La planificación económica en Cuba: de mal en peor
Elías Amor Bravo, economista
En estos días de comienzo de año, se está hablando, y mucho en
Cuba, del plan de la economía para 2020. Existe una percepción bastante extendida
que es complicado cumplir “sus grandes retos en función de elevar
su competitividad, la calidad y la eficiencia en sus renglones
productivos, y ocupar un lugar protagónico en la sustitución de
importaciones”, como se expresa en un artículo publicado en Granma
sobre esta cuestión. En breve se anuncia una “mesa redonda” con
la participación del ministro de economía y son varios los
titulares en que se incide sobre la misma cuestión del “cumplimiento
del plan”.
La
pregunta que se suscita, casi de forma inmediata, es si realmente
tiene sentido dedicar toda esta atención a un instrumento, el plan
de la economía, que a lo largo de su historia, desde los tiempos de
la JUCEPLAN, nunca ha conseguido sus fines, y lejos de contribuir a
la mejora del funcionamiento de la economía, ha sido un auténtico
obstáculo, una “traba” en el lenguaje de Díaz-Canel, que es
preciso eliminar. Por ello, no se entiende este “akelarre”
comunista con el plan, precisamente cuando lo más aconsejable es
decir “Bye-Bye plan”, lo mismo que a Lenin,
Hay
razones para que ello no sea así, y además en este momento. La
victoria del sector empresarial del ejército y seguridad del estado,
vinculado a los negocios extranjeros, situando a Marrero como primero
ministro del régimen, ha exigido al aparato burocrático ideológico
comunista heredero de Fidel Castro, sacar las uñas para demostrar
que sigue vivo, y dispuesto a no ceder parcelas de poder. Y a partir
de este momento, se pone en marcha la galopada loca en defensa del
“plan” y de la necesidad de “encaminarse hacia el
perfeccionamiento de nuestro modelo económico social”.
Los
comunistas ideológicos recalcitrantes, el ala conservadora del
régimen liderada por Díaz-Canel, se ha dedicado estos días a lo
único que saben hacer, “establecer líneas de trabajo priorizadas
para los cuadros desde la base”, atrapar a los trabajadores en
largas reuniones explicativas, visitar empresas y grupos
empresariales paralizando la actividad normal cotidiana, someter a
todo el mundo a escrutinio, amenazar con delaciones e
investigaciones, responsabilizar a todos de los fracasos propios,
topar precios, en fin, toda una serie de majaderías comunistas que
están en el origen del auténtico bloqueo interno de la economía.
Y
lo cierto es que este sector, que lucha por aumentar sus cuotas de
poder en la jerarquía del régimen castrista, no hace otra cosa que
dar tumbos sin ton ni son, para ver si atrapa algo. Un ejemplo de
esas contradicciones: visitan empresas que apuestan por la
sustitución de importaciones en varios de sus renglones, y
contribuyen al desarrollo local, pero que al mismo tiempo también
quieren exportar, por medio del aparato estatal ministerial o esa ZED
del Mariel que continúa sin una definición precisa en sectores cada
vez más denostados y cuestionados a nivel mundial por su poder
contaminante, como la industria del carbón. En esto han quedado,
según dice Granma.
Díaz-Canel
quiere que directivos y trabajadores se responsabilicen del
“cumplimiento del plan de la economía previsto para el presente
calendario, apostando por eficiencia, ahorro, control de recursos y
explotación de reservas y potencialidades en prácticas cotidianas”.
¿Dónde quedó la lucha de clases y el reparto de la riqueza entre
los factores de producción? Tal vez en algún lugar de la historia,
que ha servido para que los cubanos puedan contemplar, en primera
persona, cómo los obreros canadienses, italianos o españoles
disfrutan de largas vacaciones en la isla, de todos los productos y
servicios que ellos no pueden siquiera soñar, y además, con sanidad
y educación gratis en sus respectivos países. ¿Qué es lo que
hemos hecho, se preguntan? Y de nuevo, alguien les dice que lo que
deben hacer es cumplir el “plan de la economía”.
No
es extraño que los trabajadores quieran respuestas a preguntas como
las que se citan en Granma, “como qué vamos a producir y cómo lo
vamos a hacer; cómo vamos a ahorrar y en qué renglones; qué
diseñar para exportar más”. Estas son las preguntas que se
plantean en Granma, pero hay muchas más, y todas ellas conducen a lo
mismo: ¿por qué los cubanos tenemos que conformarnos con el salario
medio más bajo del mundo, el racionamiento, la ausencia de libre
elección y además, nuestro régimen nos hace responsables de este
escenario de fracaso? Y así han pasado 60 años, discutiendo un plan
que nunca se cumple, que condiciona las decisiones de todos, que
limita la capacidad competitiva de la economía nacional, en
definitiva, un bloqueo que impide progresar a los cubanos.
Y
aquí es donde viene el asunto que nos ocupa. Como el plan no se
cumple, ni existe intención en ello, Díaz-Canel entonces introduce
en el discurso político los puntos que sostienen al poder
burocrático e ideológico que él defiende, como alternativa al
sector empresarial abierto, y por eso mezcla churras con merinas, y
al hablar del plan también enumera “las cuatro prioridades de
trabajo definidas por el gobierno en la actualidad: la batalla
ideológica, la defensa del país, el intenso ejercicio legislativo
iniciado, y que debe continuar para apoyar la constitución de la
República; y la batalla económica”, y ya me dirán que tiene que
ver todo esto con la prosperidad de los cubanos, la mejoría de la
situación de la economía y la libre elección. Nada. Más de lo
mismo.
Al
final, los cubanos se han acostumbrado a entender los sistemas
económicos de forma diferente a como lo hace el resto del mundo. Y
es una lástima, porque ni existe “socialismo cubano”, como
tampoco el capitalismo a nivel mundial es el espantajo que utilizan
cuando hablan desde el poder, del neoliberalismo. Los obreros
españoles, canadienses o italianos lo explican cuando viajan como
turistas a los resorts de la isla. Desde hace años, los cubanos ven
con preocupación que sus programas sociales, no se pueden sostener
si no se producen más recursos económicos, y estos no se obtienen
porque la economía no está bien dirigida, y buena parte de la
responsabilidad de ello, recae en el plan. Pero a ellos solo se les
exige cumplir el plan y dedicarse a ello. Una política económica
alternativa es posible.
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