Meteduras de pata comunistas con el azúcar cubano
Elías Amor Bravo, economista
Hoy
Granma publica un artículo titulado “La agroindustria azucarera
reclama una eficiencia superior”, y qué quieren que les diga, me
he llevado las manos a la cabeza, alarmado ante lo que representa una
metedura de pata de consecuencias mucho más graves para la economía
cubana que el embargo o bloqueo.
Viniendo
de Valdés Mesa, cualquier cosa es posible a estas alturas de la
historia, pero lo que podría haber sido un comentario de café
sacado de contexto, del anciano dirigente comunista, para el periódico
oficial supone un titular de portada, y esta es la segunda metedura
de pata. Posiblemente más grave aún, por irresponsable. Luego
vendrán las quejas de por qué no crece el comercio exterior o las
inversiones extranjeras de Cuba, y el culpable será, cómo no,
Estados Unidos.
Pero
mensajes de este calado ejercen una influencia muy negativa, y me
propongo explicar por qué. Cierto es que Fidel Castro decidió
destruir la industria azucarera a comienzos de este siglo, en una de
sus múltiples decisiones erróneas sobre el funcionamiento de la
economía cubana. La producción cayó en picado, los campos de caña
se poblaron de marabú y los ingenios obsoletos pasaron a mejor vida
por falta de piezas y roturas. La historia, desde entonces, es bien
conocida para muchos. El hueco dejado por el azúcar cubano en la
economía mundial tensó los precios al alza y llevó a otros
países a producir el oro blanco. Los turistas españoles se
sorprendían al ver que las bolsas de azúcar para los cafés en los
hoteles de La Habana estaban producidas en Brasil.
Sin
embargo, a cualquier empresario internacional que se le pregunte
sobre la economía cubana lo primero que le viene a la cabeza es el
sector del azúcar. Esto lo he podido comprobar a lo largo de muchos
años de trayectoria profesional. El interés por el azúcar cubano, muy superior al turismo o los servicios médicos, se mantiene como una constante histórica, a pesar del desastre
interno que provocó Castro. Esto obedece a que detrás de esta
industria y sector hay una historia de éxito, de varios siglos, que
llevaron a Cuba a ser una potencia mundial durante décadas en la
producción y distribución de azúcar. Y eso, difícilmente lo
pueden borrar los comunistas por mucho que se empeñen en ello.
Pero
lo que sí que pueden hacer es mucho daño. Y la nota de Granma ayuda, y mucho. Porque hay que leer con detenimiento su contenido, y
prestar atención a lo que dice, en concreto, citando a Valdés Mesa,
“es preciso afianzar en los azucareros el carácter estratégico de
este sector como aportador fundamental de riquezas”. Ahora resulta
que hay que afianzar algo que todo el mundo da por hecho, y que es un
referente internacional. Tal vez habría que preguntarse qué impacto
puede tener esta noticia en un inversor potencial asiático o europeo
interesado en el azúcar cubano. Mala, muy mala.
Pero
es que además, el mensaje está inserto en uno más amplio que se
convierte en uno de esos alegatos lanzados al vacío por los dirigentes del régimen, y que nadie
recoge, porque “afianzar el carácter estratégico del azúcar”
se debe lograr por medio “del impulso de nuevas formas de pensar y
hacer, con mayor exigencia y control”. Es decir, lo que no se está haciendo actualmente. Y entonces, la siguiente pregunta es más inquietante
aún, ¿por qué no se hace y quién es el responsable de ello?
Al
final, los dirigentes comunistas cubanos se meten ellos solos, sin
que nadie los llame, en unos líos tremendos, cuyas consecuencias son
incalculables. Me imagino la cara de los directivos de la Empresa
Azucarera de Matanzas, donde se lanzaron estos mensajes, y sobre
todo, el miedo a posibles represalias, absolutamente ajenas a su
responsabilidad.
Valdés
Mesa dijo que quiere mayor eficiencia en el sector, “para lo cual
debe contener el decrecimiento y superar los reiterados
incumplimientos”. No es así como se consigue, y él lo sabe. El
azúcar cubano alcanzó el cenit de su historia en la década de los
años 50, precisamente cuando las distintas fases del proceso
productivo, cultivo, siembra, producción, transformación y
distribución estaban en manos de agentes económicos privados.
Aquella
industria, con fuertes raíces culturales, había sobrevivido a dos
siglos de una aventura de éxito, en la que miles de cubanos, y no cubanos, se
beneficiaban del empleo, sueldos y condiciones laborales, en
condiciones altamente competitivas. Los ingresos salpicaban al
conjunto de la economía, permitiendo importar del exterior todo lo
necesario para mantener un alto nivel de vida, consolidar una moneda fuerte y
estable y una economía en continuo crecimiento que atraía a centenares de miles de inmigrantes españoles o italianos todos los años.
Llegó
el régimen comunista en 1959, impuso por obligación la reforma
agraria en el campo, y acabó con el azúcar en cuestión de unos años. Más tarde, a Fidel Castro le falló la campaña de los “10
millones” de 1969 y nunca más volvió a dedicar ni un minuto de su
“valioso” tiempo al azúcar. A pesar de que la prefinanciación
de la cosecha, año tras año, era el principal instrumento de recaudación de divisas y obtención de préstamos externos para el gobierno
comunista.
Valdés
Mesa sabe que la privatización del sector debe conducir a su
modernización, al incremento de productividad y solución de los
problemas de obsolescencia y deterioro que atenazan a los ingenios.
Sabe que Cuba, con el azúcar dirigido por empresarios privados
cubanos, puede volver a situarse entre las principales potencias
mundiales, y sobre todo, derivados de todo tipo, desde
piensos para animales a alcoholes, porque está en su ADN. Pero la
ideología comunista es así, como el perro del hortelano, que “ni
come ni deja comer”.
Mensajes
como el que recoge este artículo de Granma espantan a cualquier
inversor internacional que pudiera estar interesado en colocar su
dinero en el azúcar cubano. Sin embargo, Cuba puede volver a ser una
gran potencia azucarera mundial, pero Valdés Mesa y los suyos nunca
lo verán.
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