Protestas sociales, embargo y régimen comunista cubano
Elías Amor Bravo economista
Es más fácil culpar al embargo o bloqueo de todos los males
de la economía cubana. Y, además, creérselo. Pero esto no es más que una
actitud irresponsable, que ha llegado a su fin. Los cubanos que salieron a
protestar el pasado 11 de julio, y que volverán a hacerlo en cualquier otro
momento, saben que los problemas de la economía se deben a la pésima gestión de
sus gobernantes. Se han acabado las justificaciones, y echar la culpa a otros.
La propaganda del régimen con sus medios, en ocasiones asfixiante, no llega a
los cubanos, dispuestos a exigir responsabilidades en cuanto llegue el momento
oportuno. La gente apaga el televisor cuando aparece la Mesa redonda. Un programa
carente de credibilidad.
La exigencia de responsabilidades a los gobernantes empieza
a tomar cuerpo. Responsabilidades por haber creado un sistema económico que
frena las potencialidades productivas existentes, que solo busca apropiarse de
la última divisa que entra en el país para dedicarla a los objetivos de ese
sistema. Responsabilidades por haber frustrado durante 63 años las aspiraciones
de varias generaciones de cubanos para tener sus propios patrimonios privados, ser
dueños de los medios de producción y utilizarlos con criterios de rentabilidad.
Responsabilidades por instalar un mecanismo de distribución basado en el
racionamiento y la escasez, eliminando la acción eficiente del mercado en la
conducción de la economía. La nómina de responsabilidades es tan extensa que
nos podría ocupar buena parte de este espacio del blog y todas ellas se podrían
resumir en una sola: el modelo social
comunista no funciona.
Ni ha funcionado, ni cabe esperar que lo haga en el futuro.
Sus días han llegado a su fin, y la sociedad cubana quiere el cambio. Y esto se
puede hacer de dos formas, o bien por medio de una ruptura que ponga fin a una
etapa que se puede calificar como perdida de forma definitiva; o por medio de
una negociación y/o diálogo del gobierno con la sociedad para promover una
transición ordenada. Por supuesto que caben numerosas posiciones intermedias entre
estas dos, y que no hay nada escrito sobre el futuro de Cuba, pero no cabe duda
de que el pueblo habló bien claro el 11 de julio, y el régimen ha debido tomar
nota.
Lo que está claro es que lo que viene es un cambio, y además
profundo. Ni siquiera en el régimen ganan espacio las posiciones inmovilistas,
ya que muchos dirigentes han tomado conciencia de que las cosas están realmente
muy mal, de modo que no hay espacio para cambios superficiales o parches estéticos,
sino que se debe ir a cambios más profundos y veloces, con expectativas
positivas para el futuro. Hay muchos dirigentes que saben que esa quimera de un
“socialismo próspero y sostenible” nunca se logrará porque el modelo, en
esencia, lo impide.
Pese a esta percepción de la realidad, los comunistas
cubanos siguen frenando cualquier cambio estructural que modifique los aspectos
de fondo que impiden a la economía mejorar. En la actual coyuntura se apoyan en
los efectos de la pandemia y la pérdida de ingresos por turismo, entre otros, pero
en realidad huyen de asumir responsabilidades, y ese comportamiento no es el
más adecuado. Los cubanos cada vez se creen menos el cuento de las sanciones
contra Cuba y que la injerencia de los Estados Unidos complica el proceso de
adentro, y lo contemplan como una excusa permanente, dirigida a evitar cambios
necesarios que, además, son urgentes.
Quizás por ello, las recientes sanciones contra miembros del
régimen no han provocado una reacción similar a épocas anteriores, en buena
medida porque muchos cubanos saben que estas medidas tienen un recorrido limitado
y aparecen más como reprimendas simbólicas que otra cosa. Las autoridades miran
de reojo al vecino del norte. porque lo que realmente les preocupa es que se
produzca un recorte final de las remesas. Mucho más que se denuncie a los
miembros de la seguridad conocidos como boinas negras o a un alto militar como
ha ocurrido. Lo grave de la situación es que mientras esto ocurría, en la isla
se celebraban sin garantías procesales, centenares de juicios sumarísimos
contra los participantes en las protestas sociales, enviándolos a prisión.
Ya llegó el momento de llamar a las cosas por su nombre. Ni
Cuba está bloqueada ni embargada por miles de barcos que rodean la Isla. Esa
imagen es absurda y realmente solo existió durante unos días cuando los
soviéticos pretendían convertir la Isla en base para lanzar sus misiles
nucleares a ciudades de Estados Unidos. El bloqueo no existe y Cuba comercia, recibe
inversiones, turistas y capitales de 192 países del mundo, con absoluta
libertad. Mientras que existan analistas y observadores que se entretengan en codificar
algo que no existe, mal asunto.
El debate tiene que ir a los problemas y las soluciones que están dentro de Cuba y se tienen que resolver entre cubanos. Pensar en Obama, Trump o en Biden, creyendo que les preocupa perder votos y que, por tanto, actúan de una forma u otra por esa presión electoral, es un error de concepto. Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba están bien descritas por un consenso partidista que tiene mucho que ver con la incapacidad de las autoridades cubanas para resolver un contencioso que, además, fue provocado por Cuba en su origen, y no por Estados Unidos. El régimen de La Habana tiene la llave para resolver este diferendo entre los dos países. El pueblo cubano en sus protestas pacíficas del día 11 de julio se lo ha dicho de forma muy clara.
Otra
cosa es que lo quieran hacer, o que les interese hacerlo. Instalarse en un debate
sobre facilidades, por parte de Estados Unidos, para suavizar estas medidas, es
perder el tiempo. El hambre y el deseo de democracia en Cuba cada vez tienen
menos que ver con el presunto embargo/bloqueo, por mucho que se pretenda hacer
creer que es así. La solución para acabar con todo está en manos del régimen.
Ya tarda en ponerse a trabajar.
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