Betto y el "mucho apetito" de los cubanos

Elías Amor Bravo economista

Recuerdo que la primera vez que leí, allá por 1996, el “Manual del perfecto idiota Latinoamericano” de Montaner, Vargas Llosa hijo y Plinio Apuleyo, no tuve dificultad para identificar a Frei Betto como el protagonista de esta obra, un personaje que circula por las Américas, con esa vocación de hacer sangre contra todo aquello que representa progreso, modernización y desarrollo. 

Después cuando leí la segunda parte, no tuve la menor duda de Betto. Sobre todo, porque en esa época era de los pocos que tenían abierta la puerta del despacho de Fidel Castro para realizar aquellas entrevistas que buscaban, sin éxito, dulcificar el personaje, algo así como convertirlo en la leyenda imposible que es.

Ahora, nos encontramos de nuevo con una pieza de extraordinario valor para medir la talla moral y la inteligencia de Betto, que sigue metiendo sus narices en Cuba, con la misma visión distorsionada de una realidad que lo acredita a merecer el título otorgado en la obra de Montaner, Vargas Llosa y Apuleyo. Y es que realmente, solo un idiota puede pensar que los cubanos “tienen mucho apetito”, o que “en Cuba no hay hambre” y que ese apetito voraz es el origen de los problemas alimentarios que existen en Cuba. ¡Válgame Dios!
Y que este tipo de cosas la diga alguien que asegura en su curriculum haber pasado en noviembre dos semanas en la Isla como "asesor del régimen sobre el programa de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional, que cuenta con el apoyo de la FAO, Oxfam y la Unión Europea" resulta más escandaloso aún, por lo que representa de falta de respeto a un pueblo que lleva más de dos años, pasando notables dificultades para conseguir productos básicos, o tal vez que esa función de asesor la hizo desde una plácida estancia en un hotel regentado por españoles en alguna cayería del norte de la Isla. Que todo puede ser.
Beto cree aumentando la producción local de alimentos, por medio de la agricultura familiar, urbana y suburbana, se puede alcanzar el cumplimiento del Programa cubano de soberanía alimentaria y educación nutricional. Nada nuevo bajo el sol. Este es el mismo programa que fue cuestionado por Naciones Unidas, antes de la pandemia, situando a Cuba al mismo nivel que Haití en cuanto a países con mayores riesgos alimentarios del mundo.
Betto defiende en todo momento al régimen, señalando que “gasta más de 2.000 millones de dólares al año para importar alimentos, incluso de Brasil, al que le compra, entre otras cosas, arroz y pollo (el 85 % de los productos que Brasil importa de Cuba son tabacos, cigarros y puros)”. Y, en este punto, hay que señalar que el término correcto es “malgastar”, porque la decisión de comprar estos productos por 2.000 millones de dólares significa no hacerlo apostando por la oferta interna, de modo que un sector agropecuario improductivo y que no logra atender las necesidades de la población convive con esas importaciones masivas de bienes que se podrían obtener en Cuba, ¿Es esto realista? Convendría que Betto explicase el por qué.
Para Betto es muy fácil echar la culpa de todos los males del sector agropecuario cubano, a la dependencia del petróleo exterior, a las catástrofes climáticas o al bloqueo, siguiendo el guion oficial, llegando incluso a citar la falta de contenedores, “que se descargan en otros países y, a continuación, se transportan los productos a la Isla, lo cual los encarece”. , concluye, "todo ello supone un estrangulamiento para la “frágil economía cubana, incluyendo al país en la lista made in USA de los países promotores del terrorismo. Ni una sola asignación de responsabilidad al régimen. 
Y luego menciona el COVID-19, "que obligó a la Isla a cerrar sus puertas a su principal fuente de divisas en los últimos años, el turismo".  Lo mismo que otros países, pero Betto renuncia a comparar a Cuba con Costa Rica o República Dominicana, donde el turismo en 2021 ha sido un éxito de viajeros e ingresos, mientras que Cuba se iba ahogando lentamente. Es optimista pensar en el regreso de los turistas. De momento, nada parece afirmarlo.
Betto también quiere que se eliminen las 243 medidas adoptadas por Trump para reforzar el bloqueo, pero ni hace el menor comentario a la represión sufrida por los cubanos el 11J cuando protestaron de forma extensa e intensa contra ese régimen que tanto le gusta, y al que no escatima palabras de apoyo y defensa. Para él, los cubanos solo tienen "mucho apetito".
