¿Bienvenido Mr. Putin?
Elías Amor Bravo, economista
Una de las películas del gran Berlanga con la que más disfruto es “Bienvenido Mr.
Marshall”. En plena dictadura franquista, una película en
clave de humor, dejaba entrever muchas de las circunstancias de
aquella España atribulada por los años de la autarquía económica,
la miseria y pobreza. Si uno cierra los ojos y se traslada en el
tiempo, aquella película podría reflejar, con bastante exactitud,
el drama actual que se vive en Cuba. Una sociedad destruida, con una
economía ineficiente e improductiva, que se agarra a cualquier
tronco que flote con tal de no hundirse para siempre.
Los
españoles de aquel pueblo prepararon sus mejores galas para recibir
a Mr. Marshall que venía precedido de cierta fama como donante de
fondos económicos que contribuían al desarrollo de los países tras
la devastación de la guerra. Al “amigo americano”, como reza la
canción de la película, se le preparó una recepción
extraordinaria porque las expectativas eran grandes. Toda la
organización municipal, económica y los rudimentos de aquella
sociedad civil anterior a 1959 se preparó a conciencia para recibir al americano.
En
Cuba asistimos a un espectáculo muy similar. Mientras que nada se dice
del pago de los préstamos del Club de París, y parece que el atraso
va para largo, con la correspondiente penalización, los dirigentes
del régimen celebran el anuncio de que Rusia va a
entregar a Cuba préstamos por un valor superior a los 1.000 millones
de euros, de acuerdo con unas declaraciones del embajador ruso en La
Habana, Andréi Guskov. El dinero irá dirigido a
la financiación de proyectos que deberán ejecutarse en los próximos
años. La distribución es interesante.
Unos 900 millones de euros consistentes en créditos comerciales de
los bancos rusos y la modernización de la infraestructura
ferroviaria. Esta actuación, en concreto, se enmarca en un convenio
entre las autoridades de la Isla y la compañía de ferrocarriles de
Rusia, RZD, en materia de inversiones extranjeras, suscrito el pasado
mes de por importe 1.880 millones de euros, una operación que según
el embajador es la mayor jamás firmada con Cuba en la historia de la
Rusia moderna. Con este proyecto, el régimen logra fondos para el
diseño, la reparación y la modernización de 1.000 kilómetros de
vías férreas, utilizando equipamientos y materiales rusos.
Un
segundo proyecto irá dirigido a "la segunda fase de la
modernización de la Empresa Siderúrgica José Martí o Antillana de
Acero, la renovación de 10 unidades generadoras de 100 MW cada una
en centrales térmicas cubanas, la reconstrucción de fábricas de la
industria textil de Cuba, la segunda fase de las entregas de
locomotoras por parte de la empresa Sinara Transport Machines, el
desarrollo de plantas de ensamblaje del Grupo GAZ en Cuba".
No
me dirán que con todo lo que está por llegar, habría que organizar, con los pocos recursos que se
tienen, una gran recepción para el “amigo ruso”, y ponerse a
cantar y a bailar lo que haga falta, con las mejores galas. Como en
la película de Berlanga. A los rusos les gusta el ron, así que las
reservas se tienen que vaciar. En fin, una gran fiesta por todo lo
alto, y ya se verá que queda para mañana.
Así
estaban de ilusionados los pobres españolitos de la película de
Berlanga cuando el automóvil que trasladaba a Marshall
se acercaba al pueblo. Entonces, todo el mundo se preparó, formando una fila y
desplegando las banderas. Todo muy bonito y folclórico. Pero, he aquí
la broma cruel de esta historia. El auto de Marshall ni se detiene
en el pueblo. Su coche negro pasa de largo, a toda velocidad, por la
calle principal, todavía de adoquines, y ni se abre una ventana para
saludar a la gente allí concentrada desde horas antes.
