La política turística en Cuba: de mal en peor

Elías Amor Bravo, economista
La mesa redonda de Randy Alonso ha tenido un invitado especial. Se trata del sucesor de Marrero, como responsable de la política turística en Cuba, Juan Carlos García Granada. Alguien del que vamos a hablar, y mucho en este blog, porque de lo que ha expuesto en el programa de la televisión, recogido en Cubadebate, no creo que los resultados vayan a mejorar sensiblemente con respecto al evidente fracaso de su antecesor.
Como siempre, cuando una autoridad del régimen trata de dar explicaciones del desastre de su gestión, empieza diciendo que “en 2019 se registró tensión en el turismo por culpa de las medidas de Estados Unidos que afectaron su desarrollo, creando un escenario complejo”. Lo que no dijo es que los nubarrones ya estaban mucho antes, que se les había advertido pero no hicieron caso, y que echar la culpa a otros de los errores propios es pueril, a la vez que impide atajar de raíz los problemas. Solo así un responsable ministerial con todo el poder en sus manos puede reconocer que el negocio que gestiona ha descendido en un año un 9,2% y la cifra de turistas, 4.275.000 quedarse muy lejos de aquel gran objetivo de 5 millones que no acaba de llegar.
Manipular los datos en beneficio propio es otra táctica que tampoco es buena, porque ayuda poco. La ventaja con la que juegan los dirigentes comunistas es que nadie les va a preguntar nada comprometido, como ocurre en las democracias libres. Cierto es que el turismo de cruceros crecía antes de las medidas de la administración Trump a tasas superiores al 30%, pero hay que reconocer que el porcentaje que supone esta modalidad sobre el total del turismo apenas alcanza un 5%. La evidencia apunta a que el viajero llega a Cuba en avión, el 95%. Ni en sueños se habría alcanzado el objetivo de 5 millones de mantenerse la tendencia de los cruceros. Ese es un argumento falso que conviene dejar a un lado.
De igual modo, la prohibición de vuelos comerciales, decretada por el gobierno de EEUU, tampoco se puede aportar como un factor que reduzca el turismo. Cierto es que puede ejercer una influencia en los nacionales de este país, pero también el ministro debió decir que el turismo de EEUU hacia Cuba, apenas representa un 7% del total, y que, por el contrario, las pésimas cifras obtenidas en 2019 tienen mucho que ver, como ya hemos dicho en este blog, con la caída en picado de los mercados europeos (que no todo es debido a Thomas Cook y a Holiday Play, sino a razones mucho más complejas) y el estancamiento del turismo de Canadá, que es amigo de Cuba, y que pese al “despunte” del tramo final del año (que no se observa en las estadísticas) lo cierto es que prácticamente se ha mantenido con los registros de 2018.
Coincido con el ministro que “el turismo está sometido a muchos factores, meteorológicos, sociales, políticos, entre otros”, pero su misión es precisamente conocer esos factores y adoptar medidas para tratar que tengan el menor impacto posible. Y si no sabe cómo hacerlo, dejar que otros lo hagan. Cierto es que el turismo cubano ha tenido ejercicios negativos en el pasado, pero la bajada del 9,2% de 2019 pasará a la historia como un año fatídico. El ministro se salva que no es responsable, pero debería tener preparado un arsenal para evitar lo evidente, que 2020 será igual o peor.
Por ejemplo, la apuesta por el turismo nacional, que según datos del ministro creció un 11%. No es mala idea, todas las grandes potencias del sector, como España o Francia, tienen una clara apuesta por sus nacionales en la ocupación hotelera, e incluso fomentan segmentos específicos a precios más bajos, como los viajes de IMSERSO a la tercera edad, pero en Cuba, como el ministro sabe, con sueldos medios en el entorno de 24 dólares al mes, el gasto turístico es inviable, salvo que se tenga “fe”, y en muchos casos, las remesas dan para ir tirando el día a día. No es posible confiar el desarrollo del turismo al nacional al mercado interno, porque existen límites de capacidad adquisitiva, movilidad nacional e incluso, de clases sociales y desigualdades. Y él lo sabe.
Además, los cubanos que se hospedaron en hoteles en 2019 fueron, según el ministro, más de 600 mil con respecto al año anterior, para lo cual las cadenas hicieron ofertas especiales que permitieron que las visitas estuvieran siempre en ascenso. Y cita el caso de Varadero, donde hubo más de 7 mil clientes nacionales. El ministro debería informar que el porcentaje sobre el total de estas pernoctaciones de nacionales en hoteles no llega al 2%.
La alternativa que representa el campismo popular, un segmento al que tiene acceso la mayor parte de la población y que tuvo un comportamiento favorable, no compensa, ni con creces en la distancia, el derrumbe del turismo de hoteles, cuyas capacidades generadas por inversiones que han restado recursos a otras actividades de la economía, siguen quedando vacías y sin niveles de cobertura aceptables, lo que redunda en detrimento de la calidad de los servicios.
