La competencia económica de los territorios, la puntilla a la moribunda economía cubana
Elias Amor Bravo economista
Un amable lector del blog me pregunta por qué la economía cubana está teniendo tantas dificultades para salir adelante y mejorar las condiciones de vida de la población.
Y lo primero que me advierte es el embargo/bloqueo de Estados Unidos, como factor limitante a las posibilidades económicas de la nación. Mi respuesta es clara: si en Cuba no existe un proceso de recuperación económica como en otros países del mundo y de América Latina, es porque hay factores internos que lo impiden.
No hay que ir a buscar a los responsables en el exterior, porque no los hay. La simiente del fracaso económico fue plantada por Fidel Castro hace 64 años cuando decidió transformar la base estructural de la economía de la nación, apostando por una aventura que en aquel momento estaba de moda en los países dominados por el imperio soviético o China, pero que con el paso de los años, se vio que era insostenible.
Y mientras que otros países fueron dejando atrás ese modelo económico inútil e ineficiente, los dirigentes castristas se aferraron a él, como si se tratase de un rasgo de ADN imposible de sustituir. Y así llegamos a nuestros días, en que el régimen comunista sigue creyendo que la clave de la prosperidad económica de la nación se basa en el “control y la eficiencia” de la economía por parte del régimen. Como si se tratase de un cuartel militar. Así les va.
La historia económica de la nación es triste y ofrece un balance para las generaciones futuras que solo sirve para una cosa: entender que en Cuba no se puede vivir y que la solución está en marcharse al extranjero. Lo mismo que ha ocurrido en la Isla desde que se inauguraron los vuelos de Camarioca (1965), después la salida masiva del Mariel (1980) y de Guantánamo a mediados de los años 90.
Cada tres lustros, el comunismo cubano se ve forzado a abrir las puertas de la cárcel para que huya la gente que aborrece el sistema y con ello se fortalece, gana tiempo. La operación le ha salido bien a los dirigentes castristas, pero no a los cubanos. La Isla decrece en todos sus indicadores, envejece, se despuebla, carece de solvencia internacional, se atrasa tecnológicamente y sigue perdiendo el talento y la energía de sus jóvenes.
Y ante un escenario como este, ahora resulta que el régimen quiere que sean los consejos provinciales, amparados por el poder territorial comunista, quienes asuman la planificación y gestión de la economía como parte de las competencias que les han sido cedidas desde el régimen central.
Y ahí es donde los burócratas comunistas locales han encontrado algún sentido a sus vidas, elaborando estadísticas de dudosa calidad es las que confirman que por un lado hay recuperación económica, pero que por otro, ocurre justo lo contrario. Y con estos datos se lanzan a una competencia con los otros territorios para trasladar a los jefes jerárquicos del partido y de régimen instalados en sus cómodos despachos de La Habana, que han hecho bien los deberes y merecen un pequeño aplauso, en forma de visita o de algún acto institucional.
Después, la prensa estatal controlada y sumisa, se encarga de dar cobertura a esta actividad como si fuera algo trascendental, pero la realidad es que la gente sigue en las colas, sufriendo carestía de todo tipo de bienes y servicios, las mipymes bloquedas, y con el optimismo por los suelos, sin despertar de la terrible pesadilla en que viven.
Este análisis de las economías territoriales que acaba de comenzar va a dar resultados sorprendentes, que no tardarán en ser puestos encima de la mesa.
El régimen comunista ha propiciado una distribución de la renta y riqueza estatal muy desigual en los distintos puntos del territorio, que se plasma en numerosos indicadores agregados. A nadie le extraña que los niveles de salarios más elevados de Cuba se paguen en las provincias occidentales, en tanto que los más bajos se obtienen en las orientales.
Esto depende, y mucho, de la especialización territorial, la densidad de empresas y el número de empleos que se asignan en cada zona del país. Y por ello, los gobiernos territoriales van a empezar a acusar los efectos de estas desigualdades muy pronto sobre todo cuando se tenga acceso a la actividad empresarial y los resultados de la gestión.
Ese será el momento en que se podrá comprobar que la permanente escasez de alimentos y productos, como el plátano y el boniato, el arroz, las hortalizas, la leche fluida y la carne de res, tiene poco que ver con unos resultados empresariales aceptables, debidamente maquillados por los gestores.
Incluso, cuando llegue el análisis del cumplimiento o incumplimiento del plan, se podrá contemplar un acercamiento de la gestión, que tampoco supone una mejoría clara en las condiciones de vida de la gente.
Los instrumentos que sostienen el modelo económico de planificación central, no van a servir para determinar en qué condiciones vive la gente. Los datos darán por un lado informaciones satisfactorias, pero la realidad de la gente de la calle, del cubano de a pie, será muy diferente. Contra este problema ya se enfrentaron los tovarich comunistas del telón de acero en los años 80 del siglo pasado, y surgieron la perestroika y el glasnost como recetas para dar solución al mismo.
Los gobiernos de estos países comunistas se dieron cuenta de que mientras ellos se pasaban el tiempo midiendo, por ejemplo, los indicadores indescifrables de sobrecumplimiento de la circulación mercantil minorista, el pueblo les daba la espalda y se lanzaba a las calles en demanda de libertad y de un modelo de economía diferente y más próspera. Y ocurrió lo que nadie pensó, el muro de Berlín se vino abajo y el imperio comunista de la URSS desapareció de la historia de la humanidad. Luego China o Vietnam hicieron los deberes por su cuenta y acabaron formando parte de la economía global.
El mundo cambió pero Cuba no. Fidel Castro fue un tapón decisivo a la llegada de esos vientos de cambio y aprovechó los últimos años de su vida para reforzar el viejo modelo económico comunista cubano que devino en el desastre que preside actualmente la situación de la Isla.
Un escenario en que hay escasez de comida, empresas estatales con pérdidas, insolvencia internacional, ausencia de inversiones extranjeras, hundimiento del turismo, descentralización territorial, inflación galopante, destrucción del valor de la moneda nacional y una obsesión del régimen por controlar el dinero en circulación. Y los dirigentes de 2023 se resisten a implementar cambios en el modelo económico para sacar a Cuba de este desastre y quieren que las medidas que se apliquen tengan su base en la planificación central y no en el mercado. Por ejemplo, cuando se lanzaron a la tarea ordenamiento porque iba a ser la solución de todos los problemas, ya se advirtió de las consecuencias. Ahora ya están aquí, y a ver cómo salen.
Y con este balance de pobreza generalizada, los dirigentes locales, que carecen de una visión global de la economía y solo atienden a sus objetivos territoriales, dicen querer exportar a otros países, sin cubrir previamente las necesidades internas de la población, como ocurre con la fruta fresca. El objetivo de lograr divisas solo se consigue con la entrada de remesas que apuesta por el mercado informal y se aleja de los controles económicos del régimen.
Con todo, los rubros de la exportación no funcionan y los incumplimientos son significativos. Y lo que es peor, los dirigentes locales del partido se niegan a que las exportaciones de cada zona salgan del país por aeropuertos situados en otras provincias, ya que ello va en contra de la presentación de resultados a las autoridades superiores. La unidad de mercado en Cuba se ha roto por desgracia. En estas estamos ahora.
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