¿Tiene culpa el bloqueo de la grave situación del transporte en Cuba?
Elías Amor Bravo, economista
En Granma culpan al bloqueo de EEUU de la grave situación del
transporte. Nada nuevo. Este es un ejercicio que tiende a repetirse
un día y otro también, pese a lo alejado que se encuentra de la
realidad.
La
instantánea que ilustra la información publicada en el diario
oficial comunista da cuenta de las penosas colas en las paradas de
las guaguas. Colas que, conviene recordar, que los cubanos sufren
para todo tipo de bienes y servicios, incluido el transporte, porque
es la esencia del sistema de planificación central de la economía,
que es incapaz de producir y servir con eficiencia la demanda. En los
países de economía de mercado libre es difícil encontrar estas
colas, por algo será.
No
contentos con justificar las colas como resultado del embargo, lo
cual no es cierto, por las razones expuestas, el artículo de Granma
va más allá y señala, entre otros, una presunta “persecución
demencial a las embarcaciones que se atrevan a trasladar combustible
al país o las restricciones para la adquisición de equipamiento que
lleven componentes estadounidenses, hasta las presiones sobre los
inversionistas extranjeros para que den marcha atrás a los
contratos”.
Recordar
brevemente que las presiones al transporte de combustible se ejercen
solo sobre los petroleros procedentes de Venezuela. Si Cuba se
aprovisionase en otros mercados, no tendría problema alguno para
recibir el crudo en las cantidades solicitadas. El problema es el
régimen de Venezuela que se ha convertido en una amenaza global, y
por ello, las medidas aplicadas para poner fin a las agresiones a los
venezolanos afectan a Cuba, dada la estrecha vinculación con aquel
país.
En
cuanto a la posible compra de componentes y equipamientos de EEUU,
conviene recordar que en muchos países del mundo con los que Cuba
comercia libremente se producen estos bienes intermedios y no existe
problema alguno para su adquisición. Bueno, si que hay un problema,
que es su coste. Si la economía cubana es insolvente, y no puede
comprar estos productos en Inglaterra, Francia o Italia, ni siquiera
con los convenios de desarrollo obtenidos por las condonaciones de
las deudas del Club de París, el problema no tiene nada que ver con
el embargo, el problema es suyo.
Y
por último, las presuntas amenazas de EEUU a inversores extranjeros
parece que no están teniendo el éxito que dice Granma, si se
observa, por ejemplo, como se mantiene inalterada la presencia de
rusos, chinos, españoles, canadienses en sus negocios en Cuba, que
incluso los han ampliado en los últimos años. Hay que señalar, en
tales condiciones, que estos presuntos “obstáculos al desempeño
del sector transporte” que menciona Granma, simplemente no se
pueden justificar.
El
problema del transporte, como el resto de los sectores de la economía
cubana, hay que ir a buscarlo a otro sitio y dejarse de demagogia y
propaganda. De hecho, el diagnóstico ofrecido por el ministro del
ramo Rodríguez Dávila, en su comparecencia en el programa mesa
redonda, al que se refiere Granma, es realmente alarmante, empezando
por “las insuficiencias que persisten en temas como las violaciones
de los precios, la falta de información a los pasajeros, las
indisciplinas de algunos chóferes, las malas condiciones de paradas
y estaciones, y el incumplimiento de los itinerarios”, entre otros.
Como subrayó, “un desafío perenne para los más de 200.000
trabajadores del sector”.
Sin
embargo, el ministro se olvidó de estos graves problemas y dedicó
la mayor parte del tiempo a volver sobre las medidas del gobierno de
EEUU que, en su opinión, atentan contra los servicios de transporte
en Cuba. La nómina se concretó en cinco puntos.
