Razones para el fracaso de la unificación monetaria y cambiaria de Murillo

Elías Amor Bravo, economista

En cuanto a los aspectos del proceso de unificación monetaria que fueron planteados en la mesa redonda, Murillo el zar de los "lineamientos" dijo que habrá un plazo de seis meses para que la gente pueda atender al cambio del CUC por el CUP. Un plazo de tiempo suficiente, ya que lo más probable es que la gente se deshaga rápido del CUC. Además, se advirtió que el estado continuaría recogiendo CUC mientras que existiera esta moneda, hasta que se agote definitivamente, con el objetivo de que la población pudiera cambiar y gastar dicho dinero. Algo parecido ocurrió con los países de la Unión Europea que unificaron sus monedas con el euro, ya que durante casi 20 años los bancos centrales han continuado aceptando las viejas unidades monetarias, con el cambio fijo que se estableció en su día inalterado.

Por si, esto no fuera suficiente se dijo que durante el periodo de tiempo establecido para hacer el cambio, las personas podrían ir a las tiendas y adquirir los productos que necesitan pagando en CUC, pero el vuelto de esa compra se efectuará en CUP, como está diseñado desde el pasado año por algunos establecimientos comerciales en su gestión de venta. De esta forma, también se irá retirando ese CUC que queda en manos de la gente.

Para la conversión del CUC en CUP se dijo que se respetará el tipo de cambio vigente antes de la medida, el tipo de cambio actual (24 CUP) para el grueso de la población. En el caso del sector empresarial, las cuentas en CUC se convertirán en CUP, 1x1, manteniendo su valor actual. Se trata, por tanto, de los mismos cambios que rigen actualmente. Nada que reseñar.

No obstante, hechas las previsiones relativas a la unificación, Murillo despejó algunas incógnitas, no todas, del proceso de unificación cambiaria que vendría a continuación. Su primer mensaje hizo referencia a que se produciría una “devaluación alta”. Es decir, el CUP que quede al final del proceso, cotizará con respecto al dólar a un tipo de cambio menor que el actual, que es lo que se entiende por devaluación.

Si ahora para comprar un dólar se necesitan 30 CUP, después de la devaluación, serán necesarios posiblemente 60 o 70 CUP. No es una devaluación alta, es "altísima". No reconocerlo es esconder el bulto. Cuando una moneda se devalúa en esa proporción, trasmite una debilidad muy grande al exterior y sienta las bases de una creciente desconfianza. Mal nacimiento para el CUP después de su larga convivencia con el CUC. Vuelve al mundo con un traje de espantapájaros, roído y en extrema pobreza, A ver hasta dónde llega. 

Desde el primer momento se puede afirmar que el impacto sobre el sector empresarial será mucho más intenso que en el resto de la economía. Pero no se han cuidado las condiciones. En este punto, Murillo no declaró cuál será el tipo de cambio que finalmente tienen decidido las autoridades, cuando lo razonable es que lo enunciase ya mismo a fin de que los agentes económicos puedan ir realizando sus planes de ajuste. Malo sería que algunos tuvieran informaciones asimétricas, mientras que otros no. Esas diferencias podrían condicionar el proceso después. Por ello, Murillo, limitándose a especular con las cifras antes citadas, deja claro que el proceso de unificación monetaria y cambiaria obedece a una decisión política y no técnica, que tendrá consecuencias muy importantes sobre el comportamiento de los agentes económicos.

Algo que sí dejó claro, es que la devaluación será en el primer día de un mes, porque las empresas deben cerrar sus estados financieros, de modo que ya tenemos otro escenario de incertidumbre toda vez que para el final de 2020 solo quedan dos días primeros de mes, así que difícilmente ocurrirá a lo largo del presente año, pero tampoco existen motivos para que no sea así.

El hecho de que las autoridades comunistas tengan clara la opción por la devaluación del CUP para buscar la competitividad exterior de la economía, va a tener efectos para el sector empresarial estatal, que tendrá que hacer frente a los efectos de la altísima devaluación, sobre todo, en los procesos relacionados con la importación (que se incrementarán de precio) y fijación de precios mayoristas con influencia directa de los costes. Curiosamente, en toda la mesa redonda no se aludió a los efectos de la devaluación sobre el sector del trabajo por cuenta propia y los pequeños emprendedores privados, como si no existieran.

