El binomio ciencia e innovación: el gran desconocido de los comunistas cubanos
Elías Amor Bravo, economista
Díaz
Canel dice que quiere apostar por la ciencia e innovación. Desde que combina
sus funciones de presidente con las de escritor de artículos
académicos, parece haber descubierto que la I+D+i es un poderoso
instrumento para el desarrollo económico y social de un país. Y,
además, que las universidades pueden desempeñar un papel
fundamental en dicho proceso.
De
modo que se
ha puesto a trabajar en ello, prestando atención, por enésima vez,
“a las trabas que aún limitan el desarrollo de las fuerzas
productivas en la campiña cubana”. De esto va un artículo en
Granma titulado “Que la universidad se extienda al campo”, que
recoge precisamente la experiencia de la Universidad Central Marta
Abreu, de Las Villas (UCLV), relativo a la “articulación de
políticas encaminadas a vincular los diferentes organismos con las
investigaciones de los centros de educación superior en la rama
agrícola”.
Habría
que decir que las cosas no son tan fáciles, como parece a simple
vista. Para conseguir que un organismo científico universitario
despliegue sus investigaciones
en beneficio del avance económico y social de un sector productivo,
no basta con las
ocurrencias estentóreas de Fidel Castro para crear un Instituto de Biotecnología de las
Plantas (IBP).
Por
el contrario, para que este tipo de iniciativas cuajen y se
desarrollen hace falta que exista una estrecha relación con el
tejido productivo y que se ponga en valor la tarea realizada. Una
relación que no está tanto en el ámbito universitario y científico, sino que depende de la existencia de emprendedores innovadores,
personas dispuestas a arriesgar implementando los descubrimientos
científicos para obtener posiciones de ventaja competitiva y generar
valor.
El
artículo de Granma se refiere al Instituto, un centro
especializado de la universidad Marta Abreu en las técnicas de
reproducción por métodos biotecnológicos, “cuyo objetivo es
lograr semillas de alta calidad genética y sanitaria, además del
desarrollo de tecnologías y productos con alto valor agregado con
destino a la comercialización en Cuba y el extranjero”.
El
planteamiento del centro no parece desacertado. La investigación
científica cubana con relación al plátano y sus enfermedades, en
concreto, avanzó notablemente desde los tiempos del período
especial y los productores de las cooperativas que habían financiado
parcialmente el alto coste de los proyectos de investigación, se
quejaban que cuando ya estaba listo el producto, llegaba Fidel Castro
en una de sus visitas sorpresa, y anunciaba que el mismo se
destinaría a la cooperación internacional de Cuba.
Meses
más tarde, los productores seguían enfrentándose a las
enfermedades y plagas de sus cultivos, pero El Salvador colocaba a
precios competitivos su saneada cosecha de plátano en el mercado de
Nueva York gracias al “regalo” de Cuba. Así era el comandante.
Bueno
es que ya no esté entre nosotros, para que la cordura vuelva al
ámbito económico y social. El centro es un proyecto interesante,
por sus múltiples actividades y proyectos, y el enfoque a las
necesidades sociales parece acertado.
Contar con activos de esta índole es fundamental para la economía
cubana, sobre todo si se pone en relación con otras instituciones y
cooperan. Lo
que hace falta es que aparezca el emprendedor que quiera poner en
valor las investigaciones.
Un
ejemplo podría ser la
producción de Vitrofural, esterilizante químico esencial en la
desinfección de los medios de cultivo que emplean las biofábricas
en Cuba y el mundo. Este
producto
se
obtiene en
el Centro
de Bioactivos Químicos de la universidad y
se
exporta a seis países de América Latina, con Chile como principal
destino, y hay pedidos para llevarlo a Canadá y España.
Otro
ejemplo del Centro es el “cbq Agro g, un bioproducto capaz de
potenciar los nutrientes que ayudan al desarrollo de las plantas,
además de facilitar el incremento de los rendimientos en cultivos
como el arroz, los frijoles, el maíz y aquellos que son sembrados en
las casas de cultivo tapado.” En estos momentos los más de 24.000
litros mensuales que se producen son aplicados en cooperativas de
producción agropecuarias y diferentes empresas como la Valle del
Yabú, en Santa Clara, además de investigarse para utilizarlo
también en la caña de azúcar,
Si
se trata de productos útiles, rentables y que generan valor, ¿por
qué no se ponen en manos de emprendedores innovadores que ganen
dinero y puedan aumentar la escala técnica de producción?
Otro
tanto, a distinta escala, se podría decir de los “proyectos que
vinculan la Facultad de Ciencias Agropecuarias perteneciente a la
universidad con los porcicultores placeteños, a quienes han llevado
tecnologías para producir alimentos alternativos al pienso, para
poder criar los animales a base de yuca, boniato y plantas
proteicas”. La pregunta aquí es la misma, ¿no debería realizarse
estas tareas por emprendedores innovadores que llevaran la producción
a nivel nacional y a otros países en forma de exportaciones?
Viendo
estos ejemplos, no se entiende cómo es posible que Cuba, que cuenta
con estos avances, tenga una economía al borde del colapso, en la
que se sufren tantas adversidades.
Iniciativas
como las descritas de la I+D+i parece que conectan con las
necesidades de la agricultura que tienen su origen en los bajos
rendimientos agrícolas, el manejo de plagas y enfermedades, la
producción de pastos y forrajes, la erosión de los suelos y la
sustitución de importaciones. Entonces, ¿por qué Cuba no produce
alimentos suficientes para atender las demandas de la población? ¿Si
se cuenta con estas infraestructuras, por qué hay “colas” en La
Habana para comprar yuca o boniato? En definitiva, ¿por qué el
régimen no permite que estas innovaciones se generalicen y produzcan
los efectos positivos que se espera de las mismas para todo el sector
agropecuario?
La
respuesta es sencilla. Está muy bien relacionar la universidad con
el mundo de la producción, pero esa relación debe responder a un
objetivo concreto de significado económico, que se llama
rentabilidad, beneficios, riqueza. Las universidades y los centros
científicos están para investigar y hacer avanzar la ciencia, pero la generación de valor, la
innovación y la obtención de rendimientos y productividad es una
actividad de emprendedores privados, empresas privadas orientadas por
la lógica del beneficio y la rentabilidad. Elementos que, en la
constitución social comunista cubana, han sido proscritos, de modo
que recurrir a este tipo de tecnologías para producir más y mejor,
no tiene sentido si después llega un dirigente comunista local y
ordena paralizar la operación, y lo que es peor, calificarla como
ilegalidades.
Para
avanzar en la producción de alimentos teniendo como base el
conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación, Díaz
Canel debe reconocer y asumir que el modelo que existe en Cuba está
obsoleto, no funciona, y hay que darlo por concluido. Celebramos
tener este tipo de centros en Cuba, y lo que toca es potenciarlos
para que se consoliden y puedan dar más servicio al sistema
productivo, pero ya se acabó lo de las gratuidades y la cooperación.
Hay que apostar por el mercado y el beneficio. Lo mismo que con los
médicos. La economía cubana lo agradecerá.
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