Y entonces, a modo de conclusión, afirma en clave de slogan revolucionario que “a pesar de esa dramática situación, Cuba resiste. Toda la población, de casi 12 millones de habitantes, tiene acceso a una canasta básica mensual y a los sistemas de Salud y Educación de manera gratuita. No hay personas que vivan en situación de calle ni mendigos”. Insisto. Que haga alguna visita a los centenares de desaparecidos y detenidos tras el 11J que siguen esperando los juicios sumarísimos del castrismo para ser condenados a largas penas de prisión. Que salga del confortable resort y de una vuelta por La Habana vieja. Para Betto esta gente no existe. No merece ni la menor consideración.
A el solo le interesa "vender" el Plan SAN que es lo que le ha pagado la cómoda estancia en la Isla y es la última maravilla del régimen que ahora se piensa que va a lograr todos sus objetivos, con la participación de la calle (como en los tiempos de aquella “alfabetización” que sirvió de bien poco para lo que había sido programada, ya que tenía otros objetivos no confesos), que es algo que también parece gustarle cuando se trata de actuar en materia de asuntos económicos (Comités de Defensa de la Revolución, Federación de Mujeres Cubanas, sindicatos).
No contento con ello, Betto vuelve a la carga diciendo que “el cubano posee hábitos alimentarios que pueden perfectamente cambiarse, como la preferencia por el pan de trigo, un cereal importado”. Y, como en tiempos de la conquista por los españoles, porque más atrás en la historia ya no se puede querer llevar a un país, Betto apunta a la utilización de la yuca para producir pan (casabe) o maíz (que Cuba también importa de Estados Unidos) e incluso harina de coco. Y, además, quiere que la carne, que no hay, se modifique por los frijoles, lentejas, espinaca, maní, soya y aguacate, ricos en proteínas, que tampoco se producen en cantidad suficiente. Para acabar olvidando a las vacas y defender la leche y el yogurt de soya (cuando Cuba no tiene soya y la debe importar).
¿Quién encargó a Betto este estudio, por el que seguro va a cobrar unos altos honorarios? Debe estar sorprendido por las conclusiones. No me cabe la menor duda. Hace años, Fidel Castro también se obsesionó con las propiedades de la moringa, que recordaba y mucho al gran Álvarez Guedes con aquel chiste sobre el romerillo que nos ha entusiasmado a varias generaciones de cubanos.  
No contento con todas las majaderías e idioteces, Betto acabó defendiendo, cómo no, la agroecología sin duda para dar visión y apoyo a uno de los proyectos de Raúl Castro que la burocracia comunista del régimen aparcó en una esquina olvidada, como se hace en Cuba con aquello que molesta. De hecho, Betto dijo haber “visitado varias propiedades rurales con una alta productividad que no usan insumos químicos” y resaltó el término “propiedad” recordando que fue la Revolución con la Reforma Agraria la que dio títulos de propiedad a agricultores y campesinos sin tierra. Y, sin embargo, no tuvo una sola referencia a los miles de propietarios que fueron expropiados sin compensación por el régimen y quedaron en la más absoluta miseria, obligados a huir del país.
Sin duda, Betto ve lo que quiere ver. Este es un rasgo de la descripción del personaje de Montaner, Vargas Llosa y Apuleyo. Si mañana Cuba evolucionara hacia las libertades cívicas y la economía de mercado, Betto no tendría el menor inconveniente para ver lo mismo y proponer las mismas directrices.  Lo que ocurre es que entonces tal vez, no sería tan bien recibido en la Isla. Y sus ideas pasarían desapercibidas. 
Al fin y al cabo, Betto con su análisis antepone cualquier política de estado a las prioridades de los ciudadanos. Él cree en un modelo de sociedad colectivista, donde los medios de producción están controlados por el estado y la riqueza o la prosperidad están proscritos, en la medida que van contra los principios que defiende. Desde esa pesada y majadera posición de superioridad moral que utiliza la izquierda para criticar a sus rivales, Betto dice que los cubanos son culpables de lo que les ocurre. E igual, en esto, si que tiene razón.

 

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