Sin campo no hay país
Elías Amor Bravo, economista
A
los graves problemas que existen en el sector agropecuario cubano
para producir más y mejor, Diario
de Cuba se ha hecho eco del malestar que existe en amplios sectores
del campesinado contra las medidas de represión que está aplicando
el gobierno comunista.
Medidas
que van más allá de la precariedad
que
existe en el país y que califican como “ilegalidades”, prácticas
aceptadas
por todos,
que se desarrollan en otros países en los que la economía de
mercado libre regula las relaciones de producción.
En
Cuba, las denuncias del gobierno contra los productores agropecuarios
tienen su origen en la pésima y deficiente estructura jurídico
administrativa del país, que lejos de contribuir a atajar los
problemas, los tiende a agravar de forma desorbitada. Hay denuncias de todo tipo. La Liga de Campesinos Independientes, una
de las organizaciones que promueven la campaña “Sin campo no hay
país”, nos ha ofrecido algunas pistas.
Si
hay problemas en el suministro de pienso y alimentos para los
animales, ¿Por qué el gobierno tiene que sancionar y reprimir a un
productor eficiente al que sobra pienso, y lo vende a otros
productores? ¿Qué razón impide a este criador de cerdos obtener
unos ingresos con la venta del excedente de piensos que acabará
destinando seguramente a otros bienes intermedios, o necesidades
propias del negocio? Pues no. Esta práctica ha sido reprimida por
las autoridades como consecuencia de las delaciones que se
multiplican entre los propios productores, presionados por la
organización comunista, que a nivel local mantiene un férreo
control sobre las explotaciones para impedir que sean rentables y
crezcan.
Otro
ejemplo ha sido la intervención estatal de cosechas. ¿Quién
dijo que en Cuba no existen las expropiaciones? Lejos
de avanzar hacia una necesaria liberalización de la producción y
comercialización de las producciones agropecuarias, el gobierno, en
el retorno a la normalidad comunista desde el pasado 18 de junio, ha
vuelto a reforzar la centralización y control por el estado de las
actividades económicas. En
realidad, la
intervención de una cosecha a un productor
agropecuario significa su ruina, y la imposibilidad de volver a la
actividad, además de las sanciones que se puedan aplicar.
Por
otra parte, el
régimen utiliza
sus
medios de comunicación, para
culpar al
productor agropecuario como el culpable de la hambruna, el
acaparador. En
vez de promover la imagen social de los campesinos, como agentes
encargados del sustento a la población en estos tiempos difíciles,
los convierten
a ojos de la población,
en ladrones cuyo objetivo es esconder las cosechas comprometidas con
Acopio. Una
injusticia.
De
modo que esta
campaña desatada por las autoridades para minar la base social de los campesinos libres en
Cuba está
provocando los primeros temores fundados en la agresión continua y
los instrumentos de represión que coartan la libertad de los agentes
económicos. Una venta de producto a un precio que no es el acordado
con Acopio, por ejemplo, supone la inmediata confiscación de la
cosecha. Y el problema no es otro que los precios de Acopio. Mientras
que los cubanos tienen que afrontar unos precios elevados en los
mercados donde realizan sus compras, al productor apenas se le paga
por su trabajo y además, las deudas del estado, prolongadas en el
tiempo, acaban generando problemas de solvencia.
La
Liga ha denunciado igualmente la escasa atención que los dirigentes
comunistas locales tienen hacia las necesidades de los productores
agropecuarios, en algo tan simple como una reparación de techos, lo
que supone que se suministren los materiales de construcción que no
se pueden adquirir libremente por los interesados. Las lluvias
afectan las cosechas, pero sin seguros que cubran los daños, las
pérdidas asolan el campo, sin que el estado asuma su parte de
responsabilidad. Esto ocurre incluso con el tabaco, un producto
destinado a la exportación que proporciona divisas muy importantes
al gobierno, que apenas alcanzan al canal productor.
A
los problemas citados, se añaden las plagas e infecciones que no se
pueden combatir por la falta de plaguicidas y tratamientos que, en
vez de ser producidos en el país, se tienen que importar del
exterior. No se a qué esperan para avanzar en la sustitución de
importaciones. El gobierno se limita a culpar al embargo, pero no
aporta soluciones a los problemas.
Muchos
nos preguntamos cómo es posible que en Cuba se produzca en
la agricultura
con este tipo de problemas. La campaña "Sin campo no hay país"
está plenamente justificada, porque busca un cambio de 180º en las
condiciones actuales, ciertamente complicadas, en las que se basa la
actividad agropecuaria en Cuba.
Las
demandas de libertad para los productores de alimentos, de que se
suspendan los impuestos por lo menos durante diez años para
fortalecer las explotaciones,
han sido respondidas con más
vigilancia
y represión. La consecuencia es que el desabastecimiento de
alimentos irá a más
y Cuba se acercará a esa crisis alimentaria de la que habla el
Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, y que las
autoridades no quieren reconocer.
Se
acaba el tiempo de los cambios urgentes, y se acerca la penuria. No
se va a resolver el problema alimenticio sembrando en los patios de
las casas, macetas o balcones, sino devolviendo la propiedad de la
tierra a los agricultores y la libertad
de mercado para decidir lo que estimen conveniente con sus factores
de producción y cosechas.
Ya
no se trata de dar más tierras en arrendamiento. La fórmula de Raúl
Castro no ha dado los resultados previstos. Lo que se tiene que hacer
es dar marcha atrás a la reforma agraria comunista que ha sido un
gran fraude histórico para los campesinos cubanos, y que ha postrado
la otrora competitiva agricultura cubana, en una crisis estructural.
El campo cubano puede, pero necesita apoyos y libertad. Y por eso,
hay que decir bien claro, “Sin campo no hay país”.
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