Economía cubana: ¿Es suficiente con cambiar la planificación?
Elías Amor Bravo, economista
El plan
de la economía es el instrumento fundamental que utiliza el régimen
castrista para controlar la economía cubana, en definitiva, para
sustituir al
mercado como instrumento de asignación de recursos, a la vez que se
desplaza a la iniciativa privada de
la toma de
decisiones en
la economía.
Desde
los tiempos legendarios de la llamada “JUCEPLAN”, la
planificación central de la economía cubana, de raíz estalinista,
no ha conseguido jamás cumplir sus objetivos. El triste recuerdo del
fracaso de los “planes industrialistas” del Che, o
la zafra de los “10 millones”, ha quedado para la historia de
Cuba como el paradigma de la inconsistencia y deficiente
funcionamiento de la planificación comunista de la economía.
Ahora,
al parecer, al ministro castrista, Alejandro Gil, ha tenido la
ocurrencia que en 2020 “el plan se va a confeccionar con una nueva
concepción: se elaborará sin directivas específicas ni límites”,
porque “saldrá de la participación activa de los trabajadores en
cada empresa”.
Que nadie se ponga nervioso. Mientras subsista la
planificación como instrumento que reemplaza al mercado en la
asignación de recursos, la economía seguirá teniendo los mismos
problemas de bloqueo interno de siempre. Suprimir el plan es
condición necesaria para abrir espacios para la libertad económica,
pero no suficiente para superar la inacción y el deficiente
funcionamiento que caracteriza a la economía cubana. El plan es
responsable, pero no único, del desastre castrista.
De nada sirve trasladar el plan a la
responsabilidad de las empresas y trabajadores, si no se toman otras
decisiones. Insisto, es un paso correcto en la buena dirección, pero
no es suficiente. ¿Para qué nos vamos a engañar a estas alturas?
Sacar el plan de las manos de unos burócratas centrales de partido,
que se consideran superiores al resto de los mortales a la hora de
tomar decisiones sobre qué consumir, producir, qué exportar e
importar y en qué invertir, no es mala idea, pero tengo la sensación
que a final del proceso, el ministro, insiste en convertir el plan
descentralizado en una especie de “construcción colectiva”,
empleando sus palabras, que además sirva para “identificar las
potencialidades de las entidades del país”. Más de lo mismo.
El ministro reconoce algo importante al tomar esta
decisión. Básicamente que construir un plan a partir de un modelo
global de la economía, del que posteriormente salían las directivas
específicas por sectores, las solicitudes de bienes y servicios, así
como el nivel de importación y de exportación predefinidos de la
economía, tiene poco sentido. La economía es mucho más que un
ejercicio aislado de cálculo burocrático, y si se quieren conseguir
“encadenamientos” hay que eliminar eso que denomina “camisa de
fuerza”, a la vez que se introducen elementos de decisión
“objetivos, realistas y conscientes”. Mejor que el mercado para
ello, nada. Un cambio de mentalidad, sin duda importante, porque en
Cuba, durante 60 años, no se han hecho las cosas de esta manera,
pero en algún momento hay que dejar atrás lo inservible y ponerse a
trabajar.
Pues bien, hay que decir al ministro, antes que se
embarque en este proceso, que no basta con construir el plan de abajo
a arriba, y que mientras no se introduzcan determinadas reformas
estructurales, los resultados que se van a conseguir de este cambio
en la planificación pasando de “arriba a abajo” a “abajo a
arriba”, no van a ser dignos de mención ni aportarán la necesaria
eficiencia al funcionamiento de la economía. Me atrevería a decir
que, sin esas reformas estructurales previas y necesarias, este
cambio puede acabar dando resultados incluso peores que los actuales,
y generando numerosos problemas de organización en la economía que,
en las condiciones tan dramáticas del momento presente por las
restricciones que presenta el país y el impacto que puedan tener las
medidas aprobadas por EEUU, no son recomendables en absoluto.
Por eso, antes de lanzarse alegremente a los nuevos
planes de “abajo a arriba”, a los que parece que Díaz-Canel
también ha dado su bendición, se tienen que tomar decisiones
importantes para asegurar el éxito del proceso. Y estas decisiones
están en el ámbito del marco jurídico de los derechos de
propiedad. Creo que 60 años es tiempo más que suficiente para
concluir que el monopolio de la propiedad de los medios de producción
por el estado comunista ha sido uno de los factores más negativos
para el progreso y prosperidad de la economía cubana. El factor que
realmente la bloquea e impide lograr niveles de calidad de vida y
bienestar crecientes para toda la sociedad. Que todos los activos
productivos estén en manos del estatales, y que el sector privado se
mueva solo en el ámbito marginal del trabajo por cuenta propia y el
arrendamiento de tierras a largo plazo, carece de justificación
alguna en las condiciones actuales.
Por ello, la prioridad en las reformas
estructurales que necesita la economía cubana pasa por devolver a
los cubanos realmente la titularidad de los derechos de propiedad
sobre los activos y el capital productivo de la nación. Privatizar
las empresas y los activos productivos de la nación es condición
necesaria y suficiente para que la economía vuelva a funcionar. De
nada sirve llevar los planes “abajo” si los que están abajo no
tienen incentivos, ni motivación, ni se sienten vinculados al
proyecto para el que trabajan. Saben que nunca podrán aprovechar
plenamente los frutos de su trabajo, ni ver incrementadas sus
ganancias por el trabajo realizado, o destinarlas libremente a
aquellos fines que estimen pertinentes. Y ello porque no son los
dueños del capital productivo. Así de sencillo.
Entonces, ¿para qué trabajar, para qué
esforzarse, para qué dedicar tiempo y pensamiento a algo que no les
beneficia? Hay que dar la vuelta a la “camisa de fuerza”
castrista y reordenar el capital productivo de la economía, sus
empresas, hacia el sector privado, propiciando un marco jurídico
estable y respetable para ejercer esos derechos. Por supuesto que se
puede hacer rápido, tanto o más que cuando a partir de 1959 se
nacionalizaron las empresas por los llamados decretos leyes
revolucionarios. Un par de leyes y basta. Transferir los derechos de
propiedad a sus titulares, y olvidarse para siempre de la falsedad de
unos bienes del pueblo administrados por el estado, y demás
majaderías comunistas.
La solución a los problemas de la economía
cubana no está en el ámbito de los planes, que insisto, su
eliminación o cambio en los procesos de elaboración puede llevar a
una situación de caos técnico en la que nadie sepa qué hacer, sino
en el ámbito de los derechos de propiedad, en la idea de que tienen
que existir agentes económicos privados con capacidad de decisión,
independientes del estado, autónomos, generadores de riqueza y
beneficio para sus stakeholders y modernos y eficientes, orientados a
un solo principio, dar el mejor servicio posible a sus clientes. Este
paso es fundamental para enderezar la maltrecha economía castrista.
Sin ese paso, no hay mucho que hacer. Chinos y vietnamitas lo
hicieron y ahí están los resultados, ¿por qué Cuba no?
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