La migración cubana y el conflicto que nunca acaba
Elías Amor Bravo economista
Cuando se trata de encender conflictos con Estados Unidos, los comunistas cubanos se muestran como expertos de alto nivel. Si la maldad que derrochan en estos contenciosos la aplicaran con la misma energía al trabajo, la motivación y el esfuerzo, probablemente la economía cubana sería muy distinta. Y en vez de conversar, dialogar y tratar de encontrar posiciones comunes, el régimen de La Habana hace justo lo contrario con el vecino del norte en cuanto tiene la menor oportunidad.
A diferencia de lo que
ocurre con Rusia o China, e incluso Venezuela, donde la supuesta soberanía cubana
queda en segundo plano (como se ha visto recientemente con el embajador ruso),
cada vez que sale algún asunto de la agenda entre Estados Unidos y Cuba, el régimen
comunista se pone de frente y no deja pasar ni una.
Esto viene a propósito
de una reciente intervención del director de asuntos consulares y de cubanos residentes
en el exterior del ministerio de relaciones exteriores de Cuba, Ernesto Soberón,
quien en el programa Mesa redonda se dedicó a descalificar la política
migratoria de Estados Unidos, considerando la misma como “un instrumento de la
hostilidad hacia nuestro país desde el mismo triunfo de la revolución en 1959”.
Solo tuvo razón el
dirigente castrista al señalar que “los trágicos episodios de cubanos que han
perdido la vida o, experimentado momentos traumáticos intentando llegar de
forma ilegal a Estados Unidos, evidencian los peligros de la emigración
irregular, ilegal y desordenada”. Por supuesto que sí. Antes de 1959 ni un solo
cubano arriesgaba su vida en una balsa a la deriva, o en el tren de aterrizaje
de un avión, para asentarse en el norte. En realidad, no eran muchos los que
emprendían esa huida a un mundo libre y, en cambio, Cuba recibía a medio millón
de españoles, italianos, a ciudadanos de distintos países preparados para hacer
factible el sueño cubano. Nada que ver con lo ocurrido después.
Del resto de lo hablado
en la Mesa redonda, se puede prescindir, o como en esta entrada del blog,
dedicar un análisis para desmentir las aberraciones expresadas en la misma.
Para empezar, la política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba ha sido
generosa, humanitaria, correcta, bien implementada y de altos beneficios para
las víctimas. Esto es incuestionable. Los cubanos empezaron a llegar, de forma
masiva, al vecino del norte a mediados de 1959 y desde entonces, ese flujo de
huida no se ha detenido.
Culpar a la política
migratoria de Estados Unidos de este proceso, raya en el absurdo, pero, por
desgracia, los comunistas cubanos no tienen otra manera de justificar una
diáspora de casi un 20% de la población, una de las más numerosas del mundo. Tampoco
es cierto que la política migratoria de Estados Unidos haya tenido como objetivo
“desacreditar y desestabilizar a la Isla”, eso mismo lo consiguen a diario los
dirigentes comunistas sin que nadie les ayude. Y ha habido etapas muy significativas
a lo largo de los últimos años para contrastar que esto es así.
Soberón miente cuando culpa
a las normas de Estados Unidos de las salidas ilegales, entre ellas las políticas
de Pies Secos y Mojados y el Programa Parole para los trabajadores de la Salud;
ambas derogadas, o la aún vigente, Ley de Ajuste Cubano de 1966. No es cierto.
Las salidas ilegales se producen en Cuba porque hasta fechas muy recientes, la
guardia de fronteras impedía salir en condiciones normales a sus ciudadanos
(¿hay que recordar el remolcador 13 de marzo?). Los que estaban “presos” en la
Isla y querían emprender una nueva vida con los suyos en el norte, debían
escapar con el recurso a autobuses lanzados contra embajadas, como la crisis de
la embajada del Perú y el Mariel o Guantánamo tras el “maleconazo”.
La policía castrista se
empleaba a fondo, salvo que Fidel Castro diera la orden en persona. Cada 15
años, más o menos, se producía una explosión dentro del país que obligaba a
huir al extranjero. Las causas son internas, y tienen que ver con las difíciles
condiciones de vida que el régimen comunista impone a los cubanos. No es
extraño que Soberón, al igual que el gobierno al que pertenece, detecte un
escenario de protesta social inminente y por ello, ha salido en Mesa redonda para
avisar. Cualquier cosa puede ocurrir, el horno está bien caliente.