Esto
puede ocurrir, igualmente, con el amigo ruso. ¿Saben por qué? Muy
sencillo, al parecer según dijo el embajador, los fondos invertidos
por Rusia se espera que se podrán recuperar a través de la
cancelación de créditos. ¿Qué? Si, han escuchado bien. Los rusos
creen que van a recuperar la inversión realizada en Cuba. Y lo
declaran justo en un momento en que saben que Cuba reconoce su
fallido y acepta que no podrá afrontar los pagos de intereses,
ciertamente generosos, que había acordado con el Club de París. No
me extrañaría que el amigo ruso de la vuelta. La recomendación es
que extremen al máximo la alerta, y desde luego, si siguen adelante,
que luego no se quejen. Advertidos están.
Los
rusos saben que, de estos acuerdos con Cuba, solo van a sacar que
problemas e impagos. Poco efecto tendrá la inversión a realizar en
el empleo y los beneficios que esperan obtener las empresas rusas
suministradoras de los equipamientos. Conviene recordar que la Rusia
de 2020 no es la URSS soviética que regalaba dinero a los países
del telón de acero, en plena guerra fría. Las empresas rusas tienen
consejos de administración que exigen beneficios a sus gestores y no
se andan con boberías ni gratuidades. Igual que los chinos, más o
menos. Todo el mundo ha vuelto a la racionalidad económica. Bueno,
no todo el mundo. Cuba, por desgracia resiste.
No
se sabe bien qué objetivos busca el embajador diciendo este tipo de
cosas en Cuba. Ha aprovechado un momento de dudas sobre la solvencia de la isla. No creo que en los planes de Rusia, y si me permiten,
cuando hablo de Rusia digo Putin, porque este es el dirigente, y todas las
decisiones, o la mayoría pasan, por el, esté ocupar el espacio que
ha ido dejando Venezuela como sostén de la economía cubana. Porque
ni es su objetivo, ni tampoco tiene el menor interés estratégico en
abrir un frente con Donald Trump, que seguramente volverá a ganar
las elecciones en noviembre.
El problema para Putin no es fácil. Necesita entenderse con EEUU en el marco de la competencia global,
pero Cuba es un fleco pegajoso de un pasado oscuro, que no entra en ningún
escenario de futuro. Ni siquiera ante un posible cambio de sistema
económico y político en la isla, que permitiera abrigar
expectativas favorables de negocio. Desde esta perspectiva, Cuba carece del menor interés para la potencia rusa. Por ello, alguien podría interpretar las declaraciones del embajador ruso en
Cuba y los planes de inversión como el auto de Marshall pasando a toda velocidad por aquel pequeño pueblo español de los años 50 del siglo pasado. Es decir, en cualquier momento, y no me extrañaría que ocurriera, Rusia puede olvidarse de esa
“hoja de ruta del programa conjunto que ambos países firmaron en
octubre”.
La
apuesta rusa, de confirmarse, supondría un apoyo decisivo para el
sector energético en Cuba, mucho más que la defensa. De eso no cabe
duda. ¿Y qué interés tiene Rusia que Cuba ahorre energía? El aumento que se persigue en la producción de hidrocarburos
en territorio cubano, con la participación de empresas rusas como
Zarubezhneft o Rosneft, la instalación de equipos avanzados para
producir energía eléctrica en las centrales térmicas del país, o
la creación de nuevas plantas generadoras de electricidad con
fuentes renovables de energía, son operaciones que permitirían
reducir la dependencia del petróleo en un tercio. No hay ninguna razón para pensar que las autoridades del régimen acometan estos proyectos. La experiencia está ahí. No lo han hecho en los últimos años con el dinero procedente de Venezuela. Las prioridades de gasto en Cuba van por otro sitio. Los rusos lo saben.
De acuerdo con todo excepto lo de que la pelicula refleja la situación de Cuba hoy. España en 1953, año de la pelicula, estaba mucho mejor que la Cuba de hoy
ResponderEliminarExcelente articulo, con un humor que amortigua la tragicomedia rara, el chiste pesao. que vivimos los cubanos.
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