Los organopónicos y la soberanía alimentaria en Cuba
Elías Amor Bravo economista
La insistencia del régimen comunista cubano en promover el desarrollo de la agricultura urbana, suburbana y familiar como medio de lograr la soberanía alimentaria ya pasa de castaño oscuro. Porque una cosa es que se entretengan en los cónclaves comunistas con este tipo de propuestas que no van a ningún sitio. Sus razones siniestras tendrán, no cabe la menor duda de ello. Pero otra bien distinta es que se crean que cultivar calabaza o malanga en parques o jardines, en tiestos, o criar puercos en los patios traseros, puede ser una solución de nada.
En todos los países del mundo, por motivos higiénicos y de
convivencia y organización social, este tipo de prácticas quedaron proscritas
desde mediados del siglo pasado. Que en Cuba se insista en ellas, como medio
para conseguir llevar algo a la mesa de un almuerzo o una comida al día, ofrece
una idea de cuán equivocados están los dirigentes comunistas, y lo poco que
saben de agricultura y ganadería. Emprender una huida adelante en un asunto tan
destacado como este, es una grave irresponsabilidad.
En este blog hemos discutido en varias ocasiones las
propuestas de este “grupo nacional de la agricultura urbana, suburbana y
familiar” que es el órgano encargado por el mismo Raúl Castro en sus tiempos,
de promover estas actividades y que, como informa Granma, acaba de realizar su
enésimo recorrido, al parecer el que hace número 90, y, además, “por todos los
municipios del país, con el fin de “evaluar la producción de hortalizas con la
tecnología de organopónicos”, a saber, en parques y jardines, patios y macetas.
Ni más ni menos.
No es extraño que escasee la comida en Cuba, cuando un régimen
apuesta por este modelo productivo en vez de centrarse en las cosas que son importantes. Se tiene la impresión que la agonía del modelo social comunista se deja ver con claridad con este tipo de cosas. Y nada más y nada menos que en productos tan
específicos y solicitados por la población cubana como la producción de
hortalizas con la tecnología de organopónicos. Parece una pesadilla. Si, de las
peores.
¿Por qué decimos que la agricultura urbana, suburbana y
familiar no puede resolver el problema de los alimentos en Cuba?
En primer lugar, porque es un modelo productivo basado en series cortas, cantidades pequeñas, casi para el autoconsumo familiar, a lo máximo para un par de cuadras en cualquier población, y con esos resultados, difícilmente se resuelve un problema que afecta a la mayoría de la sociedad.
El sector agropecuario cubano, vez de producir en espacios reducidas, tiene que alcanzar los rendimientos crecientes a escala que se obtienen cuando la producción se establece en el punto mínimo de la curva de costes unitarios, y la escala de producción es la técnica eficiente, lo que, traducido al lenguaje popular, es producir logrando el tamaño de parcela adecuado a lo que se quiere cosechar. Las hortalizas, por ejemplo, requieren dimensiones de parcela de un cierto tamaño para que se puedan cosechar a los mejores precios.
El rechazo sistémico
de la ideología comunista a la riqueza impide llevar a término políticas de distribución
de la tierra que, en otros países, como Vietnam, han sido la solución a los
problemas de escasez agropecuaria.
En segundo lugar, porque en contra de lo que dicen los dirigentes comunistas, este programa, no tiene nada de sostenible, y en cambio, entraña no pocos riesgos. Ya se han citado las condiciones sanitarias, pero hay que atender a los procesos y técnicas que se utilizan en la producción. Recurrir a métodos obsoletos o improductivos es poco o nada sostenible, por cuanto exige un mayor esfuerzo que en las dimensiones de parcelas eficientes.
Acercar
la actividad agropecuaria a las zonas urbanas donde se desarrolla la vida de
las personas, entraña riesgos sociales. Por ejemplo, el riego de los cultivos
¿de dónde sale el agua? ¿Del consumo de agua potable de la población, tal vez?
Esto no es sostenible y es un despilfarro que se acaba pagando caro. Y otro
tanto se puede señalar respecto al uso de abonos o tratamientos fitosanitarios
que puedan ser aplicados en los organopónicos de los jardines urbanos, junto a
los rosales o las margaritas. Todo muy bonito, pero peligroso.
Y en tercero, lo más importante, que nadie espere soberanía
alimentaria de ningún tipo, en contra de lo que dice Granma, cuando hablar de
que se han “podido estabilizar producciones”. Si se trata de estadísticas, la
ONEI confirma que durante 2021 (período de enero a septiembre) la producción de
hortalizas, incluyendo todas las variedades, ha experimentado un descenso de 214
mil toneladas con respecto al mismo período del año anterior, un 8,5% menos, de
forma que los cubanos tienen menos oferta que en 2020, que ya fue un año malo.
La elección es cada vez más difícil.
El propio Granma reconoce, citando a algún experto en este
programa que pretende cultivar malanga en jardines públicos, que la producción
lograda es “aún insuficientes en la mayoría de los subprogramas”. Y hay que
señalar, además, que lo seguirá siendo.
Este “grupo nacional de la agricultura urbana, suburbana y
familiar” puede continuar visitando y paseando por todos los municipios cubanos, y
estableciendo consignas en todos ellos, para seguir proyectando los recorridos
del próximo año. Al fin y al cabo, con estos paseos, al menos no molestan ni intervienen
en las tareas de los guajiros en el surco, que son los que realmente están
comprometidos con la soberanía alimentaria de la nación, pero que el régimen lo
impide con todo tipo de trabas e intrusiones.
Sin duda alguna, este modelo de agricultura en jardines no va a aumentar las
bases productivas agropecuarias, ni fortalecer los principios de soberanía
productiva, ni mucho menos de resiliencia y de sostenibilidad local. Es un
antojo delirante de tiempos pasados, como cuando Fidel Castro en pleno "período especial" entregó a las familias cubanas los pollitos de las granjas estatales para que los criaran en sus casas, cuyos resultados sirven para entretener a
gente que tiene poco que hacer, pero ni van a producir más alimentos ni a resolver
soberanía de ningún tipo.
El régimen comunista cubano debería entender que si quiere lograr
el abastecimiento alimentario de las poblaciones del país, tiene que empezar olvidándose de las 30 libras per cápita de productos agrícolas recogidas en los planes, o
de experimentos caducos como este de los organopónicos, y dejar que los campesinos
cubanos sean los que decidan qué producir, cuánto producir y a qué precios, y,
sobre todo, con libertad para hacerlo donde lo estimen conveniente y en la cantidad
de tierra que deseen, no la que les entrega el comunista local en arrendamiento.
Con los organopónicos no se va a ningún sitio. Bueno si, a destruir los pocos
jardines que sobreviven en los parques acentuando la destrucción general del paisaje
urbano de la nación, y reventar los patios traseros, tiestos y macetas con maleza, insectos, problemas sanitarios, sociales y de convivencia.
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