Citó
en primer lugar, la reducción al 10% (anteriormente se admitía
hasta un 25%) del máximo de componentes estadounidenses en un equipo
para su adquisición por una entidad cubana. Segundo, la finalización
intempestiva de los contratos con un fabricante de aviones de
transporte. Tercero, el abandono por parte de una compañía
internacional de un proyecto para la modernización de los
principales talleres ferroviarios por temor a la aplicación de la
Ley Helms-Burton. En cuarto, la prohibición de los viajes de
cruceros a Cuba. Quinto, las limitaciones en la llegada de vuelos
comerciales y charter desde Estados Unidos al interior del país
provocando congestión en el aeropuerto José Martí de La Habana y
un incremento en el tráfico interno por carretera para trasladar a
todas esas personas.
Nada
que no tenga solución, y que al final, tiene su origen en el
problema antes citado de falta de combustible por la situación
existente en Venezuela y la imposibilidad de Cuba de aprovisionarse
de petróleo en los mercados mundiales. En tales condiciones, el
ministro calificó la situación como “compleja realidad” que ha
provocado en 2019 un “descenso significativo en el transporte con
relación al año anterior, unido al eterno incumplimiento de los
planes. Este es el punto que merece atención: los planes que, en
materia de transporte, nunca han sido los adecuados para atender las
necesidades de la población.
Y
mucho menos en la coyuntura actual. El ministro identificó el mes de
septiembre como el momento más crítico para el sector, y añadió
que desde entonces no se ha producido la esperada recuperación, a
pesar de las medidas adoptadas por el gobierno para contrarrestar los
efectos de esta situación, provocada por la escasez de combustibles.
Una de esas medidas implementadas en aquel momento, “como la
indicación de que los vehículos estatales debían contribuir al
traslado de pasajeros”, según dijo el ministro, “se han
resquebrajado”.
Citó
como ejemplo, que muchos vehículos que usan combustible
administrativo, pasan vacíos y no tienen la conciencia de apoyar a
esos otros cubanos que están en las paradas. Medidas de parcheo que
no van al núcleo del problema y que provocan las insoportables colas
del transporte público. En vez de aumentar la oferta y flexibilizar
la prestación por parte de la iniciativa privada, el ministro
anuncia que para “dar solución a este problema, las autoridades
han incrementado la cantidad de inspectores y se realizan análisis
con el máximo rigor con aquellos chóferes indolentes”. Justo lo
contrario de lo que se tiene que hacer, situación que mantiene
abierto un contencioso entre los transportistas privados y el
gobierno comunista.
Y
poco más dio de si la intervención del ministro salvo algunos datos
sueltos, como “la incorporación en la capital de unas 400
Gazellas, la puesta en marcha de 80 coches ferroviarios de pasajeros,
131 triciclos fabricados en el país, y la distribución de 320
ómnibus Diana, la fabricación de 88 semiómnibus para las zonas
rurales, el arrendamiento de dos catamaranes para reforzar el
transporte con la Isla de la Juventud y los avances en el programa de
rehabilitación de la flota aérea”, sin precisar más. Actuaciones
administrativas que se suman a la compra de pasajes a través de
internet a partir de abril, y el lanzamiento de una nueva aplicación
para facilitar los precios a la población en el caso de los
servicios ruteros. Realmente cuesta entender un ministerio para
atender este tipo de cuestiones que afectan al conjunto de la
población cubana.
Cabe concluir que el bloqueo de EEUU tiene poco que ver con el drama del transporte en Cuba. Su situación está relacionada con la falta de inversiones públicas (La Habana o Santiago no tienen un metro como otras ciudades de dimensión similar), el transporte privado se encuentra excesivamente regulado y presionado por el gobierno, no se ha potenciado el ferrocarril para las mercancías, el transporte aéreo depende en exceso del turismo, y lo más grave, el consumo de energía depende de un petróleo que no se tiene y que solo se puede comprar en un país que está sometido a inspección internacional por sus graves incumplimientos de derechos humanos. Ante este tipo de circunstancias, ni bloqueo ni plan, el transporte en Cuba precisa un giro de 180º para salir de la grave crisis estructural en que se encuentra. Los cubanos deben saber que otra política económica es posible.
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