Ya no queda tiempo. Hay que actuar

Elías Amor Bravo economista

Nadie debe llamarse a engaño. El turista, español o italiano, que viaja a Cuba por placer y vacaciones tiene el mismo interés por la situación política que se vive en la Isla que aquellas suecas legendarias que llegaron a la España de los 60 en busca de sol y playa, y del “macho ibérico”.

Aquellas escandinavas no sabían quién era Franco, les importaba un bledo que en las ciudades se detuviera por la policía secreta a los luchadores por la democracia y la libertad, o que en las iglesias se refugiasen los sindicalistas para alegar suelo santo y no ser reprimidos por los agentes de seguridad.

Ellas iban a pasar una semana o dos a Benidorm, la Costa Brava, Marbella o Mallorca, en suma, más o menos lo mismo que ocurre con italianos y españoles en Cuba, que eligen Varadero, María La Gorda u Holguín para disfrutar del paraíso. 

Desde el “período especial” las tendencias del turismo a la Isla se han ido adaptando a los tiempos, pero rara vez un turista accede a los opositores o disidentes, e incluso en muchos casos, los rechazan. Aquí tampoco encontramos diferencias con las “suecas”.

Recuerdo no hace mucho tiempo que unos amigos españoles de visita en la Isla me dijeron que al ver a las Damas de Blanco marchando con sus gladiolos cerca de la iglesia de Santa Rita, el guía turístico les informó que eran unas locas, o sea, unas enajenadas mentales y simplemente recomendaba no hacerles caso, y mucho menos, acercarse a ellas. Al volver a España y explicarles quiénes eran aquellas valientes mujeres, no lo podían creer.

Con los inversores extranjeros ocurre otro tanto. Los españoles, canadienses, italianos u holandeses van a Cuba a hacer negocios, movilizan cantidades de dinero muy importantes, y sus interlocutores son los dirigentes del partido implicados en los puestos burocráticos de la Administración. Un círculo vicioso que los atrapa, y no les deja salir en cuanto llega la ocasión. Incluso, los que tratan de aprovechar las ventajas del Mariel se encuentran que no pueden contratar libremente a los trabajadores más cualificados, sino que deben recurrir a una entidad del estado que, a discreción, les suministra los empleados que precisan. Y van.

En España, los fabricantes de bienes de equipo e intermedios instalados durante la dictadura franquista continuaron ampliando su escala de producción durante la etapa democrática y fueron pocos, por no decir ninguno, los negocios que se marcharon del país obligados por el cambio político y una supuesta exigencia de responsabilidades.

Cabría pensar que turismo e inversión extranjera abren para Cuba una secuencia de crecimiento y desarrollo similar a la que vivió España durante décadas para alcanzar las cotas de prosperidad actuales. No conviene pensar que es lo mismo. Porque no lo es.

Hay diferencias muy importantes que explican por qué aquellos pequeños hoteles de costa en playas paradisíacas del Mediterráneo se pudieron transformar en cadenas hoteleras internacionales con miles de plazas bien gestionadas y rentables desde el punto de vista económico.  O, porque los pequeños chiringuitos evolucionaron y acabaron obteniendo varias estrellas Michelin. De igual modo los fabricantes de coches y camiones y las empresas extranjeras establecidas en los años 60 y 70 no abandonaron el país en democracia, sino todo lo contrario y alcanzaron importantes niveles de desarrollo.

En Cuba nadie debe esperar estos procesos. ¿Culpa? Desde luego, no hay que pensar en el bloqueo o embargo, que es siempre el argumento socorrido de los comunistas. La responsabilidad está mucho más cerca de lo que se cree y tiene que ver con el modelo económico y social que rige el país, basado en la ideología marxista leninista que convierte al ser humano en un esclavo del poder político estatal. Un sistema que ha mostrado ser un fracaso, y por ello ha ido desapareciendo en todos los países del mundo donde fue implantado por la fuerza, dejando aparecer potencias económicas que han mejorado la calidad de vida y prosperidad de sus habitantes.

Los cubanos ven que los años pasan, y que la obsesión ideológica comunista, impide que las cosas vayan a mejor. El turismo, que se planteó hace años el objetivo de 5 millones de viajeros, lucha por sobrevivir a la pandemia del COVID-19 sin aproximarse a las cifras citadas en ningún año. Las inversiones extranjeras se estancan y lo que es peor, decrecen, no solo por la crisis económica mundial, sino porque el régimen no ofrece alternativas de interés, ni permite a los empresarios internacionales hacer negocios libremente con los trabajadores por cuenta propia.

Si la economía prosperó en España y no lo hace en Cuba, a pesar de apostar por motores similares, habrá que preguntarse el por qué. Y no hace falta ir muy lejos para descubrir que esa constitución de 2019 mantiene un modelo marxista leninista en que la propiedad de los medios de producción esta en manos del estado y el mercado como instrumento de asignación se encuentra sometido a la intervención del gobierno.

Y que ese modelo es, precisamente, lo que impide a la economía cubana soltar lastre y mejorar las condiciones de vida de la gente. Este modelo es un atraso, un elemento anacrónico que nadie quiere mantener, como han hecho chinos o vietnamitas, y que Cuba, sus autoridades, no tendrán más remedio que hacer lo mismo, y, además, de forma drástica y sin tantos rodeos.

Las protestas sociales en toda Cuba han indicado con total claridad cuál es el camino que deben seguir las autoridades comunistas: negociar y desaparecer. Nadie quiere comunismo, nadie quiere que siga lo mismo que hay ahora. Los cubanos quieren cambio, y están dispuestos a luchar por ello. El camino está claro. Hay que ponerse a trabajar cuanto antes. Un minuto que se pierda en este proceso, puede ser terrible.

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