A propósito de la manipulación histórica y la guerra mediática
Elías Amor Bravo, economista
No
tengo por costumbre introducir en este Blog argumentos para la
polémica. Pero esta vez no he podido cumplir con esta misión. Me
refiero a una entrevista del doctor
Fabio Fernández Batista, en
Granma, que contiene algunas "imprecisiones", por decirlo de algún modo. Me propongo formular algunas observaciones a lo dicho por
él.
Además
de advertir, con el máximo respeto, que discrepo al 100% de lo
expuesto.
Pues
si. En realidad, somos muchos, cada vez más, los que persistimos en “presentar
a la Cuba prerrevolucionaria de los años 40 y 50 como una época de
prosperidad y abundancia”. Aunque
no tuvimos la suerte de vivir esos tiempos, nuestros abuelos y padres
si. Ellos siempre nos hablaron de que Cuba había sido otra antes de
1959.
Y,
por suerte, en este mundo en que la información se abre camino,
donde
las ediciones de los diarios se digitalizan y los bancos de datos de la investigación
social abren sus puertas de par en par, hemos
podido recuperar parte de aquel tiempo perdido, y conforme nos vamos
adentrando en el escenario, más convencidos estamos, yo por lo menos
lo estoy, que en Cuba el refrán castellano de “cualquier tiempo
vivido fue
mejor”
se cumple a rajatabla.
No
es una cuestión subjetiva, ni de interpretaciones. Son datos reales
y publicados, que el régimen comunista no ha podido borrar de esa
construcción histórica manipulada y distorsionada de la República.
El objetivo, por tanto, no lo han conseguido. Yo formo parte de este
grupo de personas que utilizamos nuestras capacidades para mostrar a
los cubanos del siglo XXI que antes de 1959 la sociedad cubana tenía
una serie de potencialidades para dar el salto al desarrollo que
fueron extirpadas de raíz por las reformas comunistas. Y lo hago desde fuera porque obviamente dentro, no sería posible. Llegará algún día. Seguro.
Y
si, vuelvo al punto anterior. No cabe la menor duda que Cuba en la
década de los años 40 y 50 llegó al cenit de su historia y
después se precipitó por el barranco de la ideología comunista. No
hay vuelta de hoja. Los datos lo confirman y permiten constatar como
el país experimentó una debacle a partir de la revolución. Por ejemplo, en
1959 España y Cuba tenían un ingreso percapita prácticamente
similar. Tan solo tres años más tarde, en 1962, España inmersa en sus planes de desarrollo, había
superado a la isla en un 40%, y Cuba, desde entonces, no hizo otra
cosa que disminuir su crecimiento económico hasta la fallida cosecha de los 10
millones en 1969.
Cierto
que no vivimos esos tiempos, pero los datos están ahí para quién
quiera conocerlos y no manipularlos. De modo que en la Cuba
republicana, "ni oscuras sombras, ni matices". Lo que había era una realidad que
avanzaba de manera sostenida, mostrando elevados índices de movilidad social, un gran número de profesionales especializados en todas las
ramas, educación y sanidad públicas de calidad, desarrollo
económico y social. Como si no, aquella nación podría atraer y dar
cabida a más de medio millón de inmigrantes europeos pobres todos
los años. Además, de haberse mantenido las tendencias descritas la
isla se habría situado como una de las naciones más avanzadas de Occidente.
Pues
claro que la sociedad cubana era diversa. No puede ser de otro modo.
La homogeneidad colectivista es una construcción política perversa de las
revoluciones “culturales” de Mao, o bolchevique de Stalin. Cuba
era diversa y plural, y de esa diversidad surgía su potencial para avanzar.
Medios de comunicación libres, revistas, emisoras de radio,
periódicos, cadenas de televisión que ofrecían a sus audiencias
masivas la información veraz, que incluso llegó a beneficiar la
propaganda de los “rebeldes” de Sierra Maestra. Una nación de
hombres y mujeres libres que, por desgracia, en 1952 vieron alterado
ese escenario, lo que sin embargo, no impidió que los sueños de
muchos se hicieran realidad. Y es completamente falso que existieran
deformaciones estructurales de la economía o que no se hicieran
inversiones públicas. La realidad es que desde entonces, más bien
poco se ha hecho en este ámbito en Cuba y los cubanos lo saben,
cuando ven el estado en que se encuentra el alcantarillado de sus
ciudades, sin ir más lejos.
Por
otra parte, es un argumento anacrónico pensar que en Cuba, las generaciones
actuales, viven inmersas en “una batalla entre el capitalismo y el
socialismo”. Esa batalla se encuentra solo en la mentalidad
reaccionaria, profundamente reaccionaria, de una clase política que
no quiere reconocer que su final ha llegado, y que se imponen los
cambios económicos y por supuesto, políticos. Ningún cubano de
menos de 30 años se identifica con un “pasado burgués”, eso es
evidente.
Lo
que realmente quieren es identificarse con un presente de libertad,
de elección, de aspiraciones, de motivaciones, de ganar dinero y
construir patrimonio personal y familiar. Lo que el entrevistado
denomina grupos “desplazados por la revolución” pasaron a mejor
vida, por desgracia, y lo único que podemos hacer, sus
descendientes, es mantener el recuerdo vivo y dar gracias todos los
días por el sacrificio que hicieron para sacarnos del manicomio
castrista, de apartarnos de la sumisión ciega al poder político y
las consignas comunistas, contrarias a la razón humana.
Por
otra parte, no estoy de acuerdo con que “hacer una loa a la
economía republicana es un chiste de mal gusto”. Ni Cuba estaba en
crisis estructural antes de 1959, ni tenía las dificultades que tiene
en la actualidad para hacer frente a graves problemas, como la falta
de alimentos para la población o la proximidad al default en su
política de endeudamiento. Esos si que son problemas graves, y hay
que darles solución ahora mismo.
Y
por cierto, una pregunta ¿por
qué se tiene que asumir la permanencia del proyecto político
comunista en
la actualidad?
¿Es que hay alguna razón que lo justifique, que no sea el
mantenimiento de una casta política ajena al mundo real y al siglo
XXI? Hay
numerosos
argumentos
para justificar que el cambio en Cuba ya está aquí, y
que la
alternativa de
Fidel Castro al
capitalismo llegó
a su fin, atrapada por sus propias contradicciones.
No
son “la
hostilidad exterior, las dificultades económicas, el aliento
constante a una fractura del consenso político y las trabas que
encuentra la implementación práctica de la actualización del
socialismo” los que están propiciando el cambio en Cuba. Estos
son factores muy rebuscados y problemáticos. No
hay que engañarse. Todo
es mucho más sencillo. Los
cambios vienen porque el sistema está en crisis, y no puede dar
respuesta, con sus instrumentos y políticas de mediados del siglo
pasado, a fenómenos
de nuestro tiempo, como la
globalización, la cuarta revolución industrial o atender
a
las legítimas aspiraciones del pueblo cubano de
mejorar
su vida.
Es
un error creer que “la economía de un país no está solo para
mantener los indiscutibles éxitos sociales”, porque el objetivo es
otro. Si realmente se quiere estimular la base productiva de la
nación, hay que dejar que los agentes económicos operen en un marco
jurídico en que se respeten sus derechos de propiedad, el mercado
asigne los recursos, se pueda construir patrimonio y la riqueza no
sea un delito. Es decir, una economía al servicio de los ciudadanos,
orientada a satisfacer las necesidades y proporcionar un beneficio a
los eficientes. Una economía en la que el estado se dedique a sus
funciones clásicas, distribución, estabilidad económica y
asignación de bienes públicos.
Tengo que reconocer que a mi nadie me ha invitado nunca a olvidarme de la Historia. Todo lo
contrario. Tengo conciencia histórica, pero esta nada tiene que ver
con la propaganda castrista, ni con el discurso político que ha
manipulado la vida y obra de los cubanos de la isla. Por eso, creo
que en el momento actual pierden el tiempo aquellos que “tratan de
reconstruir el discurso revolucionario o los que apuestan dentro del
sistema por desmontar el andamiaje para después avanzar”.
Este
esfuerzo es baldío y no conduce a nada positivo. No estoy a favor de
estos dos caminos, porque llevan al mismo callejón sin salida y
futuro en que se encuentra Cuba. Por el contrario, considero
fundamental la construcción de un nuevo discurso, un plan de acción
consensuado, que de cabida, en libertad, a todos los cubanos, sin
imposiciones ideológicas ni camisas de fuerza.
Sinceramente,
si ser revolucionario, como dice el entrevistado, consiste “en la
defensa de un proyecto de sociedad anticapitalista, capaz de
proyectar las esencias subversivas de la Revolución de 1959 hacia la
Cuba mejor a construir”, me gustaría saber cuántos dirigentes en
el régimen se inscriben en este grupo.
Pero
si errónea y alejada de la realidad resulta esta caracterización de
los cubanos, todavía me parece más problemática la definición
ofrecida de “contrarrevolucionario” según la cual dice el
entrevistado que “está definido por los esfuerzos abocados a
restaurar el régimen capitalista y, con este, al conjunto de
relaciones de explotación que le son inherentes”.
Sinceramente,
no conozco a nadie que esté en ese proyecto. Restaurar el régimen
capitalista y asociar la estrategia al término “explotación”
suena a rancio, a doctrina clásica de mediados del siglo XX, a nada
que se encuentra presente en las sociedades mixtas en las que la
economía libre de mercado sirve a los intereses sociales con el
máximo rigor. Una sugerencia a propósito. Con todo lo que ha
llovido desde la caída del muro de Berlín, alguien debería ir a preguntar
a los camaradas chinos comunistas si están de acuerdo con “la
explotación como base para la restauración del capitalismo”.
Una última observación. Las naciones democráticas, libres y económicamente prósperas no prestan atención al debate sobre la manipulación histórica y la guerra mediática. Se dedican a mejorar el bienestar de sus habitantes por medio de una gobernanza eficiente y moderna. Tal vez a eso es a lo que hay que dedicarse en Cuba, y además cuanto antes. No se, quizás para no hablar de tanta teoría y descender a la realidad, donde creo que los cubanos quieren y deben estar.
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