De modo que el gobierno parece decidido a utilizar un viejo instrumento de los tiempos estalinistas, la planificación e intervención central en la economía, para conseguir que todos los precios mayoristas en Cuba aumenten con relación al incremento que tendrán los precios de los productos importados tras la devaluación. Al parecer Murillo señaló en algún momento de su exposición en la mesa redonda que “no hay manera humana de devaluar sin que los precios mayoristas suban”.

Y lleva razón. Una de las consecuencias de cualquier proceso de devaluación es la inflación, sobre todo si se tienen que comprar productos en el exterior a precios más elevados. A su vez, el aumento de costes se traslada en crecimiento de los precios y a su vez, puede determinar aumentos de salarios, de ahí que se hable de la reforma salarial que se llevará a cabo en el país, porque, según Murillo, las empresas deberán incorporar a sus costes la subida de los salarios.

El gobierno comunista cubano pretende planificar y ejecutar bajo la dirección central de la economía los cambios que una devaluación produce en las economías de mercado libre. Sorprendente. El planificador comunista ha asumido que al devaluar la moneda y subir los salarios tendrá que afrontar un escenario de crecimiento de precios, que significa inflación. Esto ocurre igualmente de forma espontánea en las economías de mercado, cuando se devalúa la moneda. Lo que ocurre es que no está claro que en Cuba los efectos vayan a ser esos. Ya es sabido que el gobierno comunista teme a la inflación y por ello, en cuanto la detecta, topa los precios, lo que conduce a situaciones graves de desabastecimiento.

Pese al recurso del plan, hay mucha incertidumbre en las autoridades con el proceso, que Murillo llegó a reconocer, al señalar su preocupación por el lapso de tiempo que tarde el incremento de los precios mayoristas en trasladarse a los precios de consumo minoristas. ¿Pero se pueden tener este tipo de dudas? Murillo dijo que en su opinión puede durar entre 6 y 12 meses, si bien reconoció que en algunos productos la traslación se produce desde el primer día, para volver a insistir en que si no hay crecimiento de los precios mayoristas, las empresas entrarían en pérdidas como consecuencia de la devaluación.

Conviene insistir a Murillo que las empresas no necesariamente van a perder como consecuencia de la devaluación que, incluso, en algunos casos, esta puede llegar a ser positiva, por ejemplo, las que exporten como el sector hotelero. Eso si, todas las empresas perderán si no pueden trasladar el aumento de costes que se va a producir por el aumento de los precios de los bienes importados, a los precios finales para mantener sus márgenes de beneficio. Mucho me temo que en un régimen comunista este comportamiento, habitual en las economías de mercado libre, no será permitido por las autoridades. De modo que por un lado, topando precios minoristas y por otro, impidiendo que los aumentos de costes se trasladen a los precios, van a provocar un grave daño al sistema económico maltrecho e ineficiente que han creado.

Y aquí viene lo mejor de todo, porque no se sabe bien, en qué momento, Murillo afirmó que la clave de bóveda de todo el proceso está en lograr que el crecimiento de los precios no sea mayor al diseño de la subida de los salarios”, por sus efectos sobre la inflación. Para empezar, es imposible aplicar reglas generales a los procesos económicos. Los productos con un alto componente de bienes importados (como los derivados del petróleo) se van a encarecer mucho más que los salarios, porque que estos se incrementen en la misma medida es una grave irresponsabilidad para la competitividad de la economía. Las estancias en hoteles serán muy competitivas y puede que arrebaten mercado a otros destinos turísticos.

Esto significa que la situación puede ser bien distinta para los productos “made in Cuba” porque su potencial de crecimiento, interno y externo, será muy grande gracias a la devaluación, incluso aunque suban los salarios. La duda que surge en todo este proceso es si los comunistas cubanos se han dado cuenta de que no se puede manejar una devaluación de la moneda como si se tratase de una entrega de tierras a un arrendatario o la concesión de una licencia a un cuenta propista.

