La vivienda en Cuba vuelve a registrar un pésimo año 2017

Elías Amor Bravo, economista
La Oficina Nacional de Estadística de Cuba, ONEI, acaba de publicar sendos informes relativos a las inversiones y la construcción en Cuba durante el pasado año 2017. Los datos no ofrecen motivo de duda. La vivienda, un derecho fundamental de las personas, vuelve a retroceder de forma significativa en 2017, sin que se observen mejorías en su evolución a corto o medio plazo.
En efecto, el número de viviendas que se construyeron en 2017 alcanzó 21.827 unidades, lo que ha supuesto un descenso con respecto al año anterior, que ya había sido especialmente negativo, del 1,3%. Si se tiene en cuenta la evolución experimentada entre 2014 y 2017, el descenso es, si cabe, todavía mayor, un -12,8%.
Además, se observan diferencias muy notables en el territorio, lo que tiene un efecto añadido sobre la existencia de notables desigualdades en la población. Así, por ejemplo, mientras en Matanzas o Isla de la Juventud las viviendas construidas desde 2014 se han reducido a la mitad, en otras zonas, como Granma o Camagüey se han producido aumentos en el mismo período.
Por último, en comparación con el año anterior, 2016, se observa un crecimiento de la construcción estatal de viviendas de un 20,7% en tanto que la modalidad denominada “esfuerzo propio” experimenta un descenso del -17,1% con relación a 2016. Estos datos vienen a confirmar que la política castrista de construcción de vivienda, apoyada en la acción del estado, no sirve para estimular el sector y es un rotundo fracaso, lo que impone necesariamente su reorientación estratégica.
El Gráfico 1 muestra la evolución del número de viviendas construidas en Cuba desde 2006 para constatar cómo el sector desciende de forma continua, de las más de 100.000 alcanzadas aquel año, a las 21.000 del pasado, un descenso del 81%, sin que se produzca una reacción por parte de las autoridades para cambiar la tendencia. El déficit acumulado es formidable.
Gráfico 1.- Evolución del número de viviendas construidas en Cuba
 









Se trata de años perdidos para una población que observa cómo se deterioran los edificios y las viviendas en que residen, sin que existan medios para el mantenimiento o la renovación. La vivienda es, con diferencia, uno de los fracasos más destacados del régimen. Hay muchas razones para explicar por qué ello es así.
En primer lugar, el sistema jurídico de derechos de propiedad, que impide a los cubanos poseer más de una vivienda, salvo la habitual y otra en lo que denominan “zona de descanso”. No existen datos objetivos sobre tenencia de vivienda, pero tras las expropiaciones de los primeros años de la revolución, no parece que el número de cubanos que disfrutan de dos viviendas sea muy numeroso. En todo caso, suele estar relacionado con los cargos dirigentes en el régimen, tanto en la administración como en las empresas estatales.
En segundo lugar, la ausencia de un marco que autorice a las empresas privadas de construcción de vivienda su funcionamiento competitivo y a los cubanos establecerse como empresarios o por cuenta propia en esta actividad, sin más restricciones que las operativas y de funcionamiento. La fórmula de “esfuerzo propio” que es la única alternativa “privada” autorizada, se encuentra con numerosas dificultades de abastecimiento de materiales constructivos. No existen en la isla mercados de aprovisionamiento mayoristas que faciliten el acceso a los medios de producción, y los precios de venta son elevados, además del racionamiento y la escasez estructural cuando se decide su tope por el régimen.
Tercero, dos aspectos que están relacionados: la falta de financiación y de mano de obra. La primera se intentó suplir con la concesión por la banca estatal de subsidios para la vivienda, que han tenido un bajo nivel de eficacia, si se tiene en cuenta que no han servido para corregir las cifras de la tendencia. La realidad es que el poder adquisitivo de los cubanos es muy bajo, su nivel de ahorro privado también lo es, y en tales condiciones, los medios para acceder a la titularidad de viviendas no dependen del esfuerzo individual como en otros países del mundo. Esto explica en buena medida el fracaso de la política. Lo segundo, la falta de mano de obra cualificada, es más grave aún, y ha llevado a empresas extranjeras involucradas en la reforma de hoteles del estado a contratar temporalmente a peones de otros países, con sueldos muy superiores a la media de los cubanos.
Lo peor de todo esto es que, mientras que las estadísticas de vivienda no dan lugar a duda del fracaso de la política del régimen, la misma publicación de la Oficina Nacional de Estadística indica que las inversiones en construcción y montaje con destino a inversiones crecieron en 2017 un 36,4% con respecto a 2016. Inversiones que se concentraron de forma muy destacada en la actividad de “servicios a empresas, inmobiliarias y alquiler”, que alcanzó con un importe de 2.344,8 millones de pesos, el 32,5% de todas las inversiones realizadas. Es decir, el estado ha aumentado las inversiones, pero no en la vivienda, sino en aquellas actividades en las que puede obtener un rédito más a corto plazo.
Comparado con esta cifra, la inversión en los “logros de la revolución” sanidad y educación apenas alcanzó el 9,2% del total, con unos modestos 664,8 millones de pesos, una cantidad similar a la registrada, en solitario, por “administración pública, defensa y seguridad” de 658,3 millones de pesos. Si bien es cierto que esta última experimenta un importante descenso con respecto al año anterior, un -27%.
Preguntarse por el sentido y razón de estas inversiones tiene poco sentido. Los economistas otorgan al sector de la vivienda un papel fundamental en la dirección de los cambios en cualquier economía. Sus efectos sobre el empleo, la riqueza y la mejora de las condiciones de vida de la población son muy significativos y son bien conocidos. La economía cubana no puede, con su actual marco jurídico, aprovechar estos efectos benéficos de la actividad constructiva de vivienda. Lentamente el parque de edificios va quedando asolado por el paso de los años, las inclemencias del tiempo y la falta de mantenimiento. Un estado de cosas que tiene que cambiar cuanto antes.

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