Valdés Mesa, la OIT y los derechos de los trabajadores cubanos

Elías Amor Bravo, economista

Una breve nota en el diario oficial comunista, Granma, da cuenta de la participación del primer vicepresidente de Cuba, Valdés Mesa, durante las sesiones de la 108 reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT, Organización Internacional del Trabajo, en Ginebra, Suiza.

Valdés Mesa pasó de puntillas por este foro en el que Cuba, desde hace años, no recibe valoraciones positivas. De hecho, se han producido denuncias por incumplimiento de directrices y recomendaciones del organismo del trabajo a nivel mundial. La Conferencia Internacional del Trabajo es el órgano de decisión de la OIT, de carácter tripartito y paritario con la participación de los gobiernos, empleadores y trabajadores de los 187 estados miembros. Conviene tener en cuenta que mucho antes de que el castrismo se hiciera con el poder en Cuba, la República fue miembro fundador de la OIT, y uno de los 9 países que participaron en la constitución de la misma.

Por lo mismo, Cuba ha sido parte en 90 convenios de la OIT, incluidos los 8 fundamentales, y miembro adjunto del consejo de administración de la organización hasta 2020. En suma, con este nivel de compromiso y participación, el régimen declara "reforzar su compromiso con el empleo decoroso en el mercado laboral mundial" y a mayor inri, en el artículo 64 de la nueva constitución se reconoce el derecho al trabajo y que la persona en condición de trabajar pueda acceder a un empleo digno, en correspondencia con la elección, calificación, aptitud y exigencias de la economía y la sociedad.

La cuestión es ¿qué hay de cierto en ello, a tenor de lo que se observa en la realidad cotidiana?

Cómo si no justificar la situación de los médicos cubanos que son enviados por la fuerza a desempeñar su trabajo en otros países, en condiciones extremadamente difíciles, y por el que cobran una parte del salario que les corresponde, puesto que el gobierno recauda la parte más importante del mismo. Además, si desertan se les prohíbe regresar al país con sus familias, lo que constituye una agresión a los derechos humanos.

Y cómo interpretar que los trabajadores que van a ser contratados por las empresas extranjeras para cubrir sus empleos deban pasar por la criba de una especie de agencia de colocación del gobierno en la que se priorizan determinados criterios, no siempre basados en la cualificación. La selección de trabajadores no es libre, está condicionada por el régimen.

Y qué decir del salario medio que ronda los 25 dólares al mes, uno de los más bajos del mundo con una escasa capacidad adquisitiva, por mucho que se empeñen las autoridades en justificar los servicios de salud y educación. Cuba y Venezuela registran los niveles salariales nominales más bajos del mundo. Niveles salariales que conducen a pensiones incluso más bajas aún.

Y cómo justificar la ausencia de diálogo social y negociación colectiva tripartito y paritario, como bases de la política económica y social, en un país en que no existe organizaciones sindicales independientes ni tampoco asociaciones representativas del ámbito empresarial. Sin diálogo ni concertación social, los principios que animan a la OIT se incumplen de forma sistemática en la isla.

Se acumulan los puntos negros en un escenario, el mercado laboral cubano, que nada tiene que ver con el que existe en el resto del mundo y en otros países de la región, y en el que si bien es cierto que la tasa de paro "oficial" es baja, ello no esconde la existencia desde los años 70, de abultados niveles de subempleo en las empresas y organizaciones, que están detrás de la baja productividad del sistema.
Valdés Mesa puede decir lo que le venga en gana en el foro de la Conferencia Internacional del Trabajo, y lanzar elogios a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) con motivo de su centenario.

Tal vez esa era la idea de su presencia en el evento, pero de lo que no puede hablar es ni de justicia social, ni de promoción del empleo digno, y mucho menos de protección de los derechos de los trabajadores cubanos. Lo siento, pero en estos objetivos fundamentales de la OIT, el régimen castrista, el paraíso de los trabajadores en la tierra, tiene poco que decir y que reivindicar.

Justicia social. Falso. El acceso al poder económico y los empleos bien retribuidos en las empresas vinculadas al sector exterior en las actividades abiertas de la economía, depende de la pertenencia a los conglomerados de la seguridad del estado o el ejército. Durante décadas disfrutar de un auto o de un nivel de vida superior a la media en Cuba dependía de la pertenencia a los círculos de poder político comunista. Y ello continúa. La movilidad social en Cuba es inexistente. Uno nace pobre y se muere pobre, salvo que huya del país, que es la única alternativa para progresar.

Empleo digno. Los cubanos no pudieron elegir durante décadas estudios o su profesión. El gobierno se encargaba de ello en vez de las familias para sus hijos. Y mal acabó la historia, por otra parte bien conocida por todos los cubanos. No se puede hablar de empleos dignos cuando los sueldos medios no superan los 25 dólares mensuales, no existen posibilidades de negociar sus incrementos, ni existen en muchos casos contratos laborales, sobre todo en entidades del sector presupuestado, ni están bien fijadas las condiciones sociolaborales de los empleos. La gente necesita disponer de tiempo libre para “resolver”.

En cuanto a la protección, los datos de siniestralidad laboral están ahí, publicados en la ONEI, y muestran aumentos de año en año que hacen presagiar una situación nada favorable con relación a otros países. La protección de los derechos de los trabajadores no existe. Cuando un colectivo quiere reclamar algo que estiman justo, solo queda el recurso a la protesta, y el régimen a la represión y contención. Ese no es un modelo viable.

Desde esta perspectiva, y dado que los laborales pertenecen al ámbito de los derechos humanos sociales, el régimen no solo ha sido incapaz de dar soluciones prácticas a los problemas abiertos, sino que tiene muy difícil afrontar los retos tecnológicos que vienen para el empleo con la cuarta revolución industrial. De nada de eso se sabe qué hacer. Valdés Mesa lo dejó claro ante la OIT.

No contento con lo anterior, buena parte de su discurso, la dedicó a atacar a otros, culpando a la OIT de, y cito textualmente, “no escapar a los enfoques punitivos y prácticas selectivas contra países en desarrollo”, llegando a plantear que se trabaje en el “perfeccionamiento y transparencia de los órganos de control y los métodos de trabajo de la Organización, para que cumpla mejor su mandato y no haya espacio para su manipulación con fines políticos”.

Era para levantarse y abandonar la sesión. No se puede venir de un país de régimen autoritario, que viola de forma sistemática los acuerdos internacionales en materia de empleo digno, participación, negociación y diálogo social, a lanzar ataques contra otros que hacen los deberes, o por lo menos lo intentan. Por desgracia, Cuba no representa vanguardia alguna para los trabajadores, jamás ha mostrado compromiso alguno con las propuestas y recomendaciones de la OIT pese a compartir posiciones ideológicas en muchos casos, y por ello no tiene capacidad alguna para dar lecciones de nada a la OIT y los países que la integran. Desde hace décadas, se ha caído la careta del “paraíso de los trabajadores”. Nadie cree en ello. La OIT haría bien poniendo distancia con respecto a Valdés Mesa.

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