En defensa de los conductores de "almendrón" habaneros
Elías Amor Bravo, economista
Granma recorre las calles de La Habana “para comprobar los
contratiempos que enfrentan los habaneros para viajar en los
almendrones”. Asombroso. No conformes con dejar caer sobre estos
profesionales una reforma administrativa y fiscal sin precedentes,
ahora se dedican a desacreditarlos públicamente. El siguiente paso
de los comunistas ya sabemos cuál es. Esperemos que no llegue.
Es
inquietante que el diario oficial del régimen castrista se dedique a
analizar lo que llaman “contratiempos que enfrenta la gente en La
Habana para viajar en los almendrones”. Sinceramente, si yo fuera
un profesional con licencia estaría preocupado, por la
broma infame y de muy mal gusto, consistente en comparar el servicio
de la capital con la película Christine,
en la que Arnie Cunningham y su viejo vehículo, un Plymouth 58,
parecido a alguno de los que circulan por La Habana 62 años después,
insisten en crear dificultades a cuanto ser humano se les aproxime. Es para pensar.
Los
profesionales del transporte en La Habana hacen lo que pueden por
sobrevivir. Merecen nuestro reconocimiento. Son campeones de la
libertad económica. Los precios que cobran los establece el régimen.
El número de violaciones que se hacen de los mismos no guarda
relación con las normas estrictas de control y represión aplicadas
por el régimen para impedir que este sector económico prospere. Al
final, quién acaba perjudicado es el usuario, que por culpa del
gobierno cubano, no tiene un servicio de transporte como el que
merece.
El
caso de La Habana es de libro. Una ciudad y área metropolitana con
más de 2 millones de personas que todos los días tienen que
realizar numerosos trayectos por múltiples motivos y que, en
ausencia de un servicio público en condiciones (La Habana debería
tener un metropolitano desde hace décadas) se ven en la necesidad de
contratar a taxistas privados, o lo que sea, para poder realizar
largos y penosos recorridos, porque La Habana es una gran capital en
extensión, y eso ni los comunistas lo han podido eliminar.
De
modo que, ante un servicio absolutamente necesario para la movilidad
urbana, al régimen no se le ocurre otra cosa que perseguir y acosar
a los profesionales, limitar sus derechos (que los tienen),
beneficios y dedicarles artículos como este de Granma, de una
retórica insufrible.
La
mala praxis, si existe, es responsabilidad única del modelo de
transporte existente, y que las autoridades comunistas no han sido
capaces de mejorar durante décadas. Quién se dedica al transporte
privado tiene unos objetivos, y me consta que estos conductores
procuran ofrecer el mejor servicio posible, con los niveles de
calidad básicos asociados a automóviles que tienen notables
deficiencias por el paso del tiempo. A estos conductores no les
interesa quedar mal con sus clientes, porque entonces dejan de
utilizar el servicio.
Los
turistas españoles que suelen contratar los servicios de estos
conductores durante su estancia para poder visitar numerosos lugares,
nunca han tenido comentario crítico alguno o queja. La lógica de
estos emprendedores privados es completamente distinta de la que
tiene el estado comunista, al que le importa un bledo que el cliente
pueda elegir con libertad un servicio determinado. Por eso, a las
autoridades les interesa desacreditar a los conductores privados de
La Habana.
Lo
que no entienden los comunistas es que el transportista privado
presta un servicio esencial, trasladar viajeros, pero que al hacerlo
de forma privada, tiene que conseguir que los ingresos superen a los
costes, una regla simple, que las empresas estatales cubanas
desconocen, que determina quién puede funcionar y quien no. Por eso,
el transporte se presta y de la mejor forma posible, porque el
objetivo es satisfacer a los clientes, para que vuelvan.
Todos
los casos que se denuncian en el artículo de Granma parecen tan
fantásticos como los que se recogen en la película que sirve de
referencia. No me creo que el transportista habanero haga el tipo de
cosas que se dicen. Eso va en contra de la lógica de su propio
negocio.
