonería política de los dirigentes, que puede poner en grave peligro la vida de millones de cubanos. En suma, mantener un sistema autoritario izquierdista y hostil al pluralismo político, los derechos humanos, la propiedad privada y el mercado, como pretende consolidar la reforma de la constitución estalinista de 1976, puede llegar a ser un absoluto despropósito. En definitiva, impedir con ello que los cubanos puedan beneficiarse del debate plural, abierto, alternativo y sin duda benéfico para el avance de una sociedad, que se produce en los países en que los partidos políticos de distintas ideologías compiten por ganar el voto ciudadano.
En casi medio siglo, mientras que el mundo ha experimentado cambios políticos, económicos y sociales de gran envergadura, y se prepara actualmente para afrontar con éxito los efectos disruptivos de la cuarta revolución industrial y el reto del gobierno abierto, en Cuba nada ha cambiado en ese mismo período de tiempo. La revolución cubana, utilizando los instrumentos de la propaganda bolchevique, identificando a Estados Unidos como el origen de todos sus problemas y consolidando niveles de represión política difíciles de encontrar en otros países del mundo, ha mantenido a los cubanos en unas condiciones de vida muy similares desde que se alteró en 1959 la tendencia de Cuba a ser una de las naciones más avanzadas de América Latina. Y con ese mensaje quiere llevar adelante una reforma de la constitución que no atiende a los retos de los tiempos ni a las necesidades reales de la sociedad cubana.
La experiencia ha confirmado que el régimen diseñado por los hermanos Castro ha tenido éxito en su capacidad para destruir, de manera sistemática y en beneficio propio, la sociedad civil, la empresa privada, la iniciativa individual de los cubanos, consolidando al mismo tiempo un Estado intervencionista, que se basa en la planificación y control de la economía, pero que yerra de manera continua en sus planes y actuaciones. Y lo que es peor, dependiente de las subvenciones procedentes del exterior, por cuanto ha sido incapaz de consolidar una economía competitiva y eficiente.
En estas condiciones, el proceso de reforma constitucional en curso se encuentra con una nación desmoralizada, cansada de tantos experimentos inútiles. Una sociedad que aspira a ser como el resto del mundo, en la que los ciudadanos puedan disponer con libertad de sus vidas y proyectos, sin que nadie diga lo que tienen que hacer o cumplir. Las autoridades no han sido capaces en este ensayo de alcanzar un acuerdo sobre el mejor régimen posible para Cuba, porque han cerrado cualquier vía de comunicación con los que opinan de forma alternativa, al tiempo que proponen unos espacios para la participación que tienen una credibilidad muy escasa o limitada, en los que, hasta ahora, y así será hasta el final, solo aparecen los comentarios que coinciden con la propuesta del gobierno. Tristemente, en las condiciones actuales, no resulta fácil vislumbrar una transición política en Cuba, similar a la que otras dictaduras emprendieron al finalizar el ciclo vital de sus dirigentes.
El enunciado de democracia socialista, en contraposición al de democracia liberal, no tiene ni pies ni cabeza, cuando se resiste al pluralismo político, el respeto a todos los derechos humanos, y la exigencia de que todo absolutamente todo se tiene que situar dentro de la revolución, fuera de ella nada. Lo mismo que han hecho desde 1959. Restos del culto narcisista a la personalidad de Fidel Castro, cuya desaparición física no encuentra espacios para el cambio y la modernización de la nación, como ocurrió en otros países.
Sin embargo, en su cerrazón a la realidad, el régimen puede estar equivocado. La realidad es que las generaciones de cubanos que van a participar en el proceso de reforma constitucional ya no tienen suficiente memoria del pasado anterior a 1959. La propaganda del gobierno intenta presentar aquellos tiempos como propios de una nación destruida, sin principios ni valores, sometida por gánsters, mísera y pobre, cuando la realidad fue completamente distinta. Ajenos a estos enunciados que ya simplemente no interesan, los cubanos de 2018 van a tomar en consideración la experiencia histórica de lo que ha sido su vida más reciente, preguntándose por las razones profundas que explican tantos pasos atrás, fracasos y experimentos, como los que ha desarrollado el régimen comunista con ellos. Este es uno más.
Por eso, muchos cubanos ya han dado la espalda al proceso de participación que se les ofrece, porque ni es democrático, ni tiene las garantías suficientes, ni va a servir para nada, ante la presión agónica de las organizaciones de masas que controlan todo el proceso. Las alternativas ya se están explicitando. Existe una clara convergencia en el rechazo a la oferta gubernamental, e igualmente se abre camino el voto del No, como respuesta a una oferta que es inaceptable en términos democráticos y de derechos humanos.


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