¿Qué hacemos con el arroz?
Elías Amor Bravo, economista
En
Granma publican un artículo titulado “Retos y
realidades de la producción arrocera en Cuba” que vuelve a
plantear, por enésima vez, las dificultades de la agricultura cubana
para atender las necesidades de consumo de la población que tiene en
el arroz un elemento fundamental de la dieta.
Sin
embargo, y pese a que existe una demanda real de este producto, la
oferta no consigue atenderla, y los cubanos se las ven y desean para
poder llevar el arroz a la mesa diaria. Desde una perspectiva
estricta de mercado no tendría por qué producirse esa escasez, ya
que las empresas que se orientan por las necesidades de los
consumidores tienden a producir en condiciones de cantidad y calidad
suficiente para atender la demanda.
Esto
es precisamente lo que provocaron las reformas conocidas como Doi Moi en Vietnam,
que de ser un país comunista con hambrunas periódicas en la
población y escasez de arroz, se ha convertido en el curso de una década en una
potencia exportadora de este cereal a los mercados mundiales.
En
Cuba, las autoridades gubernamentales, en vez de mirar al futuro y plantear
estrategias viables para resolver el problema de la insuficiente
producción de arroz, vuelven la vista al pasado y consideran
“oportuno” regresar a los indicadores del Programa de Desarrollo
Integral del Arroz, un plan que fue aprobado, nada más y nada menos, que en
septiembre de 2011.
No ha llovido desde entonces, y no ha cambiado el
mundo, y por supuesto, Cuba, en estos casi diez años. Pues bien, las autoridades del régimen se basan en este plan obsoleto “para reducir las cuantiosas
importaciones de arroz y, así, contribuir a la soberanía
alimentaria por la que tanto aboga la nación”.
Otra
cosa es que lo logren. Desde luego, por esta vía, lo dudo. Y los
datos que ofrecen en Granma lo confirman. Este año, y "desde los
últimos meses de 2019, el programa se ha visto ampliamente
disminuido, tanto que aportará, apenas, la insuficiente cifra de
162.000 toneladas para el consumo". No llega para todos. Y como
escasean las divisas para comprar arroz al contado a los granjeros de
Estados Unidos, pues ya se verá como se sale del agujero.
Porque
siempre, por supuesto, la culpa de todo la tiene el embargo/bloqueo
de Estados Unidos. Y a pesar de que Cuba necesita 700.000 toneladas
de arroz para cubrir la “canasta básica normada” y el consumo
social, la producción nacional se quedará en 162.000 toneladas. Esta
es la cruda realidad y no hay otra. Los datos, contantes y sonantes.
Y
luego vienen las cuentas del “chocolate del loro”.
Las autoridades
dicen que van a acometer “la reproyección del programa hasta 2030,
para que el país aporte unas 600.000 toneladas destinadas al consumo
interno, que representarían el 86% de la demanda de arroz
anualmente”. ¿Lo conseguirán? Tengo mis dudas. Pasar de 162 mil a
600 mil toneladas no es fácil. Hay que multiplicar por tres la cifra.
Mucho tienen que cambiar las cosas,
¿no creen? En Vietnam lo lograron con el Doi Moi. Habría que ver si
en Cuba los dirigentes comunistas asumen esa misma política económica que
devolvió el poder de decisión y los derechos de propiedad de la
tierra a los agricultores privados.
Más
sobre las cuentas. Las autoridades sostienen que “de acuerdo con la
proyección 2019-2030 se deben producir en el país 5.769.800
toneladas, que al precio de compra en el mercado mundial, aprobado en
el Programa de Desarrollo Integral del Arroz (520 dólares la
tonelada), representa 3.000.296.000 dólares en sustitución de
importaciones".
Suponer
un precio estable para el arroz durante 11 años, de 520 dólares la tonelada, es mucho suponer. Las “commodities” cambian los precios de forma
intensa de un año a otro, dependiendo de muchos factores, no sólo
económicos. Tal vez ese cálculo del Programa Integral se debería formular con supuestos más ajustados a la realidad. Y la sorpresa
podría venir de que el ahorro en sustitución de importaciones no
sería tan grande como se piensa.
Pero
hay más datos para analizar en el Programa de marras. Las
autoridades igualmente han estimado que “el costo real de
producción de arroz en el país es de 1.840.566.200 dólares (a precio medio
de 319 dólares por tonelada), lo que supone un efecto positivo
(ahorro) de 1.159.729.800 dólares. Como promedio anual se dejaría
de gastar más de 105.400.000 usd. En el costo se incluye la
amortización y la sostenibilidad”.
Me
temo, una vez más, que los cálculos son voluntaristas, en exceso.
Que Cuba produzca el arroz un 40% más barato que a nivel mundial es
un dato tan sorprendente y formidable desde el punto de vista económico, que
simplemente, y sin ir más lejos, obliga a los responsables de
política económica a hacer todo lo posible por producir más arroz,
y no solo para llegar a alimentar a todos los cubanos que es su primera responsabilidad, sino para
vender, de forma competitiva, los excedentes en los mercados
mundiales. Sería lo mismo que hace actualmente Vietnam, por lo que
obtiene importantes ingresos en su balanza comercial.
Si
el precio de la tonelada de arroz producido en Cuba es tan
bajo (319 dólares frente a 520 dólares) como sostienen las autoridades, hay que preguntarse una
vez más por qué no se produce más de aquello en lo que se es más
competitivo, y se acaba recurriendo a importaciones de urgencia para
salvar crisis alimentarias. Tierras ociosas hay de sobra en manos del
estado comunista, que no sabe qué hacer con ellas. Hay tecnología,
tradición, cualificación porque en Cuba siempre ha habido arroz. El
resto de insumos y medios de producción se pueden conseguir si hay
voluntad para ello. Incluso, hasta podría haber inversión extranjera si las cosas se hacen bien.
Lo
único que hay que hacer es dejar libertad a los productores
arroceros de la Isla para
que orienten sus decisiones en función del mercado,
y
respetar un marco jurídico estable para el ejercicio de los derechos
de propiedad de la tierra. Solo así se podrá superar el lastre de
ineficacia y baja productividad del estado social comunista.
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