El estado no debe dedicarse a fabricar jugo de mango o de guayaba

Elías Amor Bravo, economista

Un artículo publicado en Granma hoy, con el título “Toneladas de irresponsabilidad” destripa lo ocurrido en los almacenes de La Conchita, tras la denominada, “comprobación nacional al control interno”. En mi modesta opinión, la irresponsabilidad es confiar al estado la fabricación de jugo de mango o guayaba. Esta es la cuestión.

A modo de resumen, los auditores de la Contralora, la señora Bejarano llegaron a esta empresa pinareña a desempeñar sus funciones, y descubrieron ni más ni menos que 1.445,9 toneladas de pulpa de mango y de guayaba, que se habían vencido en los almacenes sin utilizarse. El por qué sale esto ahora, y nunca antes, es algo que también merece ser tenido en cuenta.

La descripción que se hace del informe del auditor es asombrosa. Y cito a Granma, “2.241.352 pesos de afectación económica, por los cientos de toneladas de pulpas deterioradas que debieron venderse al porcino como alimento animal, y las que ni siquiera sirvieron para los cerdos”, “hacinamiento de los productos y que no había mecanismos para su rotación”, “podías encontrarte en lo último del almacén un lote que se vencía, con un laterío delante que impedía llegar a él. O un parle de pulpa que todavía estaba lejos de la fecha de vencimiento, encima de otro a punto de caducar”. Todo ello se resume en esas 1.445,9 toneladas de pulpa de mango y de guayaba, que se habían vencido en los almacenes sin utilizarse.

¿Qué quieren que les diga? Pensar en los cubanos haciendo cola para acceder a uno de esos productos, generalmente racionados, y que no alcanza el reparto del mes, o que no pueden pagar los precios desorbitados a que se venden en las tiendas para turistas, y constatar estas deficiencias en la gestión en origen, le parte a uno el alma. Como economista, gestor de empresas, no lo puedo entender.

¿Son acaso culpables los directivos de La Conchita de este desastre? Las razones que se ofrecen, y vuelvo a citar a Granma, llevan a atribuirles algo de culpa, no me cabe la menor duda, “las filtraciones en la cubierta del almacén central donde se guardan las pulpas y los concentrados, la falta de ventilación, el incumplimiento de las normas de almacenaje, lo que dificultaba su manipulación y rotación, la poca gestión para darle algún destino a una cantidad enorme de pulpas, antes de que se vencieran”. En todo caso, problemas menores, subsanables con inversiones no excesivamente costosas que se podrían realizar si La Conchita tuviera autonomía de gestión para decidir el destino de sus rentas sin responder a ningún comunista.

Salvadas estas cuestiones a nivel micro, me preocupan más los otros problemas mencionados por Granma, y cito “que la cocina principal de la industria estuvo casi dos años en reparación, y las líneas de jugos y de cremas tampoco estaban funcionando (esta última continúa fuera de circulación), la escasez de envases para las producciones terminadas (en los últimos años solo estuvimos recibiendo alrededor de un 37 % de lo que se necesitaba), unido a tres paralizaciones, con una mayor entrada de mango y sin un respaldo de latas, la falta de comunicación con los órganos superiores”.

Es evidente que estos problemas están fuera del control directo de los gestores de la Conchita y apuntan de manera directa al modelo de organización de la actividad empresarial en Cuba. En esencia, las relaciones que existen entre las empresas en cualquier economía del mundo permiten corregir esos problemas, pero en Cuba, no ocurre lo mismo. La razón, la que tantas veces hemos denunciado: todo depende del estado. Y el estado no sirve para producir pulpa de mango y guayaba, por mucho que el régimen comunista de Cuba se empeñe tozudamente.

El estado debe cumplir otras funciones: distribución de la renta, asignación de recursos allí donde el mercado no llegue, crecimiento económico y estabilización. El estado debe dedicarse a regular la actividad económica desarrollada por los agentes privados, por empresas movidas por la lógica del beneficio, la renta y la productividad. En Cuba, donde este modelo se encuentra proscrito, la pulpa de mango y guayaba se pudre, sin más, en los almacenes y los cubanos se quedan sin su jugo. Y cuidado, lo peor es que se seguirá pudriendo en el futuro, porque los llamados “lineamientos”, el plan económico 2030 y la presunta "reforma" constitucional anunciada, mantienen el mismo modelo obsoleto de economía controlada por el estado y sin derechos de propiedad, ni mercado.

Ante una situación como la descrita por la Contraloría, en cualquier economía de empresa libre se habrían tomado las medidas necesarias para dar una solución a los problemas. En Cuba, aparentemente todo sigue igual. Se han hecho algunas cosas, y las cito, “la Empresa de Conservas de Vegetales autorizó a vender los excedentes de bienes intermedios a otras entidades, se incrementó la gestión de comercialización, y también ha habido una respuesta positiva en cuanto a la disponibilidad de latas, se montaron tres turnos para trabajar 24 horas y aprovechar la materia prima, envasarla y venderla, cuando se hizo la auditoría, enseguida se destrabó todo, pero después de que se echaron a perder cientos de toneladas”. La pregunta es, ¿por qué todo esto no se hizo antes y hubo que esperar a que desembarcara el equipo de la señora Bejarano?¿Qué margen tienen las empresas estatales para funcionar dentro de un marco de racionalidad económica elemental?

Dice Granma que el nuevo director de La Conchita, al parecer se tomaron medidas de apartar a los anteriores equipos, está implicado en que no se volverán a estancar las producciones en los almacenes, ya que la tecnología lo acompaña, y como él mismo reconoce, “en una industria obsoleta no se sabe qué puede pasar al día siguiente”. Pues si, lo que puede pasar en cualquier momento es lo mismo que se describe en este artículo de Granma, porque la organización estatal de la economía no funciona, y es necesario apostar por otro modelo en el que las empresas pasen a ser de titularidad privada, generen beneficios, los distribuyan entre sus socios y paguen salarios y empleos mejor retribuidos.

El caso de La Conchita, no pasará a los libros de texto de las escuelas de negocios en los países avanzados, pero tampoco es un buen ejemplo, ni siquiera en la economía cubana. El régimen debe reconocer que este tipo de problemas está en el origen de la falta de productividad de la economía y su atraso relativo, lo que impide mejorar en niveles de vida y prosperidad, el verdadero origen del bloqueo de la economía cubana. Estancarse en ideas obsoletas no es bueno cuando se pretende reformar las cosas. Aquí tienen campo para trabajar. Si quieren.




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