La batalla contra la corrupción de la Contraloría
Elías Amor Bravo, economista
Durante
años hemos sabido que la economía castrista es una precaria
construcción con pies de barro que, en el momento menos pensado, se
viene
abajo. Desde que la llamada “revolución” trastocó los sistemas
de derechos de propiedad y gestión empresarial a comienzos de los
años 60, las cosas empezaron a ir mal. De
aquellos tiempos, todavía
se recuerda al Che Guevara acusando a los contables de realizar un
trabajo que no era útil
para la revolución, a la vez que ponía patas arriba las empresas
nacionalizadas y los principales activos económicos del país.
Aquellas
lluvias torrenciales que la subvención soviética, lejos de
apaciguar, contribuyó a aumentar más aun sus males estructurales,
han devenido en los actuales lodos que la señora Bejarano quiere
limpiar con su llamada Contraloría. Y de ese modo, al presentar los
resultados de la “XII Comprobación nacional al control interno”,
declaró la famosa frase “no hay ni habrá espacio para la
impunidad”, en un claro mensaje de lo que viene después.
Vaya
por delante que en cualquier economía de mercado libre, las empresas
son auditadas en sus cuentas porque con ello certifican la
información contenida en las mismas y los agentes económicos pueden
tomar decisiones con el máximo nivel de información. En Cuba, al
parecer, este tipo de prácticas habían sido olvidadas, pero desde
que Raúl Castro llegó al poder instituyó los controles
encargándolos a la Contraloría.
Y ahí siguen.
Esta
entidad, que se queja de poco personal y que ha tenido que utilizar a
estudiantes en servicio social obligatorio para realizar el trabajo
de campo, en poco más de mes y medio, sobre una muestra de 361
actividades, ha estimado en 1.057.065
miles pesos en la llamada moneda total (que incluye tanto el CUP como
el CUC) los daños económicos
provocados por las diferentes irregularidades detectadas.
Por
si alguien no lo sabe, estamos hablando del 1,5% del PIB de la
economía. Una cifra elevada, que muestra el absoluto descontrol que
existe en la gestión de las empresas y entidades, entre las que se
citaron “las
dificultades en el control y uso de los inventarios, la contratación
económica, las cuentas por cobrar y pagar, los registros
relacionados con el combustible y los pagos a privados”.
¿Qué está pasando
realmente en la economía cubana? ¿Nos podemos creer estas cifras?
Vaya
por delante que los problemas que más se han detectado en las
inspecciones se encuentran, básicamente, en los “inventarios
de lento movimiento”, que según la
señora Bejarano,
afecta al 83% de los organismos visitados.
El concepto de inventarios de lento movimiento es un fenómeno
curioso de la economía castrista, difícil de observar en otras
economías del mundo. Parece que en algunas empresas y entidades el
género se encuentra almacenado, sin dar la oportuna salida, y
manteniendo una rotación que, al parecer, no se corresponde con las
necesidades de los procesos productivos o la demanda que va a
atender.
Mantener inventarios
lentos, elevados y ociosos es un ejemplo de gestión deficiente,
porque los costes financieros aumentan de forma exponencial con el
paso del tiempo. La gestión en la empresa privada, de cualquier
dimensión, consiste en operar con el nivel mínimo de inventarios,
dando salida a los productos con la máxima rapidez, exigiendo a los
proveedores un compromiso en el suministro para evitar roturas en las
líneas. No estoy de acuerdo que este problema en la economía cubana
se deba, como dice la señora Bejarano, “a la falta de gestión de
los directivos, a errores en la clasificación, ineficiencias en los
contratos y la falta de ciclos de reaprovisionamiento”.
El problema es mucho
más complicado, y tiene que ver con el sistema económico jerárquico
y centralizado que existe en el país, que elimina cualquier
ejercicio de autonomía y decisión, por cuanto toda organización de
la economía está sometida a la dirección del estado, que tiene la
última palabra en todo. A pesar de que el régimen ha otorgado a
algunas empresas mayor autonomía, separando funciones, todo esto es
inútil si varias generaciones de gestores cubanos han sido educados
en la obediencia al estado y al partido, al ministerio o al organismo
superior al que pertenece su empresa. Esa dependencia genera
parálisis, incapacidad para tomar decisiones rápidas y eficaces. No
es extraño que los inventarios no se muevan con la necesaria
agilidad.
Estoy convencido que
el retorno a un sistema de derechos de propiedad privada y de libre
empresa provocaría la desaparición de este tipo de problemas, y las
“dificultades en la contratación económica, las cuentas por pagar
y por cobrar y el uso eficiente de los combustibles y los portadores
energéticos” pasarían a ser una anécdota conforme las empresas
puedan elegir libremente a quién vender, comprar, en definitiva, con
quién hacer negocios, sin que alguien tenga que supervisar y dirigir
esos movimientos. La libertad económica corrige muchos de esos
problemas.
Lo mismo se puede
afirmar respecto de lo que la señora Bejarano llama “pagos
indebidos”, que ocupó buena parte de su informe sobre los
resultados de la inspección. Resulta que en Cuba, por mor de sus
estructuras de funcionamiento, se considera que “en ocasiones se
realizan pagos a personas que no tienen licencias para ejercer la
actividad, o se les paga por servicios no realizados”. Lo primero
es fácilmente subsanable. Lo segundo es más complicado, pero
también se puede arreglar con los controles adecuados dentro de las
empresas.
El concepto que me
preocupa es el de “pagos indebidos”, de la misma forma que en
Cuba todavía se considera un delito que alguien, con buena
competencia de escritura, pueda ejercer la actividad periodística,
por citar un ejemplo. Esa obsesión por controlar toda la actividad
económica es un ejemplo de prácticas estalinistas, que son responsables directas del pésimo funcionamiento de la economía, y no hacen otra
cosa que cerrar el paso a la poca actividad por cuenta propia
autorizada por el régimen. A la vez que, con ello, se lanza un aviso a
navegantes sobre consecuencias de sus actuaciones.
Porque, por mucho que
la Contraloría se esfuerce en señalar que “el control no puede
ser por temor, sino que tiene que ser un ejercicio de
conciencia, por responsabilidad”, otra cosa es lo que piensa mucha
gente en Cuba, que tienden a contemplar estas actuaciones como otro
instrumento más al servicio de la maquinaria represora, en este caso
de la economía, totalmente contraria al ejercicio de los derechos
humanos económicos.
En numerosas
ocasiones hemos valorado positivamente todo lo que signifique
perseguir los delitos, pero la Contraloría estará de acuerdo que
solo haber detectado 47 presuntos delitos de un total de 361
actividades inspeccionadas, arroja una cifra muy baja, que
posiblemente ni siquiera merezca la pena dedicar atención. La
experiencia confirma que la actividad económica privada, cuando
funciona con reglas simples y estables, en libertad, es mucho menos
corrupta e ineficiente que la pública.
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