Marrero, los chinos y el cambio científico y tecnológico
Elías Amor Bravo economista
Marrero ha mostrado un notable desconocimiento del funcionamiento de los principios de la ciencia, tecnología y la innovación en una videoconferencia en el Foro Zhongguancun 2021, organizado por los chinos. Y delante de toda esta gente ha hecho el ridículo más absoluto. Lo normal habría sido que, en un asunto como éste, hubiera hablado Díaz Canel, que tiene los conocimientos más frescos, por su tesis doctoral. Pero no fue así, y Marrero realizó su presentación mostrando una aproximación que, a buen seguro, los chinos comprobaron que está en el origen de los problemas de la economía cubana. Por supuesto, nadie dijo nada, pero la carcajada debió escucharse más allá del Yang Tse.
¿A qué nos referimos? Básicamente a una cuestión. A una idea que Marrero no parece tener clara: los frutos de la ciencia, investigación e innovación deben ser aprovechados por quien está dedicando sus esfuerzos a esos avances. No tener en cuenta este principio de apropiación de los frutos de esta tarea es malgastar recursos, desaprovechar la motivación para el estudio y trabajo y acabar perdiendo oportunidades de prosperidad y crecimiento asociadas al cambio tecnológico.
Nadie puede estar en contra de la prioridad de las actividades de ciencia, investigación y desarrollo de un país. Cuando el escenario se torna adverso, contar con recursos en esta rama de la economía es fundamental para encontrar la salida de una situación de crisis, en la que los desafíos suponen un límite a las posibilidades de desarrollo. Se ha visto en la crisis del COVID-19 y en todas y cada una de las que anteceden a la más reciente. Cuando un país cuenta con una comunidad científica líder es más fácil encontrar soluciones a los problemas, trabajar en ellos y alcanzar posiciones de liderazgo.
Las desigualdades que existen a nivel mundial hacen que unos países concentren los esfuerzos de producción en ciencia, investigación y desarrollo, en tanto que otros, la mayoría, dediquen recursos a comprar los productos y servicios que se lanzan en los países punteros. No es consecuencia de ningún designio malévolo, sino que corresponde a un proceso de división del trabajo que en el caso de la ciencia y la innovación cobra, si cabe, una mayor relevancia.
Y no por ello hay que lamentarse o proclamar consignas revolucionarias y destructivas para acabar con ese orden, como hizo Marrero, sino tratar de sacar el máximo provecho de esa distribución internacional que nadie, y mucho menos Cuba, puede hacer gran cosa por cambiar. Básicamente, porque es la que funciona y la mayoría de países del mundo la considera válida y sostenible, porque es capaz de dar respuesta a situaciones críticas como las que hemos vivido..
Los datos ofrecidos por Marrero en su discurso fueron, como ocurre siempre, difíciles de contrastar, sobre todo si se tiene en cuenta que en las vacunas contra el COVID-19 que él citó, se ha producido, y la OMS lo ha reconocido, un importante esfuerzo de cooperación internacional que, previsiblemente continuará, porque todos los países han entendido que solo se puede luchar contra la pandemia con una visión global.
Marrero aprovechó para justificar el potencial científico y tecnológico de Cuba en la inspiración de Fidel Castro. Una historia que no es del todo cierta. Los resultados de este sector en la Isla dependen mucho más de la labor silente y comprometida de profesionales que, antes de 1959, ya existían en Cuba, y que sentaron las bases para el desarrollo de estas actividades. De pronto, se han encontrado ante la COVID-19 y han sido capaces de poner en marcha hasta tres vacunas y otros dos candidatos vacunales en fase de desarrollo crítico.
Hay que reconocer este esfuerzo de los científicos cubanos, por supuesto. Pero, los productos continúan sin obtener la certificación de la OMS, y a pesar de que comenzaron a ser dispensados a la población, al mismo tiempo la pandemia alcanzaba el mayor crecimiento desde marzo de 2020, obligando a practicar nuevos confinamientos y los principios de protección y distancia física en las relaciones de la población.
El régimen quiere obtener la certificación de la OMS para las vacunas, porque con ello sería posible realizar la comercialización a gran escala de las mismas a nivel mundial, pero es evidente que algo no funciona bien. La OMS debe estar temiendo que las 18,4 millones de dosis administradas a la población cubana desde hace meses no están produciendo los resultados esperados, y las mantiene en espera. La OMS no quiere riesgos.
Marrero también hizo referencia a las 57 brigadas médicas a 40 países y territorios afectados por la COVID-19, que se han sumado a los más de 28.000 colaboradores que ya laboraban antes del inicio de la pandemia, pero no aclaró que con ello Cuba obtiene alrededor de 6.000 millones de dólares en ingresos de la balanza de servicios con el que cierra el déficit de la balanza comercial. Nada de cooperación desinteresada o actividad altruista sino negocio de estado, puro y duro.
En este punto, Marrero resaltó que la ciencia y la innovación también han constituido “herramientas imprescindibles en la implementación de acciones dirigidas al desarrollo de una economía sostenible y baja en carbono; así como en la materialización de los planes de adaptación y enfrentamiento al cambio climático”. Pero esto es absolutamente falso e irreal.
Sin dar resultados concretos, sino haciendo referencia a un “Plan de Estado para el enfrentamiento al cambio climático, denominado Tarea Vida”, que se empezó a ejecutar hace cuatro años, Marrero dijo que el régimen está afrontando la atención a zonas vulnerables del archipiélago cubano, la mayoría asentada en regiones costeras, mediante medidas de adaptación y mitigación en el corto, mediano, largo y muy largo plazo. Sin duda, una imaginación que desborda cualquier escenario. Habría que saber dónde están esas mejoras si es que realmente existen.
A continuación, debió saltar de página en el discurso, y se dispuso a lanzar alabanzas al programa científico, tecnológico y teórico impulsado por el secretario general, Xi Jinping, desde el 18º Congreso del Partido Comunista de China. Y trató de referir las mismas actividades cubanas a esta iniciativa china, situándolas en el ámbito de la biotecnología, donde dijo que existen experiencias de transferencia tecnológica y productos entre los dos países. Aquí es donde Marrero se equivocó, lamentablemente, porque los chinos sí que saben qué se tiene que hacer con los resultados de la ciencia, investigación y tecnología, y no es otra cosa que es ponerlos a disposición de sus empresas privadas de base tecnológica que están luchando por obtener posiciones de liderazgo mundial, en una guerra abierta en los mercados contra Estados Unidos.
Mucho nos tememos que las palabras de Marrero se las llevó el viento. Para los chinos, el cambio tecnológico vinculado a la cuarta revolución industrial en curso, que les importa realmente porque de ella depende su salto a primera potencia mundial, tiene muy poco que ver con la cooperación internacional y la solidaridad como dijo el dirigente comunista cubano, y no tienen la menor intención de que los frutos de la ciencia y la innovación se conviertan en “patrimonio de la humanidad”, es decir, que se acaben regalando graciosamente a países malgastadores como Cuba. Esas ideas quedaron atrás en el tiempo hace más de dos décadas y en China tienen muy claro lo que tienen que hacer. Lástima que nadie le diera indicaciones a Marrero de lo muy despistado que andan los comunistas cubanos en este asunto. Deben darlo por caso perdido.
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