El fracaso del turismo cubano: ¿cuánto caerá en 2020?

Elías Amor Bravo, economista

La semana pasada, durante el último congreso de ministros del mes de septiembre, el responsable de economía, Gil, perdió una oportunidad histórica para ofrecer un balance de la situación de los principales sectores productivos como consecuencia de la aparición de la COVID19. En particular, interesaba, y mucho, conocer en qué estado se encuentra el turismo, la principal apuesta del régimen para captar las divisas con las que paga las importaciones y afronta los compromisos de deuda con el exterior. Pero hubo que quedarse con las ganas y el ministro no dijo ni una sola palabra, o cifra, sobre el estado del turismo, cuyo fracaso es más que evidente.

No cabe duda que la pandemia ha supuesto un duro revés para la mayoría de sectores de la economía, exigiendo a los gobiernos de todos los países un esfuerzo fiscal adicional para afrontar, en un entorno de menor crecimiento de los ingresos, unos gastos mayores para financiar los gastos asociados a la crisis sanitaria. Pero si hay un sector de las economías que se ha visto especialmente afectado por la crisis, el turismo es, sin duda alguna, el que más.

Las grandes potencias mundiales, España, Italia, Francia, Estados Unidos, tratan de compensar la pérdida de ingresos turísticos con subvenciones y ayudas a los particulares, dirigidos a mantener los niveles de actividad hasta que la pandemia retroceda y la gente pierda el temor a viajar. Turismo y restauración se preparan para un otoño complicado y un invierno, si cabe, más difícil aún.

En el caso del turismo cubano, peor, ya que se aproxima la temporada alta, que coincide con los meses invernales en el hemisferio norte. No cabe la menor duda que las perspectivas son malas, y existe una elevada incertidumbre sobre los efectos que la caída del turismo tendrá sobre hostelería y restauración, tanto la gestionada por el estado como la que pertenece al sector privado.

El turismo en Cuba todavía representa una baja participación en la economía en términos de empleo y producción, alrededor de un 6%, frente al 12% de España, pero es una actividad fundamental para la obtención de divisas. Desde los años 90, cuando Fidel Castro, atrapado por el hundimiento de la URSS y los países del socialismo real que financiaban gratis sus aventuras políticas e ideológicas, no tuvo más remedio que abrir el país al turismo, el número de viajeros que llegan a Cuba ha experimentado un aumento, similar en términos relativos al que se ha producido a nivel mundial.

Es cierto que el objetivo de 5 millones formulados a comienzos de siglo XXI no se han alcanzado, pero en cualquier caso, las cifras muestran un aumento significativo. Al mismo tiempo, el régimen autorizó el despliegue de una cierta actividad privada en el sector, tanto en alojamiento como en gastronomía, a la que se fueron añadiendo otras directamente relacionadas con el turismo. Y así, hasta alcanzar ese 6% del PIB y del empleo que representa el turismo en Cuba, que no esconde el hecho de que más del 60% de las exportaciones correspondan a ingresos por esta actividad.

Cuba se encuentra, por tanto, entre los países más afectados y aunque no existen cifras oficiales, el descenso en la entrada de divisas, la parálisis de la actividad (sobre todo la privada) y la escasa capacidad de la demanda interna para dar negocio a la oferta existente, apuntan a descensos en los niveles de actividad del entorno de un 75% al 80% para este año 2020. Posiblemente, Cuba sea uno de los destinos más afectados del Caribe por la pandemia, y se insiste en que lo peor todavía está por venir, ya que en los próximos meses tiene lugar la temporada alta del turismo cubano, y no existe previsión alguna de mejora en los indicadores.

El análisis de la demanda de turismo permite constatar que el turismo nacional cubano no ha sido, ni de lejos, capaz de compensar la pérdida producida por el internacional. Esto no debe extrañar, si se tienen en cuenta los elevados precios de la oferta y los bajos niveles salariales de la población, que solo puede acceder a los servicios turísticos si recibe remesas de sus familiares en el extranjero. La excepción se encuentra en determinados alojamientos de bajo nivel y el denominado campìsmo popular, que son fórmulas utilizadas tradicionalmente por la población en el apartheid turístico existente en el país. Los hoteles de cinco estrellas de las zonas paradisíacas de los cayos, reservados a extranjeros, han estado vacíos, y lo peor es que van a seguir así.

