La planificación castrista de la economía: un caos a la vista

Elías Amor Bravo, economista
El debate que se ha abierto en Cuba sobre la planificación dista mucho de haber sido cerrado. Es falso, inoportuno y atenaza no pocos riesgos. Y, además, me temo que va para largo. Hoy vuelven en Granma, diario oficial del régimen, con el mismo tema. 
La asamblea de los economistas y contables ha servido para que los dirigentes del régimen, el ministro Gil, y Díaz-Canel, propongan un nuevo modelo de planificación “desde la base” que suponga el fin de la planificación central de raíz estalinista que ha venido funcionando en la economía cubana desde los tiempos de la extinta JUCEPLAN allá por marzo de 1960. Mucho me temo que no saben de qué hablan. El asunto no es la flexibilidad de la planificación. La planificación comunista es el problema mismo. Los riesgos de este cambio a solas, son elevados. Ignoro si se han calculado de forma adecuada.
Los comunistas ignoran, por motivos ideológicos, que una economía es un espacio en el que miles de millones de decisiones de los distintos agentes que operan en la misma se toman en cada instante del tiempo, y gracias a ello se generan procesos de producción, de consumo, de inversión, de ahorro, que satisfacen a todos. En definitiva, la economía es un ente autónomo, guiado por la información trasmitida por los precios, que relaciona de forma voluntaria a los agentes, como decía Adam Smith, para el logro de sus fines. Nadie ha dicho hasta aquí ni una sola palabra de planificar nada.
En el paradigma central de la economía de mercado con derechos de propiedad privada, la que domina la mayor parte de los países del mundo salvo raras excepciones como Corea del Norte o Cuba, la planificación económica es indicativa o subsidiaria; en el mejor de los casos, acaba siendo un instrumento para tomar decisiones estratégicas hacia el futuro por las empresas, a partir de un diagnóstico DAFO que los directivos empresariales conocen bien y que ha generado un amplio mercado de consultoría en numerosos países. Y poco más. 
Se planifican los escenarios económicos por las instituciones especializadas para orientar las decisiones, pero se revisan continuamente para adaptarlos a los cambios inesperados en los indicadores y las políticas. Como ya se ha dicho, la economía es un ente en movimiento, nunca permanece fija o estable, y mucho menos, en una economía nadie tiene un poder superior para arrogarse determinadas decisiones colectivas, como ocurre con la planificación central comunista donde un grupo reducido de personas deciden por los demás. Mirando hacia adelante, y en medio de una situación que no es la más favorable para la economía nacional, se da un nuevo paso hacia el desastre.
El ministro castrista Gil quiere que el plan para 2020 de la economía se elabore sin directivas específicas y sin límites. ¿Sirve de algo? ¿Va a resolver los problemas?
La planificación central de la economía castrista desde sus orígenes, tenía un fuerte componente burocrático e ideológico, en el que todas las decisiones de la economía se adoptaban por planificadores que publicaban de forma jerárquica las directrices generales, las metas de crecimiento y las directivas concretas por sectores. Todo ello, de obligado cumplimiento por los distintos agentes económicos. Dentro del Plan todo, fuera del Plan nada. La economía cubana ha estado funcionando de este modo durante casi 60 años, y un grupo de burócratas decía lo que se tenía que producir, invertir, exportar, importar, etc de azúcar, alcohol, huevos, carne, zapatos, vestidos, etc. Asombroso. No es extraño que hayan llegado a donde están en la actualidad.
La ocurrencia del ministro, expuesta ante la asamblea de los economistas, en la que, por supuesto, nadie dijo nada al respecto, ni un solo comentario o crítica técnica, es que ahora la planificación se debe hacer desde la base, “con el criterio de los trabajadores”. La idea es “identificar todas las potencialidades de la empresa, que se exporte más, se importe menos, se hagan inversiones que tributen más ingresos al país y se logre sustituir importaciones”. Inmediatamente, la pregunta que se tiene que hacer es esta, ¿pero es que, entonces, antes no se hacía así? ¿con base a qué criterios se identificaban las potencialidades de las empresas? ¿Es que acaso no se planificaba teniendo en cuenta esas potencialidades? Inconcebible.
Surgen inmediatamente otras cuestiones. ¿De verdad cree el ministro que sustituir a los burócratas centrales del partido en la planificación por los “trabajadores” va a mejorar el sentido de la planificación? ¿Qué nivel de información tienen los trabajadores de una empresa para tomar decisiones técnicas productivas orientadas a la supervivencia de la misma? Precisamente en un momento en que arrecian, como ha dicho el ministro, las “restricciones que tiene la economía, donde menos hay para repartir”, la visión general de los procesos resulta más esencial que nunca para la toma correcta de decisiones.
El problema de ponerse a discutir con los trabajadores es que se sabe cuándo empieza, pero rara vez cuando acaba. Y en este caso, si de verdad se quiere promover el diálogo social, del que nada se dice en la nueva constitución comunista, lo que hay que hacer es crear un marco democrático y de participación lo más amplia posible para la negociación colectiva, con la presencia de agentes sociales independientes, representantes de los trabajadores y de los empresarios organizados, que se sienten a hablar y negociar sobre las condiciones laborales y salariales de los trabajadores cubanos, que es uno de los puntos negros de la planificación central comunista. Las discusiones con los trabajadores pueden acabar mal o muy bien. Todo depende de para qué sean.
Por eso, el mismo que defiende la flexibilidad de la planificación, está pidiendo “un ejercicio de conciencia y disciplina para evitar la irracionalidad”, básicamente porque no las tiene todas consigo. Introducir exigencias en la negociación que se quiere trasladar a las empresas, junto a una mayor conciencia, y que se trabaje de manera igualmente central y jerárquica, utilizando el sindicato único, es poco flexible, muy autoritario y no tiene que ver con los objetivos que persiguen el ministro y Díaz-Canel.
La economía es un ente espontáneo de cooperación voluntaria entre los distintos agentes privados y públicos que operan en la misma. Cualquier intento por romper ese mecanismo voluntario, acaba en un desastre. Las economías del mundo que mejor funcionan son aquellas que se han dotado, a diferencia del régimen castrista, de instituciones estables para asegurar el respeto a los derechos de propiedad privada y las transacciones de mercado entre los agentes económicos. Allí donde los gobiernos remueven los obstáculos para que la información de los precios circule en condiciones de la máxima transparencia y rigor. 
Si alguien identifica alguno de estos elementos institucionales en la economía cubana, que lo diga. Por ello, la flexibilidad de la planificación acabará siendo un nuevo experimento conducente al desastre, de esos que nos tienen acostumbrados. La decisión es otra: la privatización de los activos y de la riqueza debe ser compatible con un sistema democrático y de libertades que permita progresar de forma sostenible a la nación. Mientras esto no se haga, este tipo de ocurrencias pueden acabar poniendo en peligro los precarios equilibrios de la economía. Lo peor está por llegar. 

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