La economía cubana ante la crisis de materias primas a nivel mundial

Elías Amor Bravo economista

La recuperación que está experimentando la economía mundial tras la pandemia de 2020 tiene un efecto que se deja sentir en todos los países, que es la inflación de demanda. Este es, sin duda alguna, el riesgo más importante de todos los que afectan la posible recuperación de las economías y se pone de manifiesto, sobre todo, en un aumento de los costes en la industria manufacturera provocado por la escasez de materias primas y de bienes de equipo. Los analistas han denominado a este proceso reciente "la crisis de materias primas a nivel global".

En La Habana, mientras tanto, los dirigentes de la economía parecen no prestar atención a estas tendencias globales, convencidos de que la Isla, pese a tener un alto índice de apertura al comercio mundial, puede salvar estas situaciones echando mano a los instrumentos de planificación e intervención de la economía. Se equivocan. La crisis les afectará igual, o más que al resto de países, y lo que es peor, el modelo económico y social comunista carece de medios eficaces para luchar contra un desajuste oferta y demanda a nivel mundial como el que se cierne en este momento. Hay que prepararse para lo que viene. Quien avisa, no es traidor.

Los economistas coinciden que el origen de la inflación mundial de materias primas está identificado: el aumento de la actividad económica tras la pandemia y el intenso repunte del consumo, junto a las tensiones del transporte marítimo, están en el origen de un problema general de desabastecimiento, que sea trasladado sobre los precios de las materias primas y los insumos básicos, y de ahí a los bienes y servicios de consumo.

De modo que, lo que se podría considerar como algo positivo, la recuperación de las economías tras la pandemia, ha venido acompañado del principal enemigo de esos procesos de crecimiento: la inflación. Esta ya ha golpeado intensamente a sectores en los que se habían alcanzado escalas óptimas de producción a nivel mundial y que ahora afrontan una demanda muy superior a la oferta, como los semiconductores, los químicos, plásticos, la madera o los metales industriales.

La consecuencia directa del fuerte crecimiento de la actividad económica, que nunca debió ser considerado una amenaza para la economía mundial, ha sido la aparición de numerosos “cuellos de botella” en las actividades de la industria y que no están afectando por igual a las distintas economías, con especial incidencia de momento en los países avanzados, pero extendiéndose rápido a los emergentes. Los indicadores que se conocen sobre el porcentaje de empresas afectadas por países oscilan desde máximos en Alemania donde se alcanza al 70%, mientras que en España se sitúa en un 22% reflejando la distinta exposición de los países a la organización del comercio mundial que está detrás de estos procesos.

La idea de que este desajuste entre demanda y oferta de materias primas y bienes de equipo presenta un carácter coyuntural, y que se irá corrigiendo conforme los productores vuelvan de nuevo a atender sus compromisos, ha sido planteada por algunos bancos centrales y analistas de inversiones, pero cabe señalar también que las consecuencias del desajuste oferta y demanda pueden persistir en el tiempo. Y si los "cuellos de botella" en las fábricas, que ya se han traducido en incrementos notables de precios de producción en algunos sectores, se consolidan y afectan a otras ramas de actividad de servicios, como el transporte, el comercio al por mayor o algunos servicios profesionales, la situación puede ir a peor.

También se ha querido interpretar que los efectos negativos derivados de las políticas arancelarias y de los cupos de importación ejercen una influencia sobre los desajustes oferta y demanda citados, de modo que ya han empezado a plantear opciones de un nuevo diseño para tratar de adaptar mejor la producción y el tráfico de bienes a las necesidades reales de las economías, pese a la confianza que existe en que buena parte de estas disfunciones se resolverán de manera espontánea por medio de la acción de los mercados.

En todo caso, el riesgo inflacionista sigue ahí en la medida que se puedan alimentar expectativas crecientes de inflación en economías abiertas al exterior muy dependientes de las importaciones, como Cuba. Además, aparece otro problema en la Isla asociado a la falta de divisas y la dificultad de acceder al crédito internacional, lo que sitúa a la economía cubana en una posición muy débil frente a estos procesos globales.

Y estando así las cosas, en La Habana nadie parece interesado en este tipo de cosas. Allí tienen bastante problemas con la inflación que sacude la Isla, de tres dígitos y que no es importada, sino que tiene su origen en las decisiones erróneas de política económica del régimen bajo la denominada Tarea Ordenamiento.

Cuando se trata de crisis de oferta, que le digan al régimen lo que se tiene que hacer es perder el tiempo. En Cuba el régimen ha paralizado la producción en determinadas actividades desde 2016 conforme Venezuela empezaba a reducir los suministros de petróleo a la Isla, y ello ha tenido consecuencias negativas sobre la oferta, pero las autoridades han ido ganando tiempo sin implementar medidas que eliminen las trabas de la economía y liberalicen plenamente la actividad de los agentes privados.

Los bajos crecimientos promedio registrados por la economía cubana desde 2016 hasta 2019, tan solo un 1,1%, son fiel reflejo de que la economía de la Isla se encontraba inmersa, mucho antes de la actual crisis de materias primas que hostiga a la economía mundial, en un escenario de crisis estructural de oferta que ha venido caracterizando el comportamiento de la economía de la Isla desde entonces.

Lo peor es que las restricciones de oferta que ahora golpean a todo el mundo lleguen a Cuba y provoquen sus efectos sobre un entorno muy debilitado que aumente las dificultades de la Isla para conseguir suministros, bienes, alimentos o cualquier otro tipo de productos. La autorización a la libre entrada de casi todo tipo de mercancías a los viajeros procedentes del exterior es una medida puntual encaminada a paliar esas dificultades que, a buen seguro, aparecerán porque la crisis de demanda afectará a todo el mundo y nadie podrá escapar.

Lo peor de todo es que el frenazo de la economía cubana en su proceso de recuperación tras la crisis de la pandemia del COVID-19 podrá ser mucho mayor que el experimentado por otros países. Ello mostrará de forma evidente la debilidad estructural de una economía, incapaz de afrontar con sus instrumentos un nuevo escenario de complejidad del que se ignoran las consecuencias. Toca hacer cambios. Ya no hay esperas posibles.


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