Por este motivo, tiene poco sentido que el régimen continúe apostando por construir más plazas hoteleras cuando el turismo se encuentra estancado. ¿Qué sentido tiene despilfarrar recursos cuya rentabilidad se ve, cuanto menos, comprometida? Pues bien, al ministro no se le ocurre otra cosa que justificar esas inversiones haciendo referencia al período especial y la decisión personal de Fidel Castro de empezar a construir hoteles a cualquier coste. Sin duda, un argumento alejado de la realidad del presente.
Tengo la impresión que el régimen se ha lanzado a una política de inversión en distintos polos en todo el territorio nacional, como Holguín y en la cayería de la parte norte de las provincias de Villa Clara y Ciego de Ávila, acompañados de las inversiones complementarias, sin tener una idea acertada de lo que quieren lograr con ello. Desde luego, estas inversiones no tienen que ver con presuntas exigencias de quienes vistan Cuba, ya que no van a servir para pasar de modelo de sol y playa, hacia otros diseños de producto turístico cultural. Las inversiones se siguen haciendo en las zonas de sol y playa.
Otra justificación de las inversiones, para el ministro, viene como consecuencia de actualizar la planta hotelera de La Habana, en la que predominaban las habitaciones tres estrellas que deberían ser reemplazadas por categorías superiores para estimular crecimiento del turismo en la capital, apostando por la alta tecnología, la instalación de paneles solares, iluminación ahorradora, automatización.
Recuerdo que La Habana precisamente tuvo una planta hotelera de establecimientos de estilo colonial, pequeños, bien gestionados, altamente especializados, que hacían las delicias de los viajeros en los años 50. Esa oferta ha desaparecido por los derrumbes en el centro histórico, pero podría ser una apuesta mucho más inteligente que los modernos hoteleros que rompen con la estética de la gran capital.
El ministro justificó igualmente las inversiones por la competencia en la región, que es fuerte, apostando por la calidad no solo de la instalación, sino de todos los servicios, como los aeropuertos y habló de desarrollar una cultura del detalle. El problema es que, una vez más, no tienen ni idea de quién es la competencia: ¿República Dominicana?¿Cancún y Riviera Maya? O tal vez el ministro ignora que la competencia de su región, como el dice, se encuentra en el norte de África, donde los destinos de turismo, Túnez, Egipto despiertan después de años de crisis.
Las estrategias para recuperar las cuotas de mercados fueron recogidas de forma tan general en la nota de Cubadebate que nos sirve de información, que la alianza con la aeronáutica de Cuba, tratando de buscar las mejores ofertas que puedan estimular esos vuelos hacia nuestro país, las acciones para aumentar la conexión interna en el país, buscar nuevos destinos, como China, un mercado potencial, el establecimiento de 56 medidas para contrarrestar el efecto del bloqueo (sin precisar más) en el sector del turismo y la continuidad de la apuesta por el turismo de cruceros, no se pueden valorar por falta de información.
En todo caso, el ministro señaló que estas medidas se encuentran relacionadas con el objetivo general de disminuir las importaciones, teniendo en cuenta los altos niveles de precios de los productos adquiridos en el exterior. A tal fin, se han buscado fórmulas con el objetivo de estimular la participación de la industria nacional. Cierto, los turistas que disfrutan de un café en cualquier hotel de La Habana no entienden como el sobre de azúcar dice “fabricado en Brasil”, cuando se encuentran en la otrora gran potencia azucarera mundial. Ese vínculo con la producción nacional no es un problema de precios, el ministro lo sabe, sino de oferta inexistente para los hoteles que no se arregla con entidades del estado como Finatur, una entidad financiera no bancaria que puede entregar financiamiento a los productores.
También hizo referencia a la Feria Internacional de Turismo que cumple 40 años en la que Rusia será el país invitado de honor, ya que este es el mercado con mayor crecimiento. Otro error, hay que apostar por los mercados que disminuyen o se estancan. Los que crecen hay que dejarlos para no entorpecer. A lo mejor Cuba está de moda en Rusia, o los precios son competitivos. No obstante, los rusos tienen altas preferencias por destinos del Mediterráneo norte, y pueden dejar de viajar a la isla en cualquier momento durante 2020. El ministro anunció que en la Feria presentará la cartera de oportunidades de la inversión extranjera que una vez más no se llegará a lograr.
Finalizó estableciendo los objetivos para 2020 en 4,5 millones de turistas, una meta que calificó “como de no exceso de optimismo, sino real”. Ya se verá. Y situó al trabajador del sector en el centro de los objetivos, pidiendo la más alta capacitación y responsabilidad, como elementos de la calidad. Con 24 dólares al mes de sueldo medio, que en la hostelería y restauración es incluso menor, no se qué tipo de implicación se pide al trabajador. No la entiendo.

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