La creación artística en el régimen castrista: ni diálogo ni confianza
Elías Amor Bravo, economista
En ocasiones, Granma nos sorprende con artículos
que parecen escritos en cualquier lugar del mundo que no sea el
régimen comunista de Cuba. Ese es el tono y el sentido de un
artículo titulado “Creadores e instituciones culturales: diálogo
y confianza”, que nos obsequian en la edición de hace unos días.
En ninguna otra etapa de la historia de Cuba, y
mucho me temo que en la experiencia de la mayoría de países del
mundo, es difícil encontrar una manipulación propagandista de la
cultura tan intensa, sofisticada y abrumadora como en Cuba. Los
sucesos puntuales de Alicia Alonso o del Instituto Nacional de
Cultura anteriores a 1959, que se citan en el artículo, parecen
bromas de mal gusto, comparado con lo que ha sido la manipulación de
la cultura en Cuba durante 59 años. Y, además, que parece que va a
continuar.
Es fácil de comprender. Cuando el estado es quién
dirige todas las actividades económicas colectivas e individuales de
un país, todo se pone a su servicio, cultura incluida. Y de ser la
cultura una actividad privada orientada a promover la libre
iniciativa en todos los ámbitos, acaba siendo un instrumento de
trasmisión del poder de arriba a abajo, distorsionando la realidad y
penetrando en todos los orificios de la sociedad, para domarla y
construirla de acuerdo con los fines políticos.
La cultura cubana anterior a 1959 fue un éxito
nacional e internacional. Cualquier intento de minimizar el impacto
de aquella explosión de arte, pintura, música, literatura,...
pierde el tiempo, porque afortunadamente, han quedado para siempre en
la historia los registros documentales de aquella etapa. Fue una
época en la que, la libertad, la economía privada y la cultura del
incentivo, permitió a los cubanos avanzar plenamente hacia la
realización individual y la participación social de los creadores,
situando a Cuba, también en este ámbito, como primera potencia
mundial.
Lo que vino después se inscribe en la obsesión
castrista por desviar la trayectoria de la nación hacia el desierto
de ausencia de libertades individuales y represión del pensamiento
alternativo e independiente en que se ha convertido la nación. De la
trova cubana, que había dado grandes artistas de proyección
internacional, a la “nueva trova” cargada de mensajes y
contenidos ideológicos que aburrían con las mismas consignas, una y
otra vez. Fidel Castro, que prohibió el uso del saxofón por ser un
instrumento contrarrevolucionario, abrió una caja de truenos que
resultó exterminadora para muchos artistas e intelectuales cubanos,
a los que no quedó más remedio que obedecer al estado, seguir sus
directrices y órdenes, en suma, someterse a una línea oficial, o
exiliarse rumbo a lo desconocido, en el peor de los casos, en pos de
una vida profesional.
El autor del artículo de Granma se pregunta si ha
habido ¿Conflictos, contradicciones?¿Interpretaciones dogmáticas y
retrocesos? Por supuesto que si. Demasiados. Tantos, y de una
intensidad enorme para un país pequeño, sometido a las leyes y
normas del estalinismo más férreo que se llevó por delante a dos
casi tres generaciones cuya contribución fue calculada rigurosamente
en función de su apoyo al poder. No es extraño que una parte muy
importante de los dos millones de cubanos exiliados hayan pertenecido
al mundo de las artes, en general. La asfixia que todos ellos
sintieron y padecieron en Cuba, la acabaron arrastrando a las playas
del exilio doloroso, donde muchos, y ejemplos sobran, quedaron atrás
sin poder cumplir el sueño de volver a una patria libre.
Desde la lógica comunista, el Ministerio de
Cultura y sus distintos organismos se encargaron de estructurar un
sistema de represión a las distintas entidades y personas que
fungían en el ámbito cultural, cumpliendo con una labor represiva
sobre los escritores y artistas en relación a lo que podían hacer y
lo que no, resumida en una tristemente célebre frase de Fidel
Castro: “con la revolución, todo, contra la revolución, nada”.
Bajo ese prisma totalitario y comunista la
historia del arte en Cuba durante 59 años ha transitado por etapas
de dolor y sufrimiento, en las que los derechos humanos se han
pisoteado de forma continua, donde la represión se ha mantenido de
formas cada vez más distintas y complejas, y donde no se ha
permitido ni se permitirá el ejercicio de la libre creación,
innovadora y espiritual. Si. Las actividades han sido muchas, en
forma de conciertos, exposiciones, presentaciones de libros, charlas,
debates y encuentros de las organizaciones de creadores, pero los
resultados dentro de la isla dejan mucho que desear.
Por el contrario, fuera de Cuba los cubanos han
demostrado lo que pueden llegar a conseguir cuando las instituciones
no ponen límites a sus capacidades, y donde no existen órdenes de
contenido ideológico a cumplir. Fuera de Cuba los cubanos han sido
capaces de desarrollar su vocación cultural, escritores, músicos,
pintores y artistas; dentro de Cuba, esas actividades han quedado muy
atrás. El régimen lo ha sabido, pero obsesionado con la propaganda
ideológica, ha querido correr un tupido velo para ocultar sus
miserias. Los datos avalan este análisis comparativo.
Y ahora, que la obsesión por obtener divisas
remueven algunos de los principios que regían la ortodoxia
castrista, desde el régimen se arremete contra aquellos cubanos que
pueden obtener becas o ayudas del extranjero para desarrollar su
actividad cultural, y los acusan de “supuestas facilidades
promocionales; alentar ilusiones de éxito rápido y fácil y
propiciar efímeros escándalos mediante manipulaciones mediáticas”.
Casi nada. Así es como define un autor castrista lo que cualquier
persona considera que es la base del éxito. Una distancia que no es
posible corregir por medio de diálogo alguno.
Si el régimen comunista quisiera normalizar su
acción cultural debería tender puentes con el exterior, no
romperlos. Los cubanos del exilio saben mucho de cómo rentabilizar
con éxito sus actividades de creación cultural, y pueden dar
lecciones muy valiosas a sus compatriotas de la Isla. Al fin y al
cabo, todo es una cuestión de supervivencia y de poner en valor
aquellos sectores y actividades que podrían contribuir a generar
recursos financieros para la economía nacional. En vez de hostigar
sin límites y atacar con insultos e improperios a los que han
obtenido el éxito lejos de su lugar de nacimiento, habría que
propiciar el acuerdo, el entendimiento y la búsqueda de un espacio
común que es fundamental para el desarrollo del arte y la cultura en
todas sus manifestaciones.
No parece que esta visión multidimensional sea lo
que buscan los portavoces del comunismo castrista. No conformes con atacar y destruir a los que siguen viendo como enemigos,
lo más llamativo es cuando se califica como "proyectos subversivos" la
tarea artística de quiénes prefieren elegir la vía internacional
en vez de quedarse en Cuba. Bendita subversión. Gracias a ella
conocemos el verdadero arte cubano.
Comentarios
Publicar un comentario