Las
autoridades siguen sin entender muchas cosas. Primero, que cuanto más
bajen los precios, menos transportistas ofrecerán el servicio,
porque no les resultará rentable pagar la gasolina, las piezas para
la reparación de vehículos viejos que se rompen continuamente, y lo
que es peor, soportar la asfixiante carga fiscal de la ONAT, que les
obliga a trabajar más horas para poder afrontar los impuestos. Si el
precio del servicio es muy bajo, los conductores privados no
trasladarán viajeros. Así se simple. Si se pretende dar servicio a
precio bajo, el transporte público es el que se tiene que potenciar.
Por
el contrario, si el precio es muy elevado, el cliente no podrá
contratar el servicio. Habrá muchos transportistas parados en las
piqueras y la gente viéndolos pasar. Al transportista tampoco le
interesa precio elevado. Es el mercado el que regula oferta y
demanda. No hace falta ni ministerio ni consejo de administración
municipal para este resultado.
Además,
en el artículo de presta atención al corredor entre Santiago de las
Vegas y La Habana. Y yo pregunto, ¿qué paso con la guagua 76 que
circulaba por la calle 2 y con los numerosos servicios que salían de
la estación de guaguas de Santiago?¿A dónde ha ido a parar todo
eso, que ahora la gente tiene que viajar a La Habana en autos
privados?
Aquí
es donde está el problema. El abandono del servicio público, que yo
conocí y utilicé, es lo que conduce a la situación actual que se
trata de magnificar en Granma. Al servicio público se le pueden
aplicar precios bajos, por supuesto que sí. Su objetivo no es ganar
dinero, sino transportar grandes cantidades de viajeros a los precios
más bajos, porque sus costes se financian con impuestos. Este
posiblemente sea uno de los destinos más adecuados para la
recaudación fiscal de un país.
En
Cuba, el gobierno ha olvidado esta acción de prestación de
servicio, y el paisaje habanero lo confirma. Los transportistas
privados luchan por una libertad en la prestación del servicio, que
el régimen comunista no desea que tengan para evitar que crezcan,
que ganen dinero, que aumenten la escala de sus negocios. De ese
modo, les impone tarifas, tarjeta electrónica para comprar la
gasolina para saber lo que compran, fijan recorridos, precios por
tramos y capacidad de los vehículos, puntos de recogida de la gente,
horarios de prestación, etc, y así no se puede respirar ni
funcionar.
El
chófer independiente y privado acaba trabajando para el estado como
un empleado público más, y lo que es peor, su almendrón se
convierte en un negocio con pérdidas. Ya lo decíamos hace unos días
en este mismo blog cuando entró en vigor el nuevo reglamento de la
Licencias de Operación del Transporte con las normas de regulación
de la actividad del transporte privado: era un corsé del gobierno
para frenar y controlar la actividad que acabaría creando más
problemas que dando solución a las necesidades de la gente.
Cuando
en unas semanas los habaneros vean que los almendrones no aparecen,
que ya no circulan por las calles de la capital y que se ven
obligados a utilizar otros servicios, las rastras o carros de
caballos, bicicletas, o caminar, que piensen que el único
responsable de la situación es, una vez más y como siempre, el
gobierno y su afán de controlar la actividad del transporte privado
y evitar por todos los medios que sea un negocio rentable y de
futuro. Los transportistas privados de La Habana, enfrentados a un
gobierno que los exprime, controla y elimina licencias para
callarlos, tienen todo mi reconocimiento. Son unos auténticos
campeones en la lucha por la libre actividad económica en Cuba y veo
con satisfacción que, a pesar de las vicisitudes, otros se disponen
a dedicarse a la actividad solicitando licencias. Les deseo mucha
suerte. No se merecen artículos infames como el publicado en Granma,
sino todo lo contrario.
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