El problema reside en buena medida, en que el régimen comunista no tiene planes para hacer frente a este escenario. Localizar a los pocos viajeros que se atreven a volar hasta la isla en determinadas zonas turísticas apartadas de la población, supone restar al turismo cubano su punto fuerte, que es el contacto con la realidad. Pero si no se controla la pandemia, y en este momento los rebrotes pululan por doquier, será muy difícil que los turistas europeos o canadienses, den el salto a la isla para pasar sus vacaciones invernales. Y desde luego, las sanciones de la administración de Estados Unidos van a limitar ese 26% que representan los viajeros procedentes de dicho país, de los cuáles solo los cubano americanos que viajan con un patrón de comportamiento distinto al de los turistas, parece que van a tener una evolución más favorable.

Por ello, algunos hoteles gestionados por las empresas españolas han empezado a ofertar la opción del teletrabajo como solución última a la falta de demanda, o lo que es peor, a cerrar sus instalaciones, ante el desplome de la actividad. El gobierno no ayuda, más bien, todo lo contrario, luchando contra la pandemia sin obtener resultados concretos que permitan mejorar las perspectivas. Los principales aeropuertos no han sido abiertos aún, salvo para vuelos humanitarios. El escenario entra en una fase de gran incertidumbre que puede provocar graves daños a la economía.

Pero el turismo hotelero estatal no ha sido el único perjudicado, sino también otro sector estrechamente relacionado con él: la gastronomía, donde el sector privado posee una participación destacada. No existen datos sobre el número de establecimientos de restauración, bares y cafeterías de gestión privada en Cuba, pero el impacto de la crisis se va a dejar sentir de forma intensa sobre este sector, con pérdidas económicas cuantiosas y la desaparición de negocios que difícilmente volverán a surgir tras la pandemia.

En tales condiciones, ante la inacción del gobierno y el derrumbe del modelo, ya empiezan a aparecer posiciones que plantean una reforma del turismo de “sol y playa” en época invernal, para subsistir y capear la crisis actual. Un modelo que no se base en llenar habitaciones de hoteles y en un crecimiento continuo de viajeros, bajo la afirmación de que “cuantos más turistas mejor”, sino apostar por la calidad y los precios competitivos.

Huir del turismo masivo es necesario para evitar situaciones como la que amenazan al sector, pero para ello, la inversión tiene que orientarse por criterios distintos de los actuales. En vez de más y más habitaciones, el sector tiene que invertir en sostenibilidad, como elemento diferencial. Y no parece que el gobierno ande pensando en este tipo de cosas.

Detrás de este cambio de modelo, existen estudios que apuntan a que el comportamiento de la demanda turística a nivel mundial está cambiando y que tras la pandemia, esos cambios se notarán, si cabe, más aún. Se acaban los planes de largas estancias en resorts alejados de la realidad y se impone un nuevo turista activo, que sabe lo que quiere, que reserva en el último minuto y que tiene una capacidad adquisitiva que le permite alejarse de los paquetes cerrados de los mayoristas. La competencia, además, es global, el Caribe no competirá consigo mismo, sino con destinos de Asia o Norte de África. El mundo es cada vez más pequeño. Si el turismo cubano no es capaz de adaptarse a esos cambios, simplemente lo pasará mal.

Trasladar a la isla políticas y modelos que ya han entrado en crisis en otras zonas del planeta es un gran error cuyas consecuencias se acaban pagando. Un fracaso más de la revolución, de esos que Díaz Canel no quiere reconocer públicamente. Por suerte, hay alternativas pero ello requiere, insisto, una nueva dirección de las políticas turísticas. Por ejemplo, si se apuesta por la salud, hay que hacerlo bien, y el turismo de salud con una participación del sector privado, puede ser el contrapunto, pero hay muchos más. Elegir de forma adecuada el futuro del modelo turístico cubano no debe ser la decisión de un burócrata comunista, que siempre fallan, sino de una forma clara y transparente de entender el mercado, y en eso, si lo permiten, la empresa privada aventaja notablemente al estado. Este es el momento de girar el rumbo de la nave en el turismo. La privatización no espera.

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