La regulación del comercio: otro desastre que se avecina

Elías Amor Bravo, economista

Acusar al acaparamiento y la especulación y a las compras de los trabajadores por cuenta propia de los graves problemas de desabastecimiento que existen en Cuba, que previsiblemente van a ir a más, supone una grave afrenta del régimen que traerá consecuencias muy negativas. Con independencia de que se trata de una falsedad, y muchos cubanos lo saben, si realmente existen problemas de racionamiento en Cuba es porque el régimen no quiere implementar los cambios que se necesitan para que la economía funcione libremente, como en el resto de países del mundo. Esa obcecación ideológica con el comunismo, es lo que está provocando el desastre de abastecimiento en los comercios cubanos, situación bien conocida por los cubanos, porque se viene padeciendo de forma continua desde 1959. Culpar a los trabajadores por cuenta propia de todo ello, es una irresponsabilidad.

La demostración más palpable del fracaso del régimen es que la ministra de comercio interior no es capaz de resolver la situación, y ese objetivo absurdo de “favorecer una distribución equitativa” acabará siendo la puntilla del proceso actual. Porque no es el mercado lo que se tiene que controlar para favorecer la distribución, sino que se tiene que actuar desde la oferta productiva, que se encuentra paralizada por la falta de insumos, de energía y sobre todo, la escasa motivación de los trabajadores para contribuir con aumentos de la productividad que no se ven compensados por salarios con un mínimo poder adquisitivo. El régimen se equivoca. El mercado es el resultado final de decisiones que arrancan mucho tiempo antes en forma de oferta de productos. Y lo que resulta evidente es que en la economía castrista, donde todo depende de la planificación central, nada funciona.

En Granma aluden a una “serie de medidas de regulación de productos alimenticios seleccionados para el mes de junio”, que se “mantendrán como productos controlados entre otros, el chícharo, con un per cápita de distribución por persona a razón de diez onzas, y la salchicha, por composición de núcleos, con una frecuencia trimestral”. De igual modo, se anuncia el mantenimiento como “liberado-regulado del pescado, hasta cinco unidades; el arroz hasta diez libras; los frijoles hasta cinco libras; el pollo hasta cinco kilogramos (continúa prohibida la venta en cajas) y se incorporará la harina de trigo hasta dos kilogramos”. También se citan “los productos de aseo que entran en esta categoría y se ofertarán dos unidades de jabones de lavar, tres de tocador, una de crema dental y un litro de detergente por persona”. Todo a cuenta gotas. Sin que los cubanos puedan elegir libremente lo que quieren consumir y en qué cantidades.

La ministra, y los “planificadores” de la economía siguen pensando que a todos los cubanos les gusta el pescado o el chícharo, o las salchichas, y por eso se planifican las entregas de forma equitativa. No tienen ni idea de que hay cubanos que detestan esos alimentos y que, en cambio, quieren otros que no existen en los mercados. Consecuencia, resignación, o aceptas lo que el régimen quiere que comas, o pasas necesidad. En cualquier otro país del mundo, las preferencias del mercado rigen las decisiones de oferta. No entiendo cómo es posible que los castristas que dirigen la economía sean incapaces de llegar a estos simples principios de racionalidad económica.

El caos de la distribución comercial en Cuba lleva a situaciones realmente sorprendentes que no se observan en otros países del mundo, como por ejemplo, que en las tiendas estatales escaseen los productos de aseo, y en cambio, en lo que llaman “las cadenas de tiendas”, las recaudadoras en divisas, no exista problema alguno para encontrarlos, eso si, pagando unos precios muy elevados que distorsionan la baja capacidad adquisitiva de los salarios. Este es el destino de las remesas que envían las familias de la diáspora, lo que impide realizar ahorro o cualquier otra forma de aprovechamiento productivo. Sería interesante conocer la tensión de los precios al consumo de estos productos que se venden en las “cadenas de tiendas”, nos podríamos llevar alguna sorpresa con el poder de compra del CUC, que cada vez está más debilitado.

Mientras tanto, la ministra anuncia que “en las provincias se está impulsando el trabajo con los productos alternativos de los centros de elaboración en la industria alimentaria y la pesca, produciendo croquetas, albóndigas, hamburguesas, que en su momento se irán ubicando en la red de ­carnicerías sin subsidios como otra variante para la población”. Una vez más, la ministra cree conocer los gustos y preferencias de todos los cubanos, y ha decidido como tal, que se produzcan estos alimentos, y no otros. Ya se verá.

En cuanto a los trabajadores por cuenta propia, se les autoriza la adquisición de sus insumos, pero solo en aquellos mercados designados, mediante acreditación, a la vez que se establecen registros de anotación. Las autoridades han encontrado así una fórmula para limitar la capacidad de producción del sector más productivo y competitivo de la economía, lo que tendrá repercusiones sobre sus precios. La venta de harina de trigo hasta diez kilogramos en el mes, en tanto que a los panaderos/dulceros se les ofertará hasta cien. Con estas cantidades, poca producción de derivados podrá ser obtenida.

De ese modo, las regulaciones del comercio que se han expuesto van a continuar en junio, y posiblemente en julio, y tal vez el resto del año, porque la escasez de productos alimenticios y de aseo e higiene en la red minorista estatal no es coyuntural, como dicen las autoridades, sino que obedece a razones más profundas cuya solución exige decisiones de mayor calado. La llamada “canasta familiar normada” que es el origen de los problemas comerciales de la economía cubana, vuelve a la palestra, después de un período en el que cada vez tuvo menos importancia, en lo que se podría interpretar como una recentralización del control económico como instrumento de control a la población. Esa “canasta” impide que la oferta productiva aumente, y la obsesión de las autoridades por su mantenimiento y defensa a ultranza no hace otra cosa que arrastrar en el tiempo la escasez y el racionamiento, mientras que se culpa a otros de los graves problemas de gestión de la economía.

Siempre he dicho que el día que los cubanos se deshagan para siempre del yugo de la “canasta normada” y puedan ir a comprar tranquilamente al supermercado de la esquina de sus casas, adquiriendo sin colas cualquier producto que deseen comprar, el castrismo habrá llegado a su fin. Hay mucho de control económico por el gobierno, que impide a los cubanos ejercer ese acto de sencilla libertad al que estamos acostumbrados los que vivimos en el exterior. El cambio no llegará a Cuba hasta que la “canasta normada” y todas estas majaderías comunistas de la planificación económica queden atrás. Ese día, por desgracia, no está cerca, y las autoridades hacen todo lo que pueden por retrasarlo. Estas medidas de regulación de la ministra de comercio son un buen ejemplo.


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