Por otra parte, si
Estados Unidos ha concedido privilegios a los migrantes cubanos, tendrá sus razones
para ello, todas respetables. España no los concede, y sin embargo cada año
miles de cubanos se asientan en este país, por cierto, no vienen en lancha,
pero se quedan en el aeropuerto Adolfo Suárez, con una visa a Moscú. Y nadie en
España ni en Estados Unidos lanza campañas mediáticas contra el régimen. Por el
contrario, los empresarios españoles siguen invirtiendo, viajando y haciendo
negocios en la Isla, y nadie dice nada.
Soberón mintió cuando
justificó la migración ilegal por culpa de los obstáculos crecientes para
establecer un flujo de viajeros regular, ordenado y seguro entre ambos países.
Ese flujo nunca se ha conseguido porque al régimen cubano no le interesa. Y
acciones como el cierre de los servicios consulares en La Habana; la
obligatoriedad de viajar a terceros países para solicitar visas hacia Estados
Unidos; la eliminación de visas de entradas múltiples para ciudadanos cubanos;
la suspensión, en su momento, de los vuelos a las provincias y, sobre todo, el
incumplimiento de otorgar un mínimo de 20.000 visas anuales, responden a la
legítima defensa de un país que conviene recordar, no hace mucho tiempo, sufrió
en su misma delegación diplomática en La Habana unos ataques sónicos que, por
cierto, siguen sin tener explicación.
El escenario actual se
ha visto complicado por la pandemia, las consecuencias de la Tarea Ordenamiento
y la grave crisis económica y social, lo que, unido a una menor llegada de
divisas o de los suministros de petróleo venezolano, está haciendo que la situación
en el país esté cada vez peor. De ahí, responsabilizar a Estados Unidos de
todos los males, solo puede ser el fruto de mentes irresponsables.
Al régimen le interesa
hablar de migración regular, ordenada y segura de los cubanos hacia el exterior,
pero ¿Cuándo ha tenido lugar algo así en Cuba? Las 33 medidas que declaran
haberse aplicado para lograr un flujo ordenado y controlado con Estados Unidos,
¿Qué sentido tienen? ¿a qué intereses obedecen? ¿están abiertas a todos los
cubanos por igual? En definitiva, ¿Quién sale del país y quién no? En el
momento que hay gente que huye de forma “ilegal” es porque algo no funciona. A
un lado, y también al otro.
Desde 2013, cuando Raúl
Castro adoptó la decisión de liberalizar los viajes al exterior, una de las
prohibiciones más cuestionadas por los cubanos en aquellos debates populares
que se extendieron por todo el país, han viajado al exterior, según cifras oficiales,
1,2 millones de cubanos residentes y, también ingresaron al país 749.000 cubanos
residentes en el exterior a los que se añade unos 28 millones de visitantes.
En realidad, este movimiento
ha servido a muchos cubanos, para obtener beneficios que revierten sobre la
economía cubana. Como, por ejemplo, instalarse temporalmente en el norte,
obtener unos ingresos prestando determinados servicios y regresar a la Isla con
lo ganado. Otros muchos, con pasaporte español, han logrado dedicarse al
negocio floreciente de las “mulas” que fue interceptado por el régimen con las
tiendas en MLC. Hay muchas más ventajas que inconvenientes para todos.
Hay que volver a decir a
Soberón que no mienta. Que las salidas ilegales desde Cuba, que han ido en
aumento durante el último año, no tienen nada que ver con las políticas migratorias
de Estados Unidos, sino con la grave situación económica en la Isla y la ausencia
de perspectivas de futuro, sobre todo para los más jóvenes. A 90 millas, muchos
tienen familiares, gente dispuesta a acogerlos y darles ayuda, como viene
ocurriendo desde hace 63 años. Contra eso, el régimen no tiene nada que decir.
Es la realidad, y por suerte, los cubanos que vieron a Soberón en Mesa redonda
lo saben.
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