Cuando se atiende a una devaluación, no solo están en juego los intereses y relaciones internas de la economía, sino también los internacionales, y ahí es donde el modelo social comunista tiene un alcance limitado, sino es capaz de entender las señales que trasmite el mercado, y las pone en relación con las características de la economía de planificación central. El desastre que se avecina puede ser mucho peor de lo que se espera.

Habrá inflación tras los ajustes cambiarios, reconocido por Murillo. El gran error, el imperdonable error que puede llevar este proceso al fracaso, es pensar que la planificación central comunista de la economía podrá conseguir que el aumento de precios derivado de la devaluación “no supere los indicadores que se han diseñado”. Advertencia, los precios topados pueden ser un grave problema para todos, empresas y consumidores. Como es igualmente un gran error intentar controlar un grupo reducido de productos, "que son transversales a la economía, para que tengan precios centralizados, como, por ejemplo, el precio del combustible". No acaban de entender que es inviable actuar de este modo.

Para que la devaluación tenga éxito, hay que dejar que los precios de los productos minoristas funcionen libremente en función de demanda y oferta, sin injerencias del estado. La oportunidad es formidable para hacerlo. Eliminar subsidios y dejar que mejore el poder adquisitivo de la población a partir de los aumentos de salarios, es la opción más racional. Llegó el momento de dejar atrás majaderías comunistas como la canasta familiar normada, auténtico quebradero de cabeza para saber qué productos van a tener subsidio y cuáles no. Con este tipo de decisiones, las empresas entran en pérdidas y quiebran. Puede que no lo hagan a corto plazo, pero a medio están sentenciadas de muerte.

Por eso, es posible que Murillo se haya cegado por el poder omnímodo que le otorga la planificación central de la economía y declarar esa segmentación empresarial que distingue entre los casos perdidos y que por pérdidas pueden llegar a desaparecer, y esas otras que tendrán que hacer un esfuerzo de eficiencia para soportar el proceso de devaluación. Una vez más, el comunista se empeña en contemplar la realidad económica como una tarta fija que se tiene que repartir entre los comensales, sin querer entender o no poder entender, que la diferencia entre la economía de planificación central y la de mercado libre es que la segunda no ve la tarta como algo fijo, sino como algo que puede crecer, o disminuir, pero que una buena gestión de la política económica consigue casi siempre lo primero sin tener que resignarse de antemano con “ganadores y perdedores”.

Al final es lo mismo de siempre, en vez de sacar provecho de los efectos positivos de la devaluación, que los tiene y que podrían ser muy beneficiosos para la economía cubana, Murillo como buen comunista tiene diseñada una estrategia para "calzar" monetariamente a esas empresas no tan eficientes, o sea, de alguna modo se estaría concediendo subsidios a las empresas en pérdidas. Es decir, lo mismo de siempre. Mantener de forma artificial zombies que posiblemente deberían cerrar y dedicarse a otras cosas. Tras una devaluación, las empresas que cierran dejan espacio para que otras, las que sobreviven, y las que nacen de la nueva coyuntura, tengan espacio para prosperar. Esos efectos en Cuba son impensables, y por este motivo, los riesgos devaluatorios serán grandes y peligrosos.

En vez de apostar por la libertad, la eficiencia, la rentabilidad empresarial, el gobierno comunista está pensando en qué hacer para reducir las pérdidas de las empresas, y qué nivel de ayudas se deben conceder a tal fin. Mal lo tienen. Las empresas que experimentan pérdidas por la devaluación no tienen futuro, sus pérdidas no se van a recuperar con el tiempo y en todo caso, la salida mejor para esas empresas podría ser la privatización por procedimientos transparentes.

 La gestión privada siempre es más eficiente que la pública o estatal. Este sería un momento propicio para iniciar la senda que en algún momento debe recorrer la economía cubana hacia la normalidad. Si Murillo sueña que la devaluación va a propiciar la llamada “teoría de corrección de precios relativos” que ciertamente no se sabe de qué manual de economía la ha extraído, es que debe estar pensando en una economía distinta a la cubana, donde la eficiencia, la productividad y la motivación son los ejes del sistema económico y productivo.

Que no engañen a nadie. La corrección de los precios relativos no llevaría a un cambio del salario ni tampoco a más motivación para producir. Murillo sabe que esos objetivos, necesarios para ordenar la economía, dependen del marco jurídico de derechos de propiedad y de la asignación de recursos por el mercado. El sistema empresarial no tiene por qué ser el principal perjudicado de la devaluación. Hay muchas razones para pensar que ello no sea así, pero se necesita algo más que autonomía y flexibilidad. 

En cuanto a la reforma de salarios, que según Murillo deberá servir para contrarrestar el proceso de inflación, se ha seguido un procedimiento sencillo y a la vez complejo. Se ha calculado una canasta de referencia de bienes y servicios, que no es igual a la canasta básica normada, y que será la referencia para fijar el salario mínimo y, a partir de ahí, la escala salarial teniendo en cuenta los 32 grupos que contiene.

En ese primer grupo de salario mínimo hay en el sector estatal 29.000 personas, de los casi tres millones que laboran, el 1% del total, poco representativo, al parecer.  Se asume que el salario tiene que respaldar el consumo del obrero y de su familia, y por ende, el salario mínimo tiene que ser un poco más alto que la canasta de referencia. Una visión paternalista que no tiene en cuenta las múltiples y numerosas facetas de la vida social.

A partir de los estudios realizados, de los que no se ofreció información, se sabe que la composición de los núcleos familiares en Cuba es estadísticamente de tres personas y, de ellos, dos trabajan como media. Puede darse el caso de que en ese núcleo de tres personas, de los dos que trabajan, quizá alguno gane el salario mínimo, pero el otro puede tener retribuciones de cuatro o cinco veces ese salario mínimo, por lo cual pueden cubrirse los gastos de la familia.

No obstante, cuando esto no suceda, y esas dos personas perciban la cantidad mínima y no puedan llegar al valor de la canasta de bienes y servicios para cada una, intervendrá entonces la seguridad social. La intención será subsidiar a esas personas y no a todos los productos, bajo el principio de que en “este proceso nadie quedará desamparado”. A la larga el subsidio tiene un alto componente de desmotivación e improductividad, bien conocido en las economías social comunistas, y ya se verá el alcance que tendrá esta medida.

En cualquier caso, uno de los anuncios “sorpresa” de la noche fue afirmar que el fondo de salario en el país subirá en 4,9 veces, mientras que el destinado a la seguridad social lo hará en 5 veces, mientras que se supone que tras la devaluación los precios en el sector estatal tienen previsto aumentos muy por debajo de esos valores.

Multiplicar por 5 los salarios en la economía cubana equivale a que el salario medio aumente de los 40 dólares actuales a 200 dólares, que sigue siendo una cantidad reducida, muy inferior a la media de las remesas que se reciben de los familiares residentes en el exterior en cualquier familia cubana. Una expansión salarial de esa magnitud, si no va acompañada del aumento de la productividad del trabajo, tendrá unas consecuencias inflacionistas mucho más graves de las que se derivan de la devaluación. Habrá que prestar especial atención a la productividad de los factores de producción, pero este tema quedó ausente de la mesa redonda, a pesar de su importancia.

Según Murillo, la reforma salarial trata de conseguir una mejor distribución de las riquezas. Gran error. Ese no debe ser el objetivo de los salarios, sino estimular el trabajo, el compromiso, la motivación, la productividad y creatividad, por citar otros mucho más destacados. Murillo debería saber que eso que el llama la distribución de riquezas se consigue por vías diferentes, como la fiscalidad equitativa. Precisamente, eliminando los subsidios y gratuidades indebidas, que en vez de proteger a los “vulnerables” lo que acaban produciendo es desafección, pocas ganas de trabajar y menos compromiso.

El problema de Murillo es que, cuando se llevan tantos años leyendo las boberías y majaderías de los llamados “lineamientos” se comete el error de acabar creyéndolas, y lo que es peor, tratar de llevarlas a la práctica. Lo han dejado solo frente al peligro, y el fracaso que viene, lo achacarán en exclusiva a Murillo. Pronto lo veremos con pijama. Es cuestión de tiempo.

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