Sobre los fracasos de la planificación central

Elías Amor Bravo, economista

No creo equivocarme al afirmar que todavía en Cuba, a estas alturas, hay quienes creen en la viabilidad de la planificación central de la economía, después de 61 años de fracasos continuos. La planificación central supone otorgar al estado un poder superior para dirigir, de acuerdo con sus criterios políticos, las decisiones de los agentes económicos, rompiendo así con la eficiencia del mercado como instrumento para la asignación de recursos. La ética de la planificación centralizada de la economía es inadmisible. Incluso, pensando que sus posibilidades de éxito aumentan porque en Cuba no existen derechos de propiedad privada.

Entre las dos posiciones extremas, planificación central y mercado, hay infinidad de puntos en los que se puede alcanzar un resultado favorable en términos de bienestar y calidad de vida.

Pero en Cuba todavía se piensa que la transformación integral del sistema de dirección del desarrollo se puede acometer con éxito por medio de la planificación central, como su elemento principal. Esta idea, arraigada en los principios revolucionarios de la ortodoxia comunista, rechaza utilizar otros instrumentos de la política económica, como la regulación, la gestión de políticas públicas, la gobernanza o el control económico, entre otros.

Quizás por ello, la planificación se situó como referencia en la denominada Conceptualización del modelo, aprobada durante el séptimo congreso comunista. Allí se aprobó que el sistema de dirección basado en la planificación debía establecer una relación de obligado cumplimiento, entre el Plan nacional de desarrollo económico y social, el Presupuesto del Estado y el equilibrio monetario y financiero, todo ello en correspondencia con las políticas Fiscal, Monetaria, Cambiaria, Crediticia, Salarial y de Precios.

La economía cubana, en tales condiciones, no depende de la acción libre y motivada de los agentes económicos privados y públicos, sino que dicha gestión se encuentra centralizada bajo control absoluto del estado que, por otra parte, es dueño de la mayoría de los recursos y factores de producción. En contra de la doctrina oficial, que considera que este escenario representa una fortaleza, tiene sentido pensar justo lo contrario, teniendo en cuenta cuáles han sido los resultados de la planificación a todos los niveles.

Si en la economía de mercado libre el ajuste entre las decisiones de los agentes se realiza en el mercado, a través de la oferta y demanda, en Cuba dicho proceso pasa por las manos de burócratas encerrados en un “ministerio” que toman decisiones basadas en una presunta superioridad sobre el resto de los ciudadanos y empresas. Mientras el mercado produce resultados eficientes, a pesar de sus fallos, el segundo es un escenario de fracasos, uno detrás de otro. Y lo malo es que las autoridades comunistas cubanas se aferran a la planificación, como si fuera lo único que puede ayudar a superar los graves obstáculos de la economía.

La planificación centralizada es origen de numerosos problemas porque limita, condiciona y en cierto modo ejerce una coerción sobre los comportamientos de los agentes económicos de consumo, inversión, ahorro, producción, etc. Decisiones que en cualquier economía del mundo se toman libremente por sus protagonistas, en Cuba vienen dirigidas “desde arriba” y no hay margen para su cuestión. Después, cuando se incumple lo planificado, nadie responde de sus fallos. Y vuelta a empezar.

Con los años, la experiencia comunista cubana en materia de planificación centralizada de la economía ha servido para constatar la imposibilidad real de que un estado o gobierno conduzcan de forma eficiente su economía. La enorme centralización de las decisiones en la economía cubana y la total ausencia de democracia en los procesos, determina que la población se encuentre ante problemas para poder ejercer su papel como consumidores, inversores, ahorradores o simplemente para dedicar horas al ocio. La planificación centralizada de la economía interviene en el espacio micro, en que los agentes maximizan su bienestar con las restricciones derivadas de sus ingresos, y por ello, la economía cubana se distorsiona de manera sistemática.

Por ejemplo, la planificación central explica por qué en Cuba se mantienen en funcionamiento empresas estatales en quiebra, que producen a precios muy elevados, y que por ello, necesitan subsidios del presupuesto estatal para adaptar los precios al bajo poder adquisitivo de la población. Se podrían citar numerosos ejemplos relativos a las inversiones, las operaciones de comercio exterior e incluso las decisiones sobre qué producir y cómo. Los responsables de la planificación central en Cuba nunca han negociado para lograr el consenso, sino que han impuesto sus decisiones, indicando unos objetivos que, en la mayoría de las veces, simplemente eran imposibles de cumplir.

Al reconocer en la planificación central el eje central de la economía, junto al papel clave que se otorga a las empresas estatales, el régimen comunista cubano retrocede 50 años hacia posiciones que en el mundo global y moderno digital y en transición a la cuarta revolución industrial, son inasumibles, y que acabarán provocando su propia desaparición. Las bases de este modelo de organización económica, cimentadas en numerosos fracasos y errores, son más débiles de lo que piensan las autoridades y en cualquier momento, el castillo de naipes se vendrá abajo completamente.

¿Podrá ser el ordenamiento monetario y cambiario el escenario propicio para la entrada en crisis del modelo? Desde luego que sí. Tal y como se está planificando, con un papel central del estado en el control del proceso de salarios y precios tras la devaluación, cualquier cosa puede ocurrir. Sin necesidad de “terapias de choque” o de evitar “dejar a nadie desamparado”, las tensiones que se producirán tras la devaluación y los efectos que sobre precios, salarios y consumo tendrán, hacen muy difícil anticipar un resultado, por mucho plan que se disponga.

Las empresas temen no poder repercutir sus costes más elevados sobre los precios, los consumidores temen no poder comprar los productos que quieren consumir por sus insuficientes salarios y pensiones, los productores de materias primas ignoran el impacto de la devaluación sobre su oferta, las opciones de exportar son desconocidas, la utilización de la capacidad productiva instalada sigue bajo mínimos. La incertidumbre y los riesgos por delante son tan elevados, que muchos se preguntan qué sentido tiene planificar a nivel central la economía, cuando no existe confianza alguna en las autoridades encargadas de su dirección.


 Artículo en Granma


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