Plan de choque para la economía cubana post COVID19
Elías Amor Bravo, economista
Desde
el comienzo de la crisis provocada por la COVID19 la economía cubana
cae por un barranco y está a punto de colapsar. Ningún indicador
funciona. Ni los externos, paralizados por la situación crisis
internacional, ni mucho menos los internos, por la incapacidad del
modelo económico social comunista para, entre otras cosas, dar de
comer a la población. Situación compleja para la que se reducen
los márgenes de acción, y cada vez es más evidente que de lo que
está ocurriendo ahora no se sale con parches ni medidas puntuales
que aten al sistema imperante, sino con su sustitución y adaptación
a las tendencias internacionales. Sin apoyos financieros externos, la
aventura social comunista del régimen castrista ha llegado a su fin,
y debe ser reemplazada.
Ha
llegado a su fin porque desde 2016 la economía está estancada. Al
reducirse los suministros de petróleo de Venezuela, la maquinaria
productiva se resintió. Después, la llegada de menos turistas, la
recepción de una cuantía inferior de remesas, la falta de
inversiones extranjeras y la insuficiente cantidad exportada de
materias primas, se encargó del resto. La insolvencia del gobierno
se materializó en una petición de aplazamiento de los pagos de la
deuda del Club de París, pero esto no ha hecho más que empezar.
Al
final, el régimen comunista solo ingresa divisas por la venta de
servicios profesionales médicos,
comercializados como cooperación internacional. Y actuando como
intermediario en todas las operaciones con divisas procedentes de las
remesas en el interior del país, mediante empleo de tarjetas
bancarias, implicando al Banco Central en las mismas.
Detrás
de este tétrico balance de la economía, el impacto de las
sanciones de Estados Unidos no
deja de ser anecdótico, y ha pasado a convertirse en un argumento de
los dirigentes para justificar la inoperancia y los continuos errores
en la aplicación de medidas de política económica.
Y
entonces, llega la pregunta del millón de dólares. ¿Como Cuba
puede
hacer frente a este escenario económico próximo al colapso? La
respuesta es única: transformando de raíz el sistema económico,
instaurando un marco jurídico respetable para los derechos de
propiedad privada que abra espacios a la actividad económica de los
emprendedores y propicie la transformación de las relaciones de
producción, sobre todo, en el sector agropecuario. La receta se
llama devolver la propiedad privada a los cubanos, autorizar empresas
privadas orientadas por el beneficio, sustituir la deficiente
planificación central de la economía, por la fuerza dinámica del
mercado como instrumento de asignación de recursos. Aceptar que en
las actuales condiciones, nadie está dispuesto a salvar un estado
fallido, cuya economía devora divisas sin que se obtengan beneficios
claros para quién las otorga. Que le pregunten al
Club de París, que
puede dar referencias de ello.
La
vía hacia la propiedad privada, la libertad económica y la
prosperidad ya la tomaron tiempo atrás viejos socios de la Cuba
comunista. Chinos y vietnamitas, países del telón de acero
dominados por la URSS, la propia Rusia. Nadie se ha querido quedar en
ese camarote absurdo de ideología totalitaria creada por Carlos
Marx. Tan solo estados fallidos como Corea del Norte o Yemen se unen
a Cuba en esa obsesión por la economía de raíz estalinista. La
solución, que ya no admite más retrasos, es
moverse hacia una economía de mercado mediante
un profundo plan de reformas que en las circunstancias actuales
provocadas por la crisis de la COVID19 es la única solución para
evitar el colapso.
Existe
cierto acuerdo entre los economistas que hay que empezar por la
tierra y el sector agropecuario. La reforma agraria castrista ha sido
un fraude histórico para los agricultores cubanos. Por ello, hay que devolver la
titularidad de los derechos de propiedad a los productores, para que
decidan, sin injerencia comunista local, qué quieren producir, para
quién, a qué precios y lo más importante, quién se va a encargar
de suministrar los bienes intermedios y llevar los productos a los
mercados.
La extensión y garantía de la propiedad privada en la agricultura, el derecho de
propiedad del agricultor, debe ir acompañado de profundas reformas
en la distribución comercial y logística para que los cubanos se
olviden en el menor tiempo posible, de las hambrunas periódicas, de
las colas, de la canasta normada, de la necesidad de resolver y de
los absurdos precios topados. Aunque
estas reformas llevarán tiempo en su aplicación, la inercia del
sistema, su mantenimiento en las condiciones actuales, puede ser
mucho peor. Existen ayudas de organismos internacionales a los que
Cuba debe solicitar su adhesión, como el Banco Mundial o el FMI, que
pueden ayudar y mucho en el tránsito hacia una agricultura
competitiva dirigida por los productores agropecuarios y no por el
estado comunista.
Después,
el plan de reformas debe continuar con la propiedad inmueble y la
construcción de viviendas, con la creación de un mercado de estos
activos para que los cubanos puedan invertir en los mismos y empezar
a promover un patrimonio privado que incremente la riqueza no humana
asociada al ciclo vital del consumo. El sector de la construcción
debe pasar a ser completamente privado sin ninguna restricción a la
compra de viviendas. La banca deberá reorganizar sus actividades
para dar entrada al crédito hipotecario para los promotores y
compradores, la subrogación y en el ámbito internacional, otorgar
la máxima flexibilidad y seguridad jurídica a la inversión
extranjera en inmuebles.
Agricultura y construcción serán los sectores del plan de choque para la privatización económica en el más corto plazo posible, pero los procesos de privatización económica afectarán al conjunto de
los factores de producción que, en el modelo actual, dicen estar
adscritos a la “propiedad colectiva del pueblo”.
Todas las
empresas estatales se privatizarán por fases, y el estado podrá
retener una parte, siempre inferior al 50%. El comercio exterior se
realizará completamente libre, sin agencias intermediarias, y se
promoverá un marco laboral competitivo basado en el diálogo y la
concertación social. El presupuesto del estado se ajustará a la
baja para ir adaptando sus dimensiones a la media de países de
América Latina del 75% del PIB actual, al 30%. Los gastos e ingresos
relacionados con las empresas serán suprimidos en el más breve plazo posible y se promoverá la
inmediata eliminación de subsidios para facilitar la producción
competitiva. Tras un paréntesis, la moneda ocupará la atención,
fijando un cambio competitivo para que la economía cubana se
beneficie plenamente de su apertura al exterior.
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