En el 61 aniversario de los CDR, ¿el momento del adiós?
Elías Amor Bravo economista
Los CDRs llegan a los 61 años y arrastran los mismos problemas que cualquier organización que alcanza esa edad. Un artículo en Granma da cuenta de ello. Los CDR necesitan a los jóvenes, y, sobre todo, actualizarse, ponerse al día. El viejo paradigma se quedó hueco, vacío, y no está a la altura de estos tiempos. ¿Lo lograrán?
El cambio demográfico que sufre Cuba golpea en la línea de flotación a los CDR. Es lógico. Los primeros dirigentes de las cuadras que se incorporaron al llamado inicial de Fidel Castro ya no están. Sus hijos probablemente sean muy mayores. Y aquí viene la cuestión, nietos o bisnietos, que son de mi edad, están para otras cosas. Los más jóvenes se desentienden de organizaciones que carecen de futuro, y que no ofrecen una actividad relevante. Es ley de vida.
Además, los jóvenes no están en el ámbito de proteger una revolución, que también se ha quedado vieja, sino en el deseo de cambiar. El 11 de julio gritaban en las calles ¡Libertad! y ¡No al comunismo! Alguien debería tomar nota de estas proclamas, porque van a volver, incluso con más fuerza. Los jóvenes cubanos han dado el salto y no quieren verse atrapados en la telaraña de sus padres o abuelos, en la que el premio era una “jabita”. Por el contrario, sueñan con espacios abiertos de libertad y progreso, construidos sobre bases distintas.
Los jóvenes se comparan con los cederistas y no encuentran puntos en común. Son generaciones diferentes en las que la presión demagógica de la llamada revolución se ha ido reduciendo cada vez más, gracias a las redes sociales, internet, la información y la comunicación. Los jóvenes cubanos han descubierto la "gran mentira" mucho mejor que sus abuelos o padres. Se acabó aquella historia de cerrar un país a las influencias externas. El comunismo cubano lucha por conservar un espacio para la propaganda, pero se queda, poco a poco sin nada que decir, lo mismo que otros regímenes autoritarios a lo largo de la historia.
Ya no es un orgullo, nunca lo fue, pertenecen a un CDR. Tampoco supone ventaja alguna, tal y como está la actividad política en la Isla. Pertenecer a un CDR es alejarse de la comunidad, verse obligado a cumplir determinadas obligaciones, casi siempre problemáticas, y tomarse la vida con un esquema de obediencia ideológica que no lleva a ningún sitio. ¿Quién con 25 años de edad puede querer eso?
De ahí que los dirigentes de la organización se estén rompiendo el coco para ver cómo atraen a los jóvenes a los CDR porque conforme se jubilan los viejos vigilantes, muchos de estos depósitos de delación de información, se van cerrando para siempre, y desaparecen como si nunca hubieran existido. Lo cual acaba siendo mucho mejor, porque son miles de cubanos los que se han visto perjudicados, de un modo u otro, por alguna actividad “defensora de la revolución” de algún CDR.
Verlos desaparecer, como cualquier edificio del centro de las ciudades que se derrumba por la inclemencia, puede acabar siendo el mejor final. Los jóvenes no quieren ser sucesores de una herencia envenenada y que, probablemente, en un país democrático y libre, debería responder ante la justicia por sus fechorías. ¿Quién puede querer eso?
No deja de ser curioso que Granma diga que “los CDR ofrecen una trinchera perfecta para aquellos que quieren transformar su comunidad y su entorno, y trabajar en función de resolver los problemas del barrio”, palabras huecas que se lleva el viento. Los jóvenes cubanos, bien cualificados y con una clara voluntad solidaria, saben que ayudar a los demás no tiene que ver con actuar como CDR de la cuadra. Por suerte, esto también se acabó. La pirámide de población ha enterrado a los CDR.
Pero si problemático es la no renovación poblacional por la base, mayor complejidad tiene no saber qué hacer con los CDR y sobre todo, a qué dedicar su actividad en 2021. La estrategia.
Al margen de que este esfuerzo está pendiente y que parece que los directivos de la organización no le están prestando la debida atención, pensar que los CDR deben seguir “defendiendo la revolución” es obligarlos a estar en contra de la amplia mayoría de la sociedad que ya trasladó sus primeros mensajes muy claros, sobre la urgencia de los cambios.
Los hechos. Poner a los CDR a cuidar el medio ambiente y los animales, como declaró a Granma Hernández Nordelo, el máximo dirigente de la organización es por calificarlo de algún modo, sorprendente. El anuncio vago e indefinido de que la organización trabajará para incorporar nuevas tareas, entre ellas la de incitar a la población a velar por su preservación desde las comunidades, es cuanto menos, críptico y de compleja comprensión. ¿Qué es lo que se quieren preservar con los CDR, tal vez los edificios, o las calles por las que no se puede circular?
Sería lamentable que los CDR acabasen persiguiendo perros callejeros o evitando la tala de árboles. Desde luego hay cosas que mejor es callar, para no acabar siendo hilarantes. Gran esfuerzo social para quienes tuvieron un protagonismo clave en los orígenes del proceso revolucionario, cuando acababan con la vida y patrimonio de cualquier ciudadano a partir de elaborar un informe, muchas veces falso y basado en rumores, sobre presuntas actividades delictivas. En la película “La vida de los otros” el espía de la seguridad del estado de Alemania del este acaba de repartidor de publicidad por las casas cuando el comunismo desaparece para siempre. Podría ser un buen final para el día después que, por suerte, ya viene llegando.
Hernández Nordelo, que disfruta de esta canonjía al frente de los CDR por su actividad de espionaje reconocida por el régimen comunista (podría haber conseguido una dirección general en alguna empresa mixta del estado con mucha mejor retribución y privilegios) dijo que “tenemos que preguntarnos qué CDR necesita Cuba, la revolución y los cederistas cubanos, y seguir trabajando en esa dirección”.
Pues bien, que se lo pregunte, y que lo haga cuanto antes, porque como ya se ha señalado en cuestión de años, no muchos, las personas que va a tener a su disposición será un ejército de abuelitos dispuestos a echar la partida de dominó, vigilar el puerquito del patio o sacar alguna calabaza en una esquina del parque. Y poco más.
Conclusión. Los CDR ya cumplieron su papel y deben pasar a mejor vida. Han consumido toda la energía que les entregó Fidel Castro y atravesaron la fase de desprecio y decadencia que les obsequió Raúl Castro. No tienen ni renovación, ni misión, y cualquier organización que padece esos males tiene que decir adiós. Por el bien de la sociedad, por el bien de la historia. Le vendría muy bien a los CDR desaparecer de este modo, sin hacer ruido, cerrando vergonzosos y dolorosos expedientes que nunca se debieron abrir. Nadie, absolutamente nadie, echará de menos a los CDR en Cuba, ni ahora y, por supuesto, mucho menos, después. Es el momento de decir adiós y olvidar una experiencia que ha dejado tras de sí mucho más daño que